Este es otro de los cuentos que forman parte del libro "JUAN PÉREZ DONNADIE Y OTROS CUENTOS".
Este cuento tiene un origen curioso. Nació relatado, antes que escrito. Surgió como una actividad que diseñé para un programa de "Relaciones Humanas" para niños. En realidad, se trataba de un grupo de actividades que el ISSSTE inventó para tener entretenidos a los niños en las vacaciones de verano. Resultaba más viable que encerrar a las pequeñas fierecillas en jaulas y que no interrumpieran el trabajo de sus padres en oficinas gubernamentales. Lo usual, hasta la fecha es que los hijos de muchas madres trabajadoras en el sector público, acompañan a sus madres durante todo el horario de trabajo en las áreas laborales generando pequeños caos, porque convierten las oficinas en áreas de juego.
Fue una experiencia inolvidable, pues resultaba un reto formidable educar en un periodo de dos semanas a niños de edades desde 4 a 12 años. Unos sabían leer, otros no. No hay espacio para relatar esta experiencia que bien podría convertirse en un relato corto. Sin embargo, como parte de dicho programa, me convertí en relator de cuentos y así nació este cuento que después escribí y ahora se los presento con mucho gusto. Un lector me dijo que aunque es un relato para niños, el fondo va dirigido a adultos. ¿Ustedes qué piensan?
Espero que lo disfruten.
LA
PRINCESA MÁS BELLA DE TODOS LOS REINOS ©
Rafael Hernández Lemus
DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY © POR EL AUTOR. 2000.Queda prohibida toda reproducción o transmisión total o parcial de esta obra, bajo cualquiera de sus formas, electrónica, óptica o mecánica sin el consentimiento previo y por escrito de su autor. SEGUNDA EDICIÓN PRIVADA. 2000
Había una vez
un grupo de intrépidos y valerosos marinos que habían surcado casi todos los
mares de la Tierra. Habían navegado armoniosamente, aunque no sin dificultades,
en su barco llamado Skipian. La nave
era comandada por el famoso Capitán
Líder.
Habían gozado
juntos mil aventuras y ahora se proponían llegar a la Gran Isla del Éxito. Para
ellos, navegar era siempre una aventura y hacerlo juntos les había dado muchas
satisfacciones. Todos tenían algo en común: hacían lo que les gustaba hacer y
encontraban en su trabajo una diversión constante, a pesar de los problemas que
encontraban en su camino. Todos ellos eran profesionales.
Comenzaron a
prepararse durante mucho tiempo para su próximo y más importante viaje, y
equiparon su barco con todo lo necesario. Su destino final era la Gran Isla del Éxito. Toda la
tripulación estaba integrada por marinos leales. Entre ellos estaba el Contramaestre Confianza y los oficiales, cuyos nombres eran: Pesimismo, Desidia, Responsabilidad, Egoísmo, Cooperación y Optimismo.
El día de su
partida estaban todos muy animados y trabajaban arduamente en cubierta.
– ¡Eh
marineros! ¡Listos para zarpar! Cercioraos de que no falte nada y que todo esté
en orden! – les gritó el capitán a los marineros en cubierta y después se
dirigió al contramaestre:
–
Contramaestre, dad la orden de zarpar en cuanto lo consideréis oportuno.
– A la orden mi
capitán – contestó el contramaestre, echando una rápida mirada sobre cubierta.
Todo estaba
listo para zarpar, cuando se oyó a lo lejos el galopar de un caballo, cuyo
jinete gritaba:
– ¡Capitán!,
¡capitán! ¡Esperad!
El capitán, al
oír los gritos del jinete, ordenó:
–¡Alto, no
soltéis las amarras aún!
Al llegar al
muelle, el jinete bajó de su cabalgadura y apresuradamente subió a bordo,
diciendo al capitán:
– Capitán
Líder, soy mensajero de Su Majestad, la Reina Juana y traigo una carta para
vos.
El capitán tomó
la carta, la abrió con gran curiosidad y la leyó atentamente.
He aquí lo que
la carta decía:
Capitán Líder:
He sabido que os habéis decidido a viajar con
vuestra valerosa tripulación a la Gran Isla del Éxito.
Sabed que el Gran Oráculo ha manifestado que Vuestra
Majestad, la Princesa Karina, debe viajar a esa Tierra, y si le es propicia,
deberá vivir allí para siempre.
Por tal razón, os pido, valeroso capitán, que
tengáis a bien llevar a la Princesa Karina hasta tan maravillosa Tierra. He
escuchado, de boca de osados viajeros, que la Gran Isla del Éxito es un lugar
fantástico que brinda enorme felicidad a quienes llegan allí.
Sabed capitán, que la princesa Karina es La Princesa
más Bella de Todos los Reinos y de acuerdo al Oráculo, su destino final debe
ser la Gran Isla del Éxito.
Mañana por la mañana, llegará la Princesa Karina
para abordar vuestra legendaria nave Skipian. Sé que no es necesario deciros el
cuidado que debéis tener con ella. Os enviaré 200 piezas de oro para sufragar
gastos de viaje.
Os deseo mucha suerte y que logréis felizmente
vuestro objetivo.
Firmaba Vuestra Majestad, la Reina Juana.
Al terminar de
leer la carta, el capitán se sintió sumamente contrariado. ¡Cómo era posible
tal infortunio! Ya casi a punto de zarpar y se le ocurría a la Reina Juana
hacerle tal encargo. “Viajar con una mujer, eso sí era mala suerte”. “Pero
además, con una princesa. ¡Que responsabilidad!”, se decía. “Seguramente, como
toda aristócrata, la princesa debía ser una creída e insoportable muchachita a
la que había que tolerar durante todo el trayecto”.
Los marinos se
quedaron mirando al capitán, esperando noticias de la carta real. Por la
expresión de su comandante, presentían que no eran buenas noticias.
–¿De qué se
trata capitán? ¿Malas noticias?– preguntó Pesimismo.
– En realidad
no – dijo el capitán.
– ¡Marinos! –
gritó. – Hoy no zarparemos. Tendremos que esperar hasta mañana. Su Majestad, la
Reina Juana, nos encomienda una misión que cumpliremos, como siempre lo hemos
hecho, con lealtad y total entrega – terminó diciendo en voz alta a todos.
–¡A la orden,
capitán! – contestaron todos al unísono.
El capitán se
dirigió entonces al mensajero real y le dijo:
– Decid a
Vuestra Majestad, que cumpliremos cabalmente con sus instrucciones y que nos
honrará mucho complacerla, como siempre lo hemos hecho.
– Así lo haré
capitán Líder – terminó el mensajero y descendió del barco, para subir a su
caballo y regresar por donde había venido.
Durante el
resto de ese día, el capitán y su tripulación se dedicaron a revisar con más
cuidado cada detalle, tanto de las provisiones, como de los aparejos, velamen,
jarcia y demás cosas necesarias para el viaje. Por supuesto que el capitán
ordenó adecuar el camarote principal para que fuera usado por la princesa y
también ordenó a su cocinero adquirir más y mejores alimentos para su real
huésped.
El capitán
estuvo pensativo, imaginando cómo sería su real pasajera. La imaginaba un tanto
rolliza, como su madre. No creía que tuviera la simpatía natural y presencia
altiva de la reina Juana, y suponía que era insoportablemente aburrida y con un
trato empalagoso.
A la mañana
siguiente, dos horas después del amanecer, llegó la comitiva de Su Majestad. Un
enviado real abordó el barco y se acercó al capitán, saludándolo cortésmente.
– Capitán –
dijo. – Por orden de Vuestra Majestad, la Reina Juana, me es grato traer ante
vos a la Princesa Karina para que cumpláis con vuestra misión. También os hago
entrega de estas piezas de oro que envía la Reina – terminó el enviado real,
entregándole una bolsa pequeña de piel que tintineó al tomarla el capitán.
En ese momento
bajó la princesa de su carruaje y abordó el barco por la escalerilla. Vestía un
hermoso vestido aterciopelado de color negro, con vivos blancos. Al acercarse
al capitán, éste quedó fascinado. Jamás había imaginado que existiera en el
mundo una belleza como la que tenía enfrente. Un rostro perfecto, que era digno
de una diosa griega. Sus ojos eran imponentemente hermosos. Las mismas
estrellas, de saber que existía ese par de maravillas, se hubieran apagado de
envidia. Sus cejas eran dos imponentes marcos azabache que enmarcaban sus ojos
y complementaban su esplendor. Jamás, en ningún ser mortal, había existido tal
perfección. No podía dejar de mirar sus labios. De un color rojo intenso, como
la sangre que le fluía en el cuerpo con tal emoción, que sentía su corazón
estallar; sus labios eran frescos y suaves como la primavera, y de forma tan
perfecta, que por sí solos eran una obra maestra de la naturaleza. Su pelo era
una prodigiosa cascada negra que brillaba con tal intensidad, que sus destellos
se convertían en reflejos tornasolados que fluían, cayendo sobre su hermosa
espalda y creaban un espectáculo mágico de luz y color. Su nariz era tan
hermosa, que parecía hecha de porcelana; de líneas tan finas, que su fragilidad
aparente le daba el rasgo definitivo de perfección a su cara. Toda su
expresión, mezcla de ternura y sensualidad, era subyugante. Su porte era
realmente majestuoso; irradiaba una simpatía y una espontaneidad que solamente
en sus sueños infantiles había visto.
– Buenos días
capitán – dijo la princesa Karina, sonriendo.
– Buenos días
Majestad, bienvenida a bordo – contestó el capitán, besando su mano.
La voz de la princesa era suave y cristalina. Al
escucharla, no cabía la menor duda que era una voz real. Al capitán le pareció
escuchar una melodía, como la que sólo pueden crear los trinos de gorriones o
ruiseñores, o los pájaros más finos del bosque.
Su sonrisa lo había cautivado y al ver de cerca a la
princesa, no se le ocurrió decir nada más. Haber tomado su mano, haber sentido
por un segundo su blanca piel y su suavidad, lo había dejado inmóvil, como una
estatua de mármol.
Al darse cuenta de esto, la princesa dejó escapar una
amplia y traviesa sonrisa para decirle al capitán:
– Si no tenéis
inconveniente capitán, me gustaría saber el lugar donde habré de acomodar mi
equipaje.
– Ah, sí – contestó el capitán, como despertando de un
sueño.
– Contramaestre Confianza, acompañad por favor a la
princesa al camarote principal.
Así lo hizo el contramaestre y varios criados llevaron el
equipaje de la princesa al camarote. Una vez que ella se cercioró de que todo
su equipaje estuviera a bordo, se dirigió al capitán para decirle que podían
partir.
Los criados y mensajeros reales abandonaron el barco y
entonces el capitán Líder dio la orden de levantar anclas. Izaron velas y
comenzaron su aventura.
Transcurrieron dos semanas sin más novedad que haber
atracado en un puerto para abastecerse de agua dulce y alimentos frescos. La
navegación del Skipian había sido muy tranquila. Lo único diferente que notó la
tripulación fue el cambio de carácter de su capitán, pues cada vez que salía la
princesa de su camarote para gozar de la brisa marina en cubierta, el capitán
quedaba como hipnotizado. El perfume de la princesa ejercía sobre él un efecto
casi mágico. Con su aroma, el mar y todo lo demás dejaba de existir para él.
Parecía que solamente el mundo estuviera habitado por la princesa. Todas esas
ideas negativas que tenía de ella, antes de conocerla, habían desaparecido
totalmente. Ante sí, tenía a una mujer impresionantemente hermosa que le robaba
toda su atención.
La princesa se daba cuenta de que la mirada del capitán
la envolvía cada vez que salía a cubierta. De alguna manera, ella comenzaba a
sentir una extraña atracción hacia él. Nunca había conocido a un hombre así. No
era muy guapo, pero sí apuesto y atractivo. Su personalidad imponente, que lo
distinguía del común de los hombres, le resultaba sumamente atractiva. Por
primera vez en su vida, descubría que un hombre atractivo era más que belleza
física.
Durante los dos
primeros días de viaje, pocas fueron las veces en que intercambiaron algunas
palabras. Sin embargo, siempre había una sonrisa en cada uno, que manifestaba
su agrado mutuo de encontrarse. La simpatía era completamente natural entre
ellos y el capitán deseaba intensamente acercarse a ella para charlar y poder
admirarla.
Al final de la primera semana de navegación, la princesa
le solicitó al capitán que comieran en la misma mesa, a lo que él aceptó
encantado. Sin embargo, al principio se sentía cohibido, pero después tomó
mayor confianza y comenzó a relatar a la princesa sus aventuras. Ella escuchaba
siempre con gran atención y comenzó a surgir una atracción mayor hacia el
capitán Líder. A partir de entonces, comenzó a nacer una bella amistad entre
ambos. Ella se daba cuenta que el capitán la trataba con respeto, pero también con
estima, pues no solamente la consideraba una mujer bonita, sino también una
mujer inteligente y con valores. En sus charlas, el capitán la hacía reír y
sentirse más que admirada; la hacía sentirse querida y aceptada por lo que era,
no por lo que representaba. Cuando él la escuchó reír por primera vez, quedó
maravillado. Le pareció escuchar una sinfonía celestial. Se sentía feliz,
viendo feliz a la princesa. Algo estaba pasando en él, pues encontraba en cada
expresión, en cada rasgo y en cada conducta de la princesa, motivos suficientes
para admirarla.
Una mañana, el capitán reunió a su tripulación en
cubierta para comentar algunas incidencias. Comenzó por reconocer el trabajo de
cada uno de los miembros de su tripulación y animarlos a concluir su viaje.
– Marinos –
dijo – deseo felicitaros por vuestro excelente trabajo profesional durante lo
que va de esta travesía. Os agradezco su participación y entusiasmo.
El capitán Líder sabía que reconocer el trabajo de su
tripulación era muy importante para motivarlos. Cuando los marineros del
Skipian escuchaban el reconocimiento de su capitán, se sentían halagados y
motivados para continuar trabajando.
– Amigos míos,
este viaje es especial – dijo con decisión a sus marinos y continuó:
– Además del
significado que tiene para nosotros este viaje a la Gran Isla del Éxito,
tenemos la enorme responsabilidad y el gran honor de llevar a nuestro destino,
a La Princesa más Bella de Todos los Reinos, a la princesa Karina. Vuestra
Majestad, la reina Juana, nos ha confiado su custodia y cuidado, porque sabe de
nuestra lealtad y profesionalismo. He jurado ante Dios dar mi vida por la
princesa, si es necesario y espero que vosotros asumáis el mismo compromiso que
yo.
Se dirigió a su
tripulación de una manera tan vehemente, que su expresión lo delató. El capitán
se había enamorado de la princesa. Oficiales y marineros cuchichearon entre sí.
– Silencio amigos míos – manifestó el capitán. – Ahora
voy a compartir con vosotros algo que solamente pocos viajeros saben. En
nuestra ruta a la Gran Isla del Éxito, afrontaremos varios peligros. A partir
de ahora, habrá que estar muy pendientes de los Islotes del Fracaso.
La princesa
había escuchado de manera accidental lo que el capitán había dicho a su
tripulación y por alguna razón, se sintió especialmente elogiada por lo que el
capitán dijo respecto a ella. Su vanidad femenina fue halagada, pues sabía que
su posición real hacía que se le rindieran normalmente. Pero como mujer, era la
primera vez que sentía un halago tan sincero y de tal magnitud.
Se acercó al
grupo de marineros y al capitán. Los marineros se dieron cuenta de su
presencia, lo que hizo que todos callaran y el capitán, que estaba frente a
ellos, pero a espaldas de la princesa, volteó sorprendido. Al ver a la
princesa, se levantó respetuosamente para saludarla.
– Majestad, qué
agradable sorpresa – le dijo amablemente.
– Gracias
capitán. Espero no interrumpir.
– Por supuesto
que no, princesa – contestó el capitán.
– Seguid
sentados caballeros, por favor – dijo la princesa con una sonrisa y prosiguió.
– Capitán, he escuchado sin querer algo que decíais
respecto a los Islotes del Fracaso. Si no tenéis inconveniente, me gustaría
saber más de ellos.
El capitán Líder dijo entonces:
– Sabed
princesa que los Islotes del Fracaso están en la ruta hacia la Gran Isla del
Éxito. Mucho se ha hablado de ellos por otros marinos, quienes cuentan, que en
virtud de que aparecen de manera repentina en el trayecto, son mágicos.
Generalmente es posible advertir su presencia si se está alerta. Sin embargo,
el peligro más grande es, que si no se saben sortear adecuadamente los peligros
de estos islotes, se puede naufragar o bien desviar el rumbo y terminar en la Tierra de la Mediocridad.
La princesa mostró un gesto de incomprensión y de
sorpresa, pues nunca había oído hablar de tales cosas.
– Decidme capitán, ¿cómo es ese lugar que mencionasteis?,
¿es una tierra deshabitada o hay salvajes en ella?
– La Tierra de
la Mediocridad no es una isla desierta; está habitada. Más ciertamente, no por
salvajes – continuó el capitán. – Allí todos están muy tranquilos y son
infelices, aunque sienten que son felices. Todos viven placenteramente y no se
preocupan por hacer algo mejor. Nunca se proponen retos y evitan todo riesgo;
no tienen sueños ni ilusiones. Sólo piensan en su comodidad y en su seguridad;
es lo más importante para ellos. Además, todos quieren ser iguales. Por eso
todos tienen como segundo nombre Mediocre,
aunque su primer nombre sea distinto.
– Pero eso no
es lo más grave – continuó el capitán. – En realidad, la Tierra de la
Mediocridad es como una enorme prisión. Quienes llegan allí, difícilmente
pueden escapar. Se sienten atraídos a ese lugar a tal grado, que la seguridad
que les brinda el hecho de no correr riesgos, les hace experimentar una
sensación de gran comodidad y de satisfacción. Los habitantes de la Tierra de
la Mediocridad jamás hacen algo trascendente y si alguien quiere ser mejor que
ellos, lo hostigan o lo convencen para que éste vuelva a ser como ellos. Son
tan parecidos, que nunca se encuentran diferencias importantes que los
distingan entre sí.
Al saber esto, la princesa sintió un gran temor de llegar
a tal lugar. Su gran miedo, hasta entonces, había sido la soledad; tenía pánico
a estar sola. Sabía lo que era sentirse sola, aunque estuviera acompañada por
una multitud. La soledad más terrible, lo sabía muy bien, era la soledad
interna, esa que se siente cuando no se tiene a alguien a quien amar o cuando
no se es amado. El amor hace la diferencia entre la soledad externa y la
soledad interna.
Ahora, a sus
miedos, se agregaba uno más: el de vivir en la Tierra de la Mediocridad. Ella,
que desde que nació era diferente, descubría que aun siendo princesa corría el
peligro de ser común, en el sentido de no diferenciarse de los demás seres
humanos en su parte esencial.
Al pensar en esto, la princesa le horrorizó la idea de
estar allí. Le impactó a tal grado la posibilidad de ser parte de la población
de esa isla, que se sintió incómoda y no quiso saber nada más al respecto. Se
disculpó ante la tripulación y su capitán, y se dirigió a su camarote. Sintió
la necesidad de orar y pedir a Dios no llegar nunca a tal lugar.
El capitán continuó entonces hablando con su tripulación.
– Amigos, deben saber que el gobernante de la Tierra de
la Mediocridad es un mago malvado llamado Belial.
Nadie ha visto jamás su rostro verdadero, pues se aparece con diversos rostros
e indumentaria. Él es el rey de la Isla de la Mediocridad y su máximo placer es
engañar a las personas para llevarlas a su dominio. Es más poderoso en la
medida en que tenga más súbditos. Por lo tanto, tened mucho cuidado amigos
míos. Habrá que estar muy atentos por si se llega a aparecer por cualquier
medio, en cualquier momento y en la forma que sea, para descubrirlo y no caer
en sus engaños.
Para su desgracia, como veremos después, la princesa no
escuchó esta advertencia.
Mientras tanto, en su camarote, la princesa reflexionaba
en lo que había escuchado de labios del capitán. Durante la mayor parte de su
vida había vivido sin saber exactamente lo que quería hacer de ella. El hecho
de pertenecer a la realeza le aseguraba su porvenir, en lo que se refiere a
satisfactores materiales, pero no en cuanto a su sentido de vida. Tenía una
especial habilidad para aprender y era de un carácter alegre, aunque a veces
melancólico. Era alguien que disfrutaba dando a sus amigos y era apreciada por
eso. Otra de sus virtudes era que se le podía confiar todo, jamás había
traicionado a quien le depositaba su confianza. Había tenido un prometido, un
príncipe con el que su padre pretendía casarla para unir los reinos de ambos.
Sin embargo, al morir el rey, el compromiso quedó deshecho. Su relación con el
príncipe había sido solamente una costumbre que duró varios años, hasta que la Reina
Juana decidió enviarla a este viaje. Sabía que había nacido distinta, aunque no
por su estirpe, sino por otras razones. Sin embargo, algo le impedía ser ella
de manera plena y genuina.
Al atardecer del día siguiente, el contramaestre indicó
al oficial Desidia que sería el encargado del timón por la noche.
– Oficial Desidia – dijo el contramaestre, – tomaréis el
timón por la noche. Debéis tener especial cuidado por si aparece algún Islote
del Fracaso. Recordad lo que dijo el capitán al respecto. Así pues, para que
estéis en condiciones para cumplir con vuestra responsabilidad nocturna, id a
descansar unas horas.
La idea le
pareció excelente al oficial Desidia y se fue a su camarote para fumar una pipa
y tomar un vaso de ron. Se sintió tan bien, que en vez de dormir, comenzó a
cantar y a bailar, recordando su pueblo natal.
El oficial Desidia tomó el timón por la noche, acatando
la orden del contramaestre. Todos los demás se fueron a dormir. La noche era
hermosa y había una luna llena que matizaba de plata el mar en el que navegaba
el Skipian.
Unas horas después, el oficial Desidia comenzó a sentir
sueño. Se recargó por un momento en el timón y vio que cerca del palo de la
popela, se acercaba sigilosamente una rata de color pardo. Observó que a la rata
le brillaban sus ojos, que eran de color rojo. Repentinamente se sintió como
paralizado. La rata se le acercó y comenzó a trepar por el timón, siguió por su
brazo, hasta que llegó a su hombro. Era la rata
Irresponsabilidad. Comenzó a silbar una melodía a su oído y después le
susurró al timonel que era mas agradable dormir, que estar conduciendo al barco
en una noche tan bella. Esta malvada rata gozaba convenciendo a las personas de
no cumplir con sus obligaciones y compromisos. Feliz por su acción, la malvada
rata Irresponsabilidad se alejó del timonel y desapareció de cubierta.
Cuando
reaccionó Desidia, se le ocurrió, que dado que tenían que mantener un rumbo
fijo, no era necesario estar despierto. Bastaba con sujetar el timón con algo
firme para que se mantuviese inmóvil. Tomó una cuerda y procedió a amarrar el
timón a la jarcia más cercana. Se dispuso entonces a dormir y acomodó sobre la
cubierta varios costales vacíos, a manera de cama, a un lado del timón. Sabía que al no haber
centinelas o vigías, nadie vería que descansaba. Además, pensaba que se merecía
ese descanso, pues en todo caso, ser timonel no era su ocupación fundamental y
no creía que hacer el trabajo de otro miembro de la tripulación fuera realmente
justo. “Cada quien lo suyo”, pensó y se acostó sobre los costales que formaban
un mullido lecho.
La noche transcurría plácidamente y el timonel Desidia se
quedó profundamente dormido. Entonces, la malévola rata Irresponsabilidad,
regresó a cubierta y se llevó la brújula, pues le había gustado mucho y
consideró que sería un juguete muy entretenido durante sus viajes.
Desidia
consideró que había hecho bien los nudos. Sin embargo, con el movimiento del
barco, la cuerda con la que había atado el timón, comenzó a aflojarse poco a
poco y el timón comenzó a moverse. En un corto tiempo, el barco cambió de
rumbo. Su desviación lo estaba llevando en dirección de la Tierra de la
Mediocridad.
Un movimiento
violento de la nave despertó al timonel Desidia. Se dio cuenta que el timón
giraba libremente pues ya no estaba atado. Su rostro palideció de pánico al ver
a unos cien metros de distancia, casi directamente frente a la proa, un islote,
iluminado por una majestuosa luna llena. De inmediato tomó su posición y viró
bruscamente a estribor. Solamente fue cuestión de unos metros para que no
chocaran con el islote. El viento soplaba a velocidad considerable y esto fue
lo que ayudó providencialmente a que la maniobra de evasión tuviera éxito.
El movimiento
súbito del barco, provocó que varios marinos cayeran de sus hamacas y que en
los camarotes del capitán y oficiales todo se moviera con tal brusquedad, que
al caer varios objetos al piso, se despertaron.
El capitán
Líder se incorporó deprisa y salió rápidamente de su camarote para ver lo que
sucedía. Llamó entonces al contramaestre.
–
¡Contramaestre Confianza! ¡Contramaestre Confianza! ¡¿Qué sucede?!
El
contramaestre, sin salir de su asombro, contestó al capitán que no sabía que
pasaba.
– ¡Timonel!,
¡¿Qué pasó?! – gritó el contramaestre, dirigiéndose a la popela, donde se
encontraba Desidia.
– Nos desviamos
contramaestre, pero ya tengo controlado el barco.
– ¿Cómo que nos
desviamos? ¿Cuál fue la causa?
El timonel
Desidia, agachó la cabeza y con el rostro enrojecido por la vergüenza, confesó
al contramaestre que se había quedado dormido y pensó que, al asegurar el timón
a la jarcia, se mantendría el rumbo.
El capitán y
los marineros que habían subido a cubierta al despertarse, alcanzaron a oír la
respuesta del oficial Desidia y lo miraron con una mezcla de sorpresa y
disgusto. Por su torpeza y por no cumplir con su obligación, estuvieron a punto
de naufragar.
Arrepentido,
Desidia ofreció disculpas a todos y comenzó a relatar lo sucedido, haciendo
mención de la extraña rata que vio. El Capitán Líder comprendió entonces que la
culpa había sido también de la malvada rata Irresponsabilidad. Como no había
estado presente en otras travesías del Skipian, no había considerado necesario
hablar de esto con su tripulación. De alguna manera, se sintió responsable por
no haber advertido a sus marineros de tan malévolo ser.
–
Contramaestre, que se queden dos vigías por el resto de la noche y sustituid a
Desidia en el timón. Corregid el curso y mañana por la mañana, quiero a toda la
tripulación reunida en la cubierta principal.
– A la orden
capitán – contestó el contramaestre.
– Todos vosotros debéis estar atentos a esa rata malvada
de ojos rojos. Si la veis, matadla sin piedad – ordenó el capitán.
– Sí capitán – contestaron los marinos presentes.
De regreso a su camarote, el capitán Líder se encontró a
la princesa Karina, quien sorprendida preguntó:
– ¿Qué pasó capitán?
– Un accidente, que afortunadamente no ha tenido
consecuencias graves. No os preocupéis princesa, regresad a vuestro camarote a
descansar.
– Buenas noches
capitán.
– Buenas noches
Majestad.
En esta nocturna despedida, sus miradas se cruzaron y
trataron de decir cosas que no podían comunicar hablando.
Al día siguiente, la tripulación se presentó en cubierta
por la mañana, acatando las órdenes del capitán. Con el contramaestre Confianza
a su lado, el capitán se dirigió a la tripulación:
– Amigos míos, debo deciros que este viaje nos reserva
muchos peligros. Anoche vivimos uno de ellos. Desidia fue sorprendido por la
malvada rata Irresponsabilidad, que lo hechizó e hizo que dejara de ocuparse de
sus responsabilidades. No os dejéis sorprender por tan ruin bicho. Cuando la
veáis, aniquiladla sin compasión, porque su hechizo puede ser mortal. Esta vez,
por suerte, salimos bien librados; pero ahora más que nunca debemos estar muy
unidos. Nuestra fuerza reside en nuestra unidad y compromiso por lograr juntos
nuestro objetivo. Todos ustedes son marinos profesionales que conocen muy bien
su oficio. Como bien comprendéis, debemos tener niveles de mando para mantener
la disciplina, pero sabed que todos debemos ayudarnos. Nuestro triunfo en esta
misión depende, en gran medida, de que tan bien lo hagamos todos juntos. Es
claro que enfrentaremos retos, ahora desconocidos, para llegar a nuestro
destino: la Gran Isla del Éxito. Pero juntos habremos de vencer todas las
adversidades y hacer frente, de manera satisfactoria, a todos los retos que
afrontemos. Trabajando juntos, de manera armónica y responsable llegaremos
felizmente a la Gran Isla del Éxito.
El Skipian
siguió navegando con rumbo hacia su destino final, sorteando algunos islotes
que desde muy temprano fueron avistados.
Para la
princesa, hasta ahora, todo era novedoso. El viaje, el mar, la brisa y la
escolta de delfines que frecuentemente acompañaba al barco. Pero sobre todo, lo
que más le robaba su atención era el capitán Líder.
La princesa sentía una extraña atracción hacia el
capitán. No sabía exactamente que pasaba dentro de ella. Tenía unos deseos
enormes de estar cerca de él. Sentía una necesidad de sentirse rodeada de esos
brazos fuertes, pero a la vez tiernos. Le atraían mucho sus manos varoniles y
su seguridad en sí mismo. Estaba muy confundida. No sabía si era amor lo que
sentía por él o solamente una repentina atracción. Ciertamente la confusión no
era una novedad para ella. De hecho, durante casi toda su vida había estado
confundida. Desde que murió su padre, el Rey Antón, sintió que algo muy grande
y necesario se le había ido. Sintió que había perdido su rumbo. La reina Juana
le tenía un gran cariño, pero sabía que su destino no estaba con ella, por esto
no dudó en enviarla a la Gran Isla del Éxito, en cuanto sus adivinos
interpretaron en el Oráculo el sino de la princesa.
Unos días
después, la princesa se sentó en la cubierta de proa al atardecer. Se quedó
pensando en lo que había vivido hasta entonces.
– ¿Qué tal el mar, Majestad? – preguntó el capitán
acercándose por detrás a la princesa.
Absorta en sus pensamientos, no se percató de la
presencia del capitán y recibió un gran susto cuando escuchó su voz.
El capitán, al darse cuenta que la había asustado,
ofreció sus disculpas.
– Os ruego que
me perdonéis por mi impertinencia.
– No os
preocupéis capitán. Es que estaba distraída viendo el mar y pensando en ciertas
cosas. Por favor, acompañadme unos momentos. Este atardecer es maravilloso y me
sentiría muy halagada con vuestra presencia.
La mirada de la princesa era muy especial. Pero su mirada
y su sonrisa juntas, eran una pareja mágica y letal. Nada podía negárseles
cuando actuaban a la vez. El capitán se sintió subyugado por el gesto de la
princesa y se acercó a ella.
– Capitán, he estado pensando en la gente que habita la
Tierra de la Mediocridad y os confieso que me ha dado un temor enorme ser como
ellos.
– Princesa, cuando no se quieren asumir los riesgos de
ser mejor, cuando se tiene miedo a arriesgar para crecer, entonces uno puede
ser como los habitantes de ese desdichado lugar. Cuando se tiene un gran sueño,
una gran meta por alcanzar, la vida cobra sentido. Sin embargo, lo que
diferencia a los grandes hombres y a las grandes mujeres de los demás, es
cuando ese gran sueño se orienta a dar, a entregarse a otros.
– Entiendo capitán, pero ¿podríais ser más claro en lo
último que dijisteis?
– Escuchad princesa. Es muy común que la gente valore a
una persona, primero por lo que tiene, después por lo que hace y por último por
lo que es. Esta es la forma en que los habitantes de la Tierra de la
Mediocridad valoran a los demás. Por esto, aunque algunos tengan muchas cosas materiales
que los hagan diferentes entre ellos, cuando se les valora por lo que son,
todos resultan ser iguales. Así es que una persona valiosa, es aquella que
valora a los demás precisamente de la forma contraria a la que mencioné. Es
decir, una persona valiosa, primero valora a otros por lo que son, después por
lo que hacen y por último por lo que tienen. Desde luego, que para poder ver
así las cosas, uno mismo debe valorarse de la misma manera.
– Comprendo capitán, ¿pero, porqué decís que los grandes
hombres se diferencian de los demás por la forma en que orientan su gran sueño?
– preguntó la princesa con insistencia.
– Bueno, pues porque para ellos su gran sueño,
generalmente es algo que tiene que ver con dar; dar algo de sí mismos para que
a quienes den, sean mejores. Ellos mismos son mejores cada día, continuamente,
y quieren que los demás también sean así. Y entonces, sus metas y objetivos se
encaminan a lograr ese gran sueño y disfrutan cada logro obtenido, fincando su
felicidad en la satisfacción que obtienen al lograr sus metas, orientadas por
ese gran sueño. Y también por esto, cada vez que fracasan, siempre vuelven a
intentarlo, porque saben que para obtener o lograr lo que se quiere, muchas
veces hay que sufrir y a veces se cae, pero siempre habrá que levantarse y
seguir adelante. Cuando se tiene un gran sueño, los problemas, sinsabores o
decepciones solamente son obstáculos a librar; de otra manera se perciben como
grandes barreras que provocan frustraciones.
– Jamás imaginé que en este viaje iba a aprender cosas
tan interesantes. Os confieso capitán, que cuando estaba ante la aristocracia,
me preocupaba mucho por distinguirme de las demás damas por la belleza física.
Quería ser la más bonita – dijo la princesa mirando al cielo azul en el horizonte.
– Tal vez no seáis la princesa más bonita, pero no me
queda la menor duda de que sois la princesa más bella del mundo. Porque la
belleza verdadera no se ve con los ojos, se ve con el corazón – dijo el capitán
de manera firme, pero amable, mirando tiernamente a la princesa.
La princesa Karina se ruborizó y volteó a mirar al
capitán.
– Capitán, decidme, ¿alguna mujer es dueña de vuestro
corazón?
– No. Alguna vez una mujer fue dueña de mi corazón y de
mis sueños. Pero me engañó y se fue. Se asustó cuando vio la magnitud de mi
amor por ella y no tuvo el valor de vivir la gran aventura de crecer conmigo.
Pero eso fue hace muchos años.
– Qué pena me da eso capitán. Es triste que no os hayan
valorado y no hayan visto vuestro corazón. Qué feliz será la mujer que esté a
vuestro lado.
La princesa dijo esto mirando fijamente los ojos del
capitán y tomándole sus manos tiernamente.
El capitán quedó helado y mudo. Fue cautivado con su
mirada y al mirar sus ojos, logró, de manera casi mágica, encontrar un pequeño
espacio que le permitió, por un momento, penetrar en el alma de la princesa. Se
dio cuenta que era un alma solitaria que buscaba amor con desesperación, pero
que de alguna manera se sentía estéril para amar.
La princesa lo
había cautivado desde que la vio. Sin embargo, no eran sus ojos, era su mirada;
no eran sus labios, era su sonrisa; no era su voz, eran las melodías que
emanaban de sus labios cada vez que hablaba. No era su pelo, era esa
hermosísima cabellera negra que desprendía luceros en mágico desfile, cada vez
que el sol se posaba en ella. Era todo el conjunto de sus atributos y virtudes
lo que lo había seducido. No le parecía al capitán que lo que veía fuera algo
cierto, algo verdadero. Se había preguntado frecuentemente si lo que contemplaba
era un sueño.
– Princesa, sé que lo que os voy a decir es una osadía y
tendréis todo el derecho de abofetearme por esto. Pero debo deciros que os amo.
Que desde que os vi, sentí que el amor inundó mi ser con tal intensidad que me
pareció que explotaba por dentro cada vez que os veía.
Hubo un
silencio, tras del cual el capitán continuó.
– Disculpadme princesa. No soy de cuna real, pero mi
corazón no sabe de aristocracias ni realezas. Se ha llenado de vos y es
vuestro, totalmente vuestro, hasta el fin de la eternidad. Me he enamorado de
vos, no solamente por vuestra celestial hermosura, sino por la intensa belleza
de vuestra alma.
– Capitán – dijo por fin la princesa. – Sabed que sois
correspondido. Mi alma se siente plena cuando gozo de vuestra compañía. Mi
corazón late apasionado cuando estoy cerca de vos. He sentido por primera vez
en mi vida el amor maduro, este amor que ha superado las emociones de mi
adolescencia. En este tiempo que hemos compartido tantas cosas juntos, he
sentido mi alma unida a la vuestra, formando una sola entidad. Amadme capitán,
os lo pide la mujer, no la princesa.
Se miraron con gran amor y un beso rubricó el ocaso, que
significó el más bello atardecer de sus vidas.
El capitán dijo a la princesa que deseaba que su amor
cristalizara en el matrimonio, pero que esto lo hacía infeliz, puesto que no él
era noble.
– Recuerda amado mío, que en la Tierra a la que
llegaremos, no existe la realeza y solamente nos unirá el amor o nos separará
la traición.
– Gracias por decir esto. No sabes lo feliz que me haces.
Aguarda, te lo ruego, debo darte algo – dijo el capitán con impaciencia.
El capitán se dirigió a su camarote y abrió el primer
cajón de su cómoda donde se encontraba un pequeño cofrecillo. Lo tomó y regresó
con la princesa.
Se sentó junto a ella y abrió el pequeño cofre con
cuidado. Dentro de él estaban dos anillos de oro con unas piedras muy
brillantes. Eran parecidas a los diamantes, pero tenían un brillo muy peculiar
e inusitadamente intenso. Cogió uno de los anillos y tomando la mano izquierda
de la princesa, colocó el anillo en su dedo anular. Entonces le dijo:
– Amada mía, estos anillos son mágicos. Me fueron dados
en uno de mis viajes por un gran mago; son los anillos del amor. Mientras mi
amor por ti esté vivo, la luz que despide esta piedra preciosa, seguirá
brillando. Su brillo corresponderá a la intensidad de mi amor. Como ves, el
brillo de la piedra es enorme ahora, porque enorme es el amor que siento por
ti. Si dejo de amarte algún día, la piedra dejará de brillar; lo mismo pasará
con el otro anillo si tú me dejas de amar. Sé que me amas, porque la piedra
brilla y cuando dejes de amarme, la piedra dejará de brillar. ¡Guárdeme Dios de
tal momento! Sin embargo, te prometo que a partir de hoy, mi vida se consagrará
a cuidarte, apoyarte y hacerte crecer. Mi amor inmenso se traducirá en mi
entrega incondicional para hacerte feliz. Ahora toma este anillo y colócalo tú
en mi dedo.
Así lo hizo la princesa y ambos anillos brillaron con
gran intensidad en las manos de los enamorados. Después, un beso selló el
compromiso, que sin decirlo con palabras, hicieron ante Dios, allí en el mar
azul.
Todo amor
verdadero implica compromiso. Esto lo sabía bien el capitán, pero no la
princesa.
Cuando el sol
se metía, la princesa comentó al capitán que sus astrólogos le habían prevenido
que su belleza física podría ser el mayor obstáculo para lograr su felicidad y
que tal vez el Oráculo estuviera equivocado respecto a su destino. Ciertamente,
su destino la tenía preocupada, pero la mayor parte de su vida había evadido
esta preocupación, dedicándose a cosas que no la llevaran a preguntarse sobre
el futuro de su vida.
Juntos vieron
ocultarse al sol y juntos sintieron que ambos habían formado una nueva y bella
unidad.
De acuerdo a sus cálculos, el capitán estimaba que
faltaba poco tiempo para arribar a la Gran Isla del Éxito. Sabía que el rumbo
no había sido corregido correctamente, al no contar con la brújula, pero
confiaba en que sus conocimientos y experiencia reorientaran al Skipian en su
rumbo original.
El oficial
Egoísmo no quiso traer su brújula a bordo. El contramaestre se la pidió antes
de partir, por si le pasaba algo a la del barco. Sin embargo, Egoísmo pensó que
sus cosas eran suyas y que no tenía porqué compartirlas con nadie más. Como
veremos después, se arrepentiría de haber actuado así.
Diez días
después, se acercó por estribor una nave de velamen extraño. Parecía que no era
un barco de guerra. A unos metros, alguien de la extraña nave comenzó a gritar
algo en un idioma desconocido, hasta que finalmente se escuchó algo en el
idioma que entendían en el Skipian.
– ¡Eh, los del
barco! – dijo una voz en la nave que se acercaba. – ¡Venimos en paz! ¡Mi señor
desea subir a bordo y entablar amistad con vuestro capitán!
El capitán Líder escuchó la solicitud y consideró que no
habría inconveniente si tomaban las precauciones del caso. Ordenó a sus hombres
tomar sus espadas y estar alertas por si se trataba de una ardid y en realidad
eran piratas que querían realizar un abordaje sorpresa.
El contramaestre gritó a los del otro barco que aceptaban
la visita, pero que debían mantener su barco a una distancia prudente y abordar
con no más de diez hombres.
Del barco exótico, soltaron al mar una lancha pequeña.
Fueron acupándola ocho hombres primero y finalmente el que parecía ser el
personaje principal. Remaron lentamente en dirección hacia el Skipian, hasta
que finalmente llegaron a la escalerilla de estribor.
Subieron a
bordo cuatro hombres desarmados, pero muy fuertes. Después subió a bordo un
hombre ricamente ataviado con indumentaria oriental. Hizo una reverencia y
dijo:
– Soy el
príncipe Ícarus, dueño y señor de las tierras a las que estáis próximos a
arribar y os doy la bienvenida a ellas, si venís en paz.
– Yo soy el capitán Líder, comandante de esta nave y os
doy la bienvenida, si venís en paz – dijo el capitán, subrayando la última
frase.
Los ojos del
visitante miraron al capitán con cortesía, pero también con un gesto velado de
amenaza. En seguida dijo al capitán:
– Tengo algunos
obsequios para vos . Si permitís que mis hombres restantes aborden vuestro
barco, podré haceros entrega de mis presentes. Espero que aceptéis.
– Contramaestre, permitid a los hombres de nuestro
distinguido visitante subir a bordo.
– A la orden capitán – contestó el contramaestre.
Los hombres del príncipe Ícarus comenzaron a subir,
trayendo consigo varias cosas, principalmente frutas frescas, vinos y otros
alimentos.
– Capitán Líder, recibid estos obsequios como muestra de
mi buena voluntad y de mis deseos de ser considerado vuestro amigo.
– Os agradezco mucho vuestra gentileza príncipe Ícarus y
aceptad mi invitación para comer en mi barco esta tarde – dijo amablemente el
capitán.
– Acepto vuestra invitación. Estaré aquí en unas horas –
contestó el príncipe Ícarus, haciendo una reverencia.
En seguida, el
visitante descendió del Skipian y ya a bordo de su lancha, se dirigió a su
embarcación.
Al capitán no le causó buena impresión el príncipe
Ícarus. Algo le decía que no era sincero y que sus intenciones no eran
precisamente las que mencionó. Por otro lado, “¿a qué tierras se refería y de
las cuáles era gobernante?”, reflexionó.
El capitán
tenía razón, el príncipe Ícarus era en realidad el malévolo Belial, aquél de
quien les había advertido a su tripulación. Belial sabía que la princesa Karina
venía a bordo, pues cuando preguntó a sus brujos quien era la princesa más
bella de todos los reinos, le hicieron aparecer una imagen de la princesa
Karina en la superficie de un gran recipiente lleno de un líquido azul. Desde
entonces, Belial decidió que ella debería formar parte de su harén. Se había
convertido en su capricho más importante y ordenó entonces a sus brujos
localizar a la princesa. Cuando así lo hicieron, le indicaron que viajaba a
bordo del Skipian hacia la Gran Isla del Éxito, por lo que se preparó para
interceptar al Skipian durante la travesía.
Por la tarde,
llegó el príncipe Ícarus al Skipian y saludó cordialmente al capitán Líder.
– Agradezco
vuestra invitación nuevamente capitán. Es un honor para mí compartir los
alimentos con un marino famoso como vos – dijo hipócritamente el príncipe
Ícarus.
– Espero que
disfrutéis vuestra estancia – contestó cortésmente el capitán.
– Capitán Líder, no quisiera ser indiscreto, pero mis
embajadores me han dicho que lleváis a bordo a La Princesa más Bella de todos
los Reinos, a la princesa Karina. Si no tenéis inconveniente, desearía
presentarle mis respetos.
– Vuestros
embajadores os han informado bien. Nos satisface enormemente contar con la
presencia en el Skipian de la princesa Karina, a quien escoltamos en misión
especial y a quien hemos ofrendado nuestras vidas para protegerla de cualquier
peligro y de cualquier malnacido que pretenda hacerle daño. Mi tripulación está
muy bien armada y no dudaré un instante en matar a aquél que ose poner siquiera
un dedo sobre su real presencia, sin su consentimiento – dijo el capitán en un
tono firme y amenazante, pero diplomático, y continuó.
– Le comunicaré
vuestro deseo y si ella no tiene inconveniente, nos acompañará a comer en unos
momentos más – terminó el capitán.
– Os agradezco mucho capitán Líder – dijo el Príncipe
Ícarus con un gesto que no ocultaba su perversa satisfacción.
El capitán acompañó al príncipe al camarote principal, en
donde se encontraba una mesa con viandas y vinos exquisitos. Invitó al príncipe
a sentarse y uno de los marinos del Skipian sirvió vino a ambos.
Después de unos minutos, el capitán llamó a Cooperación,
uno de sus fieles marinos.
– Cooperación, decid a la princesa Karina que tenemos un
invitado a comer, y que si no tiene inconveniente, le agradecería que nos
acompañara en cuanto ella así lo disponga.
– Sí capitán, de inmediato – contestó Cooperación y se
dirigió al camarote de la princesa.
Cooperación era uno de los oficiales más estimados por la
tripulación, pues siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros. Muchas
veces no era necesario pedirle su ayuda, pues él mismo se ofrecía ayudar cuando
consideraba que era necesario.
Atendiendo la
orden de su capitán, Cooperación tocó la puerta del camarote de la princesa y
al escuchar contestación, le indicó que el capitán la esperaba a comer con un
invitado.
– Decid a vuestro capitán que estaré con él muy pronto –
dijo la princesa en voz alta y sin abrir la puerta.
En pocos minutos, la princesa se presentó ante el capitán
y lo saludó con una coqueta sonrisa. Éste se acercó a ella, besó su mano y la
acompañó hasta la mesa. El príncipe Ícarus estaba de espaldas a la princesa y
se levantó. Enseguida se acercó a ella e hizo una reverencia. Entonces, el
capitán dijo:
– Príncipe
Ícarus, tengo el gran honor de presentaros a Vuestra Real Majestad, la princesa
Karina.
Cuando lo vio,
la princesa quedó impresionada. Nunca había visto un hombre tan apuesto. El
príncipe Ícarus tenía algo que le llamaba la atención. No sabía que era, pero
algo le atraía.
– Princesa, es un satisfacción indescriptible conoceros.
Jamás pensé encontrar a un ángel a bordo de este barco – dijo zalameramente el
príncipe Ícarus.
– Es un placer conoceros príncipe – dijo sonriente la
princesa, extendiendo su mano.
Antes de sentarse a la mesa, el príncipe dio tres
palmadas y se presentaron ante él dos de sus hombres. Uno de ellos portaba en
sus manos una enorme flor de pétalos guindas y centro amarillo, del tamaño y
forma de un girasol y el otro un objeto dorado sobre un cojín aterciopelado.
– Princesa – dijo el príncipe. – Permitidme obsequiaros
estos presentes, como un humilde tributo a vuestra majestuosa belleza.
Primero le dio
la enorme flor, que a pesar de ser grande, carecía de aroma y sus colores eran
artificiales, como el mismo príncipe. Después tomó el objeto dorado. Era un
espejo de mano, de oro macizo, que tenía la forma de gato. Estaba incrustado
con piedras preciosas alrededor del cristal reflejante y el mango, que
correspondía a la cola del gato, resplandecía con varios rubíes.
La princesa dejó la flor sobre la mesa después de
besarla, y al ver el espejo, quedó maravillada ante tal obra de arte.
Sorprendida, agradeció el obsequio y sin pensar en el capitán, se sentó al lado
del príncipe. Durante toda la comida, éste comenzó a halagarla, haciendo
referencia constante a su belleza y contándole historias exóticas y
describiéndole sus riquezas y posesiones. La adulación comenzó a surtir efecto
y la princesa estaba encantada con el extranjero invitado. A partir de esos
momentos, para ella sólo existía el príncipe. El capitán únicamente era parte
de la decoración del camarote.
El capitán no entendía lo que le estaba sucediendo a la
princesa. Jamás se imaginó que pudiese ser atraída por aquél hombre extraño. Ni
siquiera se preocupó por observar su anillo. El brillo de la piedra había
menguado.
Al terminar de comer, el príncipe Ícarus solicitó a la
princesa que lo acompañara a cubierta para charlar. La princesa aceptó de
inmediato, obsequiándole con una coqueta sonrisa e ignorando totalmente al
capitán. Ante tal situación, el capitán se sintió bastante incómodo. No
entendía la insolente actitud de quien le había pedido que la amara unos días
antes. Se disculpó con ambos y los dejó.
Cuando estaban solos en cubierta, el príncipe le dijo a
la princesa:
– Bella
princesa, sabed que poseo un sillón mágico; es un sillón que vuela a dónde yo
quiera. Os aseguro que volar juntos en mi sillón mágico, será una experiencia
inolvidable.
– Me encantaría
noble príncipe, pero tengo miedo – dijo la princesa.
– Vamos, no
tengáis miedo, soy un experto conductor de sillones voladores – replicó el
príncipe con una sonrisa irónica.
Sabía que
estaba dando resultado su plan. Ahora veía muy cercana la oportunidad de lograr
que la princesa fuera seducida con sus argucias.
– Está bien – contestó ella. – Confío en vos. Debe ser
una experiencia formidable volar en un sillón mágico.
– Ya lo creo – contestó el príncipe. – Ver las cosas
desde las alturas no tiene comparación con nada. Veréis lo mismo que ve un
águila o un halcón. Os aseguro que nadie en vuestra real familia ha visto nada
igual. Vamos, ni siquiera este capitancillo que se dice vuestro protector, pero
que no tiene nada con que defenderos si se presenta el caso. En cambio, yo sí
tengo con que hacerlo. Miles de hombres a mi servicio estarán a vuestros pies
si vos lo deseáis.
La princesa no replicó ante semejante afirmación. Estaba
verdaderamente impresionada con este hombre. El capitán había dejado de estar
en su corazón de manera repentina.
– Princesa,
desde hace mucho tiempo os he estado esperando. Aguardé tanto tiempo este
momento, que mi corazón ansiaba impacientemente vuestra celestial presencia.
Venid conmigo y seréis la reina de mis dominios. Tendréis todo conmigo.
La princesa escuchó esto sorprendida. No lo esperaba del
príncipe.
– Pero príncipe, ¿no os parece precipitada vuestra
propuesta? Hace apenas unas horas que os conozco; además el capitán... – El
príncipe no la dejó terminar e interrumpiéndola, le dijo:
– Para amaros,
no hacen falta siglos. Sólo unos minutos son necesarios para enamorarse de una
mujer como vos. Miles de mortales deben estar perdidamente enamorados de vos
con sólo haberos mirado – agregó el príncipe con adulación e hipocresía, y
continuó.
– Además, ese
marinerito no es digno de vos, ni siquiera pertenece a la realeza. Por otra
parte, es varios años mayor que vos y vuestra juventud merece un joven apuesto
y vigoroso como yo. Soy más alto, fuerte y bello que él. No se puede comparar
mi energía con la de él, que es casi un anciano comparado con vos. Comprended
que la juventud es más importante que la experiencia y conmigo gozaréis más
tiempo la vida. Os juro consagrar mi existencia a cumplir vuestros más mínimos
deseos y estaré pendiente de vos en todo momento. No os dejaré sola por un
instante. Vamos princesa, no lo penséis más, acompañadme de inmediato, os juro
que no os arrepentiréis.
Belial habló de manera muy convincente y la princesa
Karina no advirtió su hipocresía. El príncipe era muy hábil y reconocía de
inmediato la fase más sensible de su víctima.
A pesar de lo atractivo de la oferta, la princesa dudó.
Por un momento recordó al capitán y esto le hizo reflexionar respecto a su
conducta. Sentía que estaba actuando impulsivamente y se preguntaba si debía
hacer caso al príncipe, el terrible Belial, o considerar lo que estaba
sintiendo o había sentido por el capitán.
Belial se
percató de la vacilación de la princesa. Entonces se acercó a ella y se le
quedó mirando a los ojos de manera penetrante. Su mirada era tan potente, que
la princesa tuvo que voltear, alejando sus ojos de aquella mirada
impresionante. Al ver esto, recurrió a otro ardid.
Sacó de entre
sus ropas una cadena de oro, de la que pendía un anillo, que engarzaba a su
vez, a un gran rubí muy hermoso y
refulgente.
– Princesa – dijo – observad esta joya. Es en verdad una
gema de gran hermosura, que solamente podría rivalizar con vuestra belleza.
Observad como brilla con el sol.
La princesa no podía resistir los halagos. Siempre había
buscado ser el centro de atención. Por esto, quedó maravillada con joya tan
hermosa y no pudo quitarle los ojos de encima. Belial, hábilmente, comenzó a
balancear la cadena con el anillo y provocó que la princesa siguiera el rubí
con la mirada. Así, logró por fin hipnotizarla.
Con una enorme sonrisa de satisfacción, se dirigió a la
princesa y le dijo:
– A partir de hoy, yo seré tu dueño y no tendrás ojos más
que para mí. El capitán Líder será para ti únicamente un simple recuerdo y
estarás convencida de que sólo fue una experiencia más en tu vida. Olvidarás lo
que le prometiste, olvidarás que lo amas y te dedicarás hasta tu muerte a mi
servicio. No tendrás que preocuparte por hacer cosas difíciles, pues yo te
facilitaré todo lo fácil. Pronto vendrán por ti mis servidores y no opondrás
resistencia. Vivirás conmigo por el resto de tus días y serás cómoda y
trivialmente feliz. Encontrarás la satisfacción que habías estado buscando y
que sólo creíste obtener en tu soledad. Serás para mí, como esos hermosos
árboles que cultivan en el lejano país de Cipango, bellos árboles pequeños que
no se les deja crecer, aunque tengan varios años de edad. Su hermosura reside
en su limitación para crecer y son preciosos objetos de ornato. Serás como
estos árboles a los que llaman bonsai y disfrutarás siendo así. Aceptarás
resignadamente mi desinterés e indiferencia hacia ti cuando comiences a
envejecer y tu hermosura vaya desapareciendo. Y también aceptarás
resignadamente mi interés por jóvenes mujeres, hermosas y atractivas cuando me
aburra de ti.
– Ahora, al
momento de escuchar una palmada, despertarás y no recordarás nada de lo que te
dije.
Belial dio una palmada y la princesa despertó.
Confundida,
dijo al que creía príncipe:
– Disculpadme, repentinamente me distraje y no puse
atención en lo que me decíais.
– No os
preocupéis princesa. Os estaba mostrando este anillo que quiero obsequiaros.
Lucirá esplendoroso en vuestra real mano. Es incomparablemente más bello que
ese anillo de vidrio corriente que portáis ahora – dijo Belial, mintiendo al
ver el brillo intenso del anillo de la princesa y reconociendo de inmediato al
anillo del amor.
– Gracias
príncipe, es precioso – respondió la princesa.
Belial intentó
quitarle el anillo del amor, que tenía en la mano izquierda, para sustituirlo
por su obsequio. Sin embargo, la princesa no se lo permitió y amablemente le
ofreció la mano derecha, en la cual el príncipe le colocó el nuevo anillo.
El regalo era
parte de las alhajas de la ingratitud.
Estas joyas, en forma de anillos, collares, pendientes, gargantillas, aretes o
pulseras, eran de uso frecuente entre los habitantes de la Tierra de la
Mediocridad. Quien las usaba se olvidaba de agradecer lo que debía agradecer.
Sus portadores creían que lo que se les daba lo merecían y por lo tanto no
debían agradecer el obsequio, fuera éste material o inmaterial. Estaban
convencidos de que todo se lo merecían y al recibir algo, aunque lo pidieran,
no tenían porqué agradecerlo. Mucho menos, agradecer aquello que no habían
pedido.
La princesa
había quedado maravillada con su nueva sortija de la ingratitud sin prestar
atención al anillo del amor que le había dado el capitán, y que seguía
resplandeciendo con gran intensidad.
– Príncipe, tenéis razón, luce espléndido. Ya merecía una
joya como esta – dijo la princesa observando la nueva alhaja en su mano
derecha.
Belial se
acercó entonces a la princesa y la besó en sus labios. Ella se resistió por un
segundo, pero después aceptó el beso con placer, aunque con un temor interno
indescriptible. Abrazó apasionadamente al príncipe y lo besó con más
intensidad. Entonces sintió una culpabilidad momentánea que la hizo separarse
del príncipe. Una angustia terrible acababa de nacer en ella, angustia que ya
no la abandonaría jamás.
– Disculpadme príncipe. Me siento un poco mal. Me
retiraré a mi alcoba, pero espero veros pronto – dijo la princesa, retirándose
a su camarote.
Al alejarse la princesa, Belial no pudo contener una
sonora carcajada, que llamó la atención a más de un marino a bordo.
Satisfecho de su fechoría, se dirigió a la escalerilla
del barco y de inmediato descendió hasta su lancha, ayudado por sus hombres,
quienes se fueron con él. Al darse cuenta de esto, el contramaestre avisó al
capitán, que se encontraba en su camarote.
– Capitán, el príncipe se retira sin dar ninguna
explicación.
– ¿Qué decís contramaestre Confianza? ¡Cómo es eso!
El capitán salió inmediatamente de su camarote y se
dirigió a babor. En efecto, la lancha del príncipe se retiraba hacia su nave.
Todo esto le pareció muy extraño al capitán.
– Contramaestre, ¿sabéis que sucedió?
– No capitán – contestó el contramaestre intrigado. – El
príncipe estaba charlando con la princesa en cubierta y después ella se retiró.
Enseguida, el príncipe se dirigió hasta su lancha y se fue.
– ¿Así nada más, sin despedirse o dar alguna explicación?
– Así nada más capitán – contestó resignado el
contramaestre. – Pareciera que algo lo ofendió o que ya no deseaba estar a
bordo.
– Qué extraño. Esto no me huele nada bien – dijo el
capitán pensativo.
– Perdonad
capitán, pero a mí nunca me agradó el tal príncipe. Además, me dio la impresión
de que cortejaba a la princesa – confesó el contramaestre disgustado.
– La verdad es que comparto vuestro desagrado, pero no lo
creo capaz de tal atrevimiento. Conociendo a la princesa, no creo que se lo
haya permitido. Estad alerta contramaestre. Debemos estar prevenidos contra una
trampa. No confío en las personas descorteses y prepotentes – comentó
preocupado el capitán.
El comandante del Skipian quedó pensativo e intrigado.
“¿Quién era ese personaje tan extraño? ¿De que tierras era dueño y señor? ¿De
verdad sería príncipe?” Decidió charlar después con la princesa para averiguar
más sobre el llamado príncipe. Ordenó levar anclas y continuar la navegación.
Atardecía y en el horizonte no se observaron mas islotes.
Al día siguiente el capitán despertó de buen humor. Todo
estaba bien a bordo y el viaje se presentaba tranquilo. Al ver salir a la
princesa a cubierta, se alegró. Verla era suficiente para colmarse de alegría y
satisfacción.
– Buenos días amada mía – saludó amorosamente el capitán
a la princesa besándole su mejilla.
– Buenos días capitán – contestó la princesa con una
sonrisa amable, pero lejana.
Algo había en su expresión que inquietó al capitán.
– ¿Qué pasa Karina? ¿Sucede algo malo?
– No, nada malo me sucede. Solamente que he estado
pensando en el príncipe. ¿Vendrá hoy a visitarnos?
– Me temo que no. Ayer se fue sin despedirse siquiera. No
sabemos que sucedió.
– ¡Cómo! ¿No dijo si regresaría hoy? – preguntó la
princesa con tristeza y asombro.
– Como dije, no sé nada de él – replicó el capitán en
tono molesto y sin ocultar sus celos.
– No debéis molestaros capitán, solamente os hice una
pregunta y recordad que me debéis respeto – dijo la princesa en un tono de
orgullo y soberbia.
– Karina
reacciona, ¿qué te pasa? ¿Qué te dio ese sujeto prepotente y anodino? –
preguntó intrigado el capitán.
– ¡Nada! ¡Por supuesto que no me dio nada! ¡Y no lo
llaméis así! – contesto molesta, levantando la voz.
– Karina, amor mío, piensa por favor. Pareciera como si
repentinamente te hubieras enamorado de ese extraño, olvidándote de lo que
sientes por mí.
– Capitán, debéis disculparme, pero creo haberme
confundido con vos. Os tengo aprecio y estimación, pero no creo amaros.
Ciertamente, el príncipe Ícarus ha provocado sentimientos profundos en mí desde
que lo vi y creo que a él si lo amo.
– Pero, Karina, no te dejes deslumbrar tan fácilmente.
Hombres como él solamente buscan divertirse por un momento, después te
olvidarán. Me parece que te equivocas.
– Capitán, es posible que sea cierto lo que decís, pero
quiero tener el derecho a equivocarme. Yo sabré lo que hago. Os suplico no
intervenir más en mi vida.
Esta respuesta, pero sobre todo el tono de ella,
sorprendió al capitán. “¿Qué había pasado?” se preguntó a sí mismo. “¿Qué había
pasado con la princesa, aquélla que le había confesado su amor y de quien se
había enamorado perdidamente?” Realmente se había quedado perplejo. Parecía que
tenía ante sí a otra persona.
– Disculpad mi atrevimiento, Majestad. Si en algo puedo
serviros, no dudéis en avisarme. Estoy a vuestro servicio, cumpliendo órdenes
de la Reina Juana. Con vuestro permiso – dijo el capitán en tono grave,
haciendo una caravana y retirándose.
La princesa quedó desconcertada. Ella misma no daba
crédito a lo que estaba pasando. Se había comportado de manera grosera con el
capitán Líder, de quien había recibido sólo cosas positivas: apoyo, confianza,
interés, pero sobre todo amor. Un amor como el que nunca había pensado recibir.
¿Qué le estaba pasando? El príncipe le había hecho algo, de eso estaba segura. Ahora
el capitán no significaba nada en su corazón, en cambio sólo pensaba en el
príncipe Ícarus. Pensó que la flor que le había obsequiado era la responsable
del cambio, por lo que regresó a su dormitorio por ella y la arrojó al mar. No
obstante, todo seguía igual en ella.
Se encontraba confundida. Recordaba el ofrecimiento del
príncipe y le atraía sobremanera, tanto volar en el sillón mágico, como vivir
con ese hombre tan interesante. Sin embargo, sentía un gran remordimiento por
lo hecho al capitán, a ese hombre que le había atraído tanto, por el que había
sentido un cariño inmenso y que era su mejor amigo hasta entonces. Quería estar
segura de que amaba ahora al príncipe, quien había sido capaz de desplazar al
capitán de su corazón.
Preocupada, pasó todo el día en su camarote, sin siquiera
salir de él para comer. Estaba muy confundida. Extrañaba mucho a sus mejores
amigas: la Duquesa Inseguridad y la Condesa Trivialidad. A ellas siempre
les consultaba lo que debía hacer y hacía siempre lo que le aconsejaban, aunque
no fueran acertados sus consejos. Ahora ella tenía que decidir por sí misma y
no estaban sus amigas para consultarlas. Sentía una afinidad muy especial con
ellas porque siempre le apoyaban con una salida fácil y cómoda, cuando
necesitaba una respuesta para evitarse problemas. No se daba cuenta de que sus
amigas serían dignas habitantes de la Tierra de la Mediocridad. Por supuesto
que ellas le habrían recomendado que se olvidara del capitán y que se fuera con
Ícarus, ¡precisamente por las mismas razones que le había dado el príncipe
antes de hipnotizarla!
Por su parte, el capitán se hallaba terriblemente triste.
No lo podía creer. La mujer que había idolatrado, se había convertido en
alguien extraña. Más bien se comportaba como una niña caprichosa, que al ver un
juguete bonito, tiraba el juguete que decía preferir sobre los demás.
Esta situación hizo que el capitán perdiera la
concentración en el mando de la nave. Absorto en sus pensamientos y
decepcionado, el capitán se fue a su camarote. Desconcertado y triste se quitó
su anillo y lo guardó en el pequeño cofre que antes lo había contenido,
esperando por años a quien darlo. Finalmente regresó el cofrecillo a un cajón
de su cómoda.
El
contramaestre se dio cuenta de la situación del capitán y se hizo cargo del
Skipian.
Por no tener
brújula, el Skipian había desviado su rumbo; se acercaba peligrosamente a la
Tierra de la Mediocridad y el contramaestre hacía cálculos para retomar el
rumbo. No quiso comentar con el capitán la situación, hasta no estar seguro de
la nueva posición del Skipian. De cualquier manera estimaba que con la llegada
del nuevo día, podría orientarse mejor.
La noche transcurría tranquila y el viento había dejado
de soplar, por lo que el barco casi no se movía. La quietud era casi total. Sin
embargo, de forma casi imperceptible se escucharon ruidos en el agua, como de
remos. El timonel no prestó mucha atención a estos ruidos, pues supuso que se
trataba de los delfines que nadaban cerca del barco.
Por babor, comenzaron a subir pequeños hombrecitos con
las orejas picudas, grandes pies y algunos con barbas. Eran los terribles gnomos, los servidores más fieles de
Belial, que habían venido a secuestrar a la princesa. Todos los gnomos se
llamaban Miedo y se distinguían por su segundo nombre. Subieron a bordo del
Skipian, los cinco gnomos más queridos por el rey de la Isla de la Mediocridad:
Miedo a Ser, Miedo a Crecer, Miedo a Amar,
Miedo a Comprometerse y Miedo a Intentar. Estos malvados enanos
de las profundidades terrestres, eran los más perversos y los más eficientes
para atrapar a quienes habitarán la Tierra de la Mediocridad. Cuando actuaban,
no dejaban escapar a nadie. Eran extraordinariamente eficientes y todo aquél
que atrapaban, era llevado a vivir a la Tierra de la Mediocridad; a vivir allí
felizmente mediocre.
Sigilosamente se movieron por cubierta hasta llegar al
camarote de la princesa. Como tenía echado el cerrojo la puerta, tuvieron que
golpear fuerte para romperlo. La princesa se despertó, pero no gritó, como
resultado de la hipnosis de Belial. Los gnomos la tomaron de las manos y la
condujeron hasta cubierta, para llevarla hasta la lancha en que habían llegado.
Un gnomo llevaba consigo una bolsa con cosas personales de la princesa,
obedeciendo la orden de su amo.
El capitán no podía dormir pensando en su amada y cuando
escuchó el ruido que hicieron los gnomos para romper la puerta del camarote de
la princesa, se levantó de su cama y rápidamente tomó su espada. Cuando salió a
cubierta observó que dos hombrecillos ayudaban a la princesa a descender del
barco hasta una lancha que se encontraba en estribor.
Como impulsado por un resorte, el capitán corrió hasta
donde estaban los gnomos.
– ¡Alto malditos! ¡Dejad a la
princesa! – gritó el capitán con su espada en la mano.
En ese momento
el timonel gritó:
– ¡Alarma, alarma! ¡Hemos sido abordados!
El capitán se lanzó sobre los gnomos y alcanzó a ver a la
princesa cuando abordaba la lancha. Parecía como sonámbula, pues no ofrecía
resistencia. Se movía muy dócilmente. No sabía si iba por su voluntad, pero
ella le dirigió al capitán una mirada angustiosa y desesperada. Esta fue la
última imagen que vio el capitán de la princesa, antes de perder el
conocimiento, como resultado de un golpe que recibió en su cabeza por la
espalda. Tres gnomos, subidos uno encima del otro, se habían acercado al
capitán y el que estaba hasta arriba lo golpeó fuertemente con un mazo de
madera.
Una gran confusión se produjo a bordo. Los marineros se
habían despertado con los gritos y los ruidos, y salieron a cubierta. El
contramaestre Confianza reaccionó tarde. Cuando se dio cuenta de la situación,
la lancha con los gnomos y la princesa ya se encontraba lejos del Skipian.
Repentinamente, el barco fue sacudido por un fuerte
impacto. Una enorme red cayó sobre el Skipian. Fue realmente asombroso lo que
sucedió y nadie daba crédito a lo que veía. Pareciera como si un pescador
gigante hubiera echado sus redes sobre el barco. La red estaba hecha de gruesas
y fuertes cuerdas e inmovilizó la nave por completo. Había viajado por los
aires, desde el palacio de Belial hasta el barco, impulsado por fuerzas
poderosas y maléficas de los brujos del falso príncipe Ícarus.
Los gnomos
estaban contentos con su triunfo y sus risas eran tan fuertes que se escuchaban
claramente aunque su lancha estuviera muy lejos del barco.
Todos los marinos comenzaron a golpear fuertemente con
sus espadas las cuerdas de la red, para romperla y así poder librarse de ésta.
Su esfuerzo fue inútil, la red no se rompía. Parecía estar hecha de acero.
Pesimismo dijo entonces:
– Es inútil,
nos quedaremos atrapados para siempre. Mejor no hubiéramos salido de nuestra
tierra. Sólo vamos al encuentro de la muerte.
Estas frases impresionaron a los demás marineros quienes
comenzaron a dejarse caer sobre la cubierta. Entonces, el oficial Optimismo les
dijo:
– Amigos, escuchad. Nadie puede modificar el pasado. Así
es que cuando decimos hubiéramos, estamos desperdiciando nuestro tiempo. Nada
podemos hacer respecto al pasado. Pero siempre podemos hacer algo por el
futuro, y el futuro que queremos está en la Gran Isla del Éxito. Por lo tanto,
no nos desanimemos. Lo que tenemos que hacer es redoblar esfuerzos para
librarnos de esta red y después ver la manera de salir de este lío.
Sus compañeros se animaron y comenzaron nuevamente su
tarea. Entonces, el capitán Líder recobró el sentido y pronto se dio cuenta de
la situación. La enorme red con que estaba atrapado el Skipian era de cuerdas
fuertes y gruesas. Vio a sus hombres esforzándose para cortarlas, sin obtener
resultados.
Era la Red de la Incertidumbre. Esta red
inmoviliza y muchas veces desespera. La red estaba hecha de cuerdas que los
brujos de Belial habían hechizado. No podían ser cortadas por espadas comunes,
por muy afiladas que estuvieran. Sólo espadas hechas con el acero de la fe en
los demás y templadas con la seguridad en uno mismo, podían cortar la red
mágica.
De toda la tripulación, únicamente el capitán tenía una
espada de esa naturaleza. El capitán tomó su espada y golpeó con fuerza los
cables de la red. Comenzaron a romperse algunas cuerdas, pero aun así, éstas
eran muy duras y el capitán pronto se cansó de tanto golpear con su espada a la
red. Así es que los demás marineros empezaron a ayudar. Con todas sus fuerzas
golpeaban las cuerdas de la red y cuando alguien se cansaba, otro lo sustituía.
Finalmente rompieron las suficientes cuerdas como para librarse de toda la red.
Esta maniobra les llevó mucho tiempo. Mucho más tiempo del que los gnomos
necesitaron para llevar a la princesa hasta el palacio del malévolo Belial.
Por fin, el Skipian se hallaba libre de la mágica red.
Amanecía ya y la tripulación estaba exhausta. Después de descansar unas horas y
comer algo, el capitán reunió a la tripulación en cubierta.
– Amigos, como han podido ver, ha sucedido algo terrible.
La princesa Karina fue secuestrada.
– ¿Quién pudo
ser, Capitán? – preguntó Optimismo.
– Solamente pudo ser el maldito Belial.
– ¿El rey de la Tierra de la Mediocridad? – preguntó a su
vez Cooperación.
– El mismo. Estoy seguro que el príncipe Ícarus y Belial
son la misma persona. También estoy seguro de que hechizó a la princesa.
Solamente así me puedo explicar su conducta. Pobre princesa Karina – terminó
con voz triste.
Optimismo dijo
entonces:
– Capitán no os
pongáis triste. Hagamos algo para rescatar a la princesa. Tengo la certeza de
que juntos podemos elaborar un plan para rescatarla. ¡Ánimo capitán!, veréis
como pronto estará de regreso.
El capitán cambió su semblante y dijo con determinación:
– Tenéis razón, buen amigo. Pensemos juntos y elaboremos
un buen plan de rescate.
Entretanto, la princesa se encontraba ya en el palacio de
Belial. Los gnomos avisaron a su amo que habían cumplido su misión. La princesa
estaba desconcertada. Todo parecía haber sido un sueño del cual no podía
despertar aún. La habitación en la que se encontraba era lujosa y confortable,
tenía a su disposición varios sirvientes que le proporcionaron ropa nueva y
escogió un vestido muy elegante, que destacaba su figura y se lo puso. Se vio
en el espejo y estuvo conforme como lucía. Su atención estaba fija en el espejo
y reflejado en él, repentinamente, apareció el terrible Belial. Mayúsculo fue
el susto que se llevó la princesa, pues no lo había escuchado entrar en su habitación.
Al verlo, se sorprendió. Era un hombre que jamás había visto, con un rostro
barbado que no reflejaba una edad precisa, pero que irradiaba antipatía y
prepotencia. Indignada se dirigió a él.
– ¿Quién sois vos y que hacéis aquí?
– Bienvenida a mi reino princesa. Yo soy tu amado
príncipe.
– ¡Mentís farsante! Quien me trajo aquí es el apuesto
príncipe Ícarus, que es muy distinto a vos – replicó la princesa molesta.
– No te alteres bella princesa – dijo sereno Belial. Dio
dos palmadas y en seguida apareció un sirviente que llevaba una charola de
plata, sobre la cual había una jarra y una copa, ambas de oro. Tomó la jarra y
sirvió en la copa algo que parecía vino. Asió la copa y se la ofreció a la
princesa.
– Toma princesa, debes tener sed. Toma y escúchame. Te lo
ruego.
La princesa, molesta y asombrada, tomó la copa y bebió su
contenido. Ciertamente tenía un sabor a vino, pero distinto a los que antes
había probado.
– El príncipe Ícarus y yo, Belial, rey de la Tierra de la
Mediocridad, somos la misma persona. Soy un hombre magnífico que ha obtenido
grandes poderes durante los mas de mil años que tengo de existir. Estos mismos
poderes me han permitido vivir los años que he vivido y los que me faltan por
vivir. También me permiten adoptar varias apariencias, según mi agrado. Así es
que, bajo la apariencia del príncipe Ícarus, me presenté ante ti. Sabía que mi
apariencia física y mi arrogancia sería el mejor atractivo para una mujer como
tú – dijo Belial con firmeza, y continuó:
– Nunca había
tenido una mujer tan bella como tú y fue mi deseo tenerte conmigo. Conocerás a
mis demás mujeres y podrás comprobar lo que te digo.
– No puede ser posible esto. Os estáis burlando de mí.
Llamad inmediatamente a mi amado príncipe Ícarus y agradeced que no os mando
decapitar por vuestra osadía.
Belial comenzó a reír con sonoras carcajadas. Le había
causado gracia el desplante de la princesa.
– Bella princesa, aunque quisiera, no puedo ordenar mi
propia decapitación y menos por un capricho tuyo. Enseguida demostraré lo que
te dije.
Dicho esto, Belial lanzó hacia arriba un puñado de polvo
rojo, que se expandió como humo y por un momento lo ocultó. Al despejarse el
humo, apareció el príncipe Ícarus, con la misma expresión e indumentaria con
las que lo conoció la princesa.
La princesa quedó asombrada. Ante sus ojos estaba el
príncipe Ícarus. Parecía como una ilusión óptica. Eso pensó hasta que el propio
príncipe comenzó a hablar.
– Ante vos, princesa adorada, se encuentra Ícarus,
vuestro admirado príncipe – dijo irónicamente Belial, con la misma voz y gestos del hombre que maravilló a la
princesa Karina.
– No puede ser posible esto. Si sois en realidad Belial,
rey de la Tierra de la Mediocridad, ¿porqué no os presentasteis como tal ante
mí?
– Porque con mi
apariencia no hubiera resultado atractivo para ti. En cambio, como Ícarus,
logré llamar tu atención y hasta obtuve tu amor, ¿no es cierto? – le dijo
sonriendo y en tono sarcástico.
– No estéis tan seguro de que tenéis mi amor. Ahora me
doy cuenta de que fuisteis sólo una ilusión que me deslumbró y me hizo cometer
un gran error. Me engañasteis vilmente. Dejadme ir de inmediato – dijo la
princesa en tono imperativo.
– Mucho me temo que no será posible mi querida princesa.
Te deseo sólo para mí. Este ha sido mi capricho desde que vi tu rostro en la
imagen que me mostraron mis brujos. Es una satisfacción personal muy especial
tenerte en mi harén con mis otras mujeres. Todas son muy bellas, y provienen de
todos los lugares de la Tierra, pero ninguna es como tú. Mientras dure tu
belleza y juventud, serás mi preferida.
– No lograréis vuestro propósito. Afortunadamente el
capitán Líder me ama y estoy segura que vendrá a rescatarme.
Una espontánea y estruendosa carcajada salió de la boca
del malvado Belial.
– No dudo que intente rescatarte, pero aunque lograra
llegar hasta aquí, tú no lo acompañarás y te quedarás aquí para siempre.
– Os equivocáis. En cuanto se aparezca, tened la certeza
de que me iré con él.
– Aunque quieras irte, habrá algo más fuerte que te lo
impedirá. Algo que te atará a mí para siempre.
– No sabéis lo que decís. Vos sólo me dais asco. No me
inspiráis más que desprecio y no quiero nada de vos – exclamó la princesa,
quitándose el anillo que le había regalado Ícarus y arrojándolo con fuerza al
suelo.
Repentinamente, el capitán volvió a estar en su mente y
en su corazón. Ahora, sin el anillo de la ingratitud, reconocía lo que él había
hecho por ella y todo lo que le había dado en el lapso en el que se trataron y
se enamoraron, y en el que construyeron una hermosa amistad.
– Aun sin
tenerlo a mi lado, en estos momentos siento que amo al capitán Líder más que a
nadie en el mundo. Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui y que sólo me dejé
llevar por un arrebato pasional. Me doy cuenta que mi amor por el capitán Líder
está más firme que nunca y sólo quiero estar con él para entregarle todo mi
amor – dijo de manera categórica.
– Tal vez eso sea por el momento, pero en unos minutos
será distinto. Pronto empezará a surtir efecto el brebaje que bebiste hace unos
momentos. Entonces tu conducta cambiará y te volverás mi más fiel servidora.
La princesa recordó el vino que había tomado en la copa
de oro.
– ¡Malvado, me habéis engañado nuevamente! – le gritó la
princesa con evidente desprecio.
– Tendrás que perdonarme, pero solamente así pude tenerte
conmigo para siempre.
– Malvado, os
arrepentiréis de esto – dijo resignada la princesa.
– Que descanses princesa, pronto tendrás la satisfacción
de servirme – terminó irónicamente Belial y se retiró sonriendo.
La princesa comenzó a llorar desconsolada y poco a poco
comenzó a sentir una extraña necesidad de permanecer en el lugar donde estaba.
El brebaje mágico comenzaba a surtir efecto. Se encontraba ya en el lugar en el
que tanto temía estar: la Tierrade la Mediocridad y curiosamente, no sentía la
necesidad de abandonarla.
Mientras tanto en el Skipian, el capitán y sus marinos
elaboraban un plan para rescatar a la princesa. Muchas ideas surgieron de todos
ellos, pero ninguna parecía muy realizable. Finalmente el contramaestre dijo:
– Capitán, pienso que lo primero que tenemos que hacer es
averiguar donde se encuentra la princesa. Es decir, es seguro que se encuentra
en el palacio de Belial, pero hay que saber con precisión el lugar donde se
ubica ella. Cuando sepamos en donde está, podremos idear una forma de llegar
hasta ella, sin que la guardia se percate de nuestra presencia. Debemos
reconocer que no tenemos la fuerza suficiente para enfrentar a los hombres del
maligno rey que secuestró a la princesa, pues ellos son varias veces más que
nosotros.
– Estoy de acuerdo con vos contramaestre, es lo mas
conveniente. Sin embargo, ¿cómo haremos para llegar hasta el palacio sin ser
vistos? – preguntó el capitán.
– Creo que yo sé como – dijo el oficial Optimismo.
– Hablad – le apremió el contramaestre.
– Podemos
enviar a uno de nosotros hasta el palacio donde se encuentra la princesa,
disfrazado de gnomo, para que pueda llegar hasta ella.
– Estás loco –
le contestó Pesimismo. – ¿No sabes que los gnomos son como enanos de largos
pies y orejas puntiagudas? Con tu tamaño de ropero, ¿quién te creería que eres
un gnomo?
– Esperen,
nunca dije que yo me disfrazaría. Solamente uno de vosotros podría ser el
indicado – replicó Optimismo.
– ¿Quién? – preguntaron todos.
– Creo que... ¡Astucia!
– respondió Optimismo, señalando al aludido.
Astucia era el nombre de un marinero que iba a bordo. Era
el más pequeño de todos, pero era muy inteligente y vivaz.
Sorprendido, el marinero Astucia exclamó:
– Aguardad,
ciertamente soy pequeño, pero no sé si mi tamaño sea el de un gnomo. Nunca he
visto uno.
– Tiene razón – dijo el capitán. – Un gnomo es más
pequeño que él. Creo que debemos descartar ese plan.
– No capitán – interrumpió Optimismo. – Si Astucia va de
noche y le colocamos unas puntas de zapato en sus rodillas, cuando vea que
alguien lo puede observar, se hincará y así su estatura se reducirá y hará
creer a quien lo vea que está de pie, porque las puntas de los zapatos en sus
rodillas, parecerán sus pies.
– Tenéis razón. Me parece magnífica la idea. ¡Manos a la
obra! – exclamó entusiasmado el capitán.
Varios marinos ayudaron en la elaboración del disfraz.
Como no tuvieron forma de lograr que las orejas de Astucia parecieran
puntiagudas de manera natural, hicieron un gorro que le tapara las orejas.
También hicieron unas barbas postizas de las de otro marino, que tuvo que
sacrificar las suyas para un noble fin. Astucia se probó el disfraz y después
de varios arreglos, quedó listo. Hincado parecía un gnomo y el capitán estuvo
satisfecho con la apariencia de Astucia
Entretanto, el Skipian se acercó la Tierra de la
Mediocridad lo suficiente para que una lancha pudiera llegar a ella sin
dificultad en poco tiempo. Al atardecer bajaron una lancha y la mantuvieron
atada al barco, para que en la noche pudiera ser abordada por Astucia y un par
de remeros.
Al anochecer todos estaban listos. Hacía dos horas que el
sol se había ocultado y la luna comenzaba a ser más luminosa en su cuarto
menguante. Astucia se despidió del capitán y éste le dijo:
– Astucia, os agradezco vuestra disposición. Recordad que
vuestra misión es ubicar el lugar exacto en el que se encuentra la princesa y
estudiar la forma en que podamos llegar a ella sin ser vistos, y así poder
rescatarla. No hagáis nada más que esto. En cuanto tengáis la información,
regresad de inmediato al barco. Confiamos en vos. Tened mucho cuidado y os
deseo la mejor de las suertes.
– Gracias capitán. No os preocupéis, regresaré lo más
pronto posible.
La lancha comenzó a avanzar en dirección de la Tierra de
la Mediocridad y tras media hora, arribaron a una playa que se encontraba en
una pequeña bahía. Astucia bajó de la lancha y corriendo, se internó en la
maleza. Mientras tanto, los marineros que iban con él arrastraron la lancha
tierra adentro y la ocultaron muy bien entre varios arbustos. Ellos tenían que
esperar a Astucia para regresar juntos al Skipian.
Después de unos minutos, Astucia reconoció mejor el
terreno y se dio cuenta que había un sendero ancho que parecía conducir a un
lugar importante. Comenzó a caminar y después de varios minutos de caminata
pudo ver a lo lejos un gran palacio iluminado por varias antorchas. Calculó que
en una hora estaría allí.
Cuando llegó cerca de la gran puerta del castillo, se
detuvo a pensar en la forma de burlar a los guardias. Se aproximó a unos cinco
metros de ellos y de inmediato se hincó. Revisó que sus barbas postizas
estuvieran bien puestas y que el gorro le tapara sus orejas. Entonces gritó:
–¡Eh guardias! ¡Venid pronto!
Los guardias voltearon a verlo y se acercaron corriendo a
él. Señalando hacia el camino, Astucia les dijo:
– Me pareció ver algunos extraños cerca del camino, creo
que debéis cercioraros.
Los guardias se alejaron hacia el camino, portando sus
lanzas y dejaron la puerta principal libre. Entonces Astucia se levantó y
corriendo, se internó en el palacio. Aunque Astucia lo desconocía, los soldados
obedecían a los gnomos, por ser éstos los preferidos del Rey.
Por la hora, no había gente en los alrededores, así es
que le fue fácil ingresar al palacio. Protegido por la oscuridad, Astucia se
internó por un gran pasillo, al final del cual se veía una intensa luz. Caminó
por este pasillo y descubrió que desembocaba en un amplio salón que parecía ser
un comedor, pues había una gran mesa con manjares sobre ella. En uno de sus
extremos había una silla de respaldo alto exquisitamente labrado. No observó a
nadie y se acercó a la mesa. Como tenía hambre, tomó una fruta de un recipiente
y comenzó a comerla. Entonces escuchó voces y buscó donde esconderse. Vio una
cortina que cubría un muro cerca del pasillo y se escondió detrás de ella.
Astucia observó que se acercaba un individuo ricamente
ataviado, acompañado por un ser pequeñito de grandes pies y orejas puntiagudas;
era barbado y de nariz afilada. Su voz no correspondía a su tamaño, pues era
más bien grave. Por fin había visto personalmente a un gnomo. En cuanto a la
otra persona, pronto se dio cuenta de que era Belial. Su personalidad tenía
algo de sobrenatural y su apariencia era muy distinta a la del príncipe Ícarus.
Incluso su voz era muy distinta, sonaba como hueca, como surgida de un abismo.
Estos personajes se acercaron a la mesa y apareció
entonces un sirviente que retiró un poco la silla de respaldo alto para que se
sentara Belial. El gnomo permaneció a su lado de manera respetuosa. Entonces
éste se dirigió a su amo y le dijo:
– Mi señor, disculpadme, pero he notado que la princesa
no tiene guardia en su habitación y aunque está en el primer nivel, ¿no sería
prudente apostar un par de guardias para impedir que huya? Sobre todo,
considerando que su alcoba está cerca de las escaleras – preguntó el gnomo
Miedo a Ser.
– No hay ningún
problema, mi fiel servidor. No es necesaria ninguna guardia. La princesa no
intentará escapar. Se siente muy bien aquí y no le falta nada. Además, si
intentaran un rescate esos tontos del barco, difícilmente pasarían de la playa,
pues tengo más de cien hombres vigilando en distintos puntos. Y en el remoto caso
de que pudieran pasar, la guardia del palacio es suficiente para aniquilarlos
antes de que pusieran un pie dentro.
– Pero mi señor, y si no tratan de llegar a descubierto,
sino por medio de alguna artimaña, ¿qué haremos?
– No me
preocupo, la princesa ha tomado un brebaje que prepararon mis brujos y aunque
ella quiera, no podrá irse. No tiene voluntad propia ahora. Inconscientemente
opondrá resistencia, sentirá que es detenida, y solamente muerta o sin sentido
se la podrían llevar. Como ves, es casi imposible que pudieran rescatarla.
Ahora te puedes retirar, voy a cenar.
– Si mi amo, con vuestra anuencia – dijo el gnomo al
retirarse.
Astucia esperó a que el rey terminara de cenar. Cuando
esto pasó, Belial se dirigió a las escaleras que llevaban al primer nivel y
subió por éstas, para dirigirse seguramente hasta sus habitaciones. Ahora
Astucia conocía muchas cosas importantes, sólo faltaba ubicar de manera precisa
la alcoba de la princesa. Sabía que estaba en el primer nivel y cerca de las
escaleras. Necesitaba llegar a ellas y luego subir. Aparentemente no sería
difícil hacerlo. Estaba saliendo de su escondite, cuando aparecieron dos
sirvientes que se dirigieron a la mesa para retirar los platos y la comida
sobrante de la cena. Los minutos que tardaron en realizar su tarea, le
parecieron siglos. Por fin se retiraron y después de unos momentos, al
asegurarse de que no había nadie más en el salón, se encaminó a las escaleras y
comenzó a subir sigilosamente.
Al llegar al primer nivel, se acercó a la primera puerta
que encontró y trató de abrirla, pero tenía echado el cerrojo. Fue inútil su
esfuerzo por abrirla y no intentó forzarla, pues consideró, por lo que había
dicho el gnomo a su amo, que allí no estaría la princesa. Caminó cautelosamente
por el ancho pasillo hasta una segunda puerta. Se acercó y accionó la manija,
sin encontrar resistencia. Abrió la puerta muy cuidadosamente, sólo lo
suficiente para asomar primero su cabeza y observó a su alrededor, no viendo a
nadie. Sin embargo, el perfume de la princesa era inconfundible. Estaba seguro
de que, al menos, allí había estado ella, pero se dio cuenta de que la cama
estaba vacía y decidió penetrar en la habitación. No la veía por ningún lado.
Entonces se acercó a una pequeña puerta que estaba entreabierta. Era la puerta
que daba al balcón. Cuando se asomó, pudo ver a la princesa de perfil. Se quedó
maravillado con el cuadro que tenía ante sí. La luna iluminaba tenuemente su
rostro, y se veía triste y melancólica, pero su belleza no menguaba. Su perfil se
dibujaba sobre un plata intenso de la luna, y comprendió entonces porqué el
capitán se había enamorado de aquella mujer.
Entonces
escuchó la voz de la princesa y pensó que había alguien con ella, por lo que se
espantó. Cuando recobró la calma, se acercó más y se percató de que no había
nadie. La princesa hablaba sola.
– Ojalá pudiera
decirte cuanto te amo capitán Líder y cuan arrepentida estoy de haber hecho lo
que hice. Me siento tan sola, que sólo me consuela saber que me amas y quisiera
hacer hasta lo imposible por conservar tu amor. Me doy cuenta que es tan
difícil que alguien ame tan profundamente, que lamento no haberte valorado.
Astucia se
percató de que el anillo que tenía la princesa en su mano brillaba, intensamente. Lo había ocultado con su mano,
pero al quitarla de éste, el anillo parecía de fuego. No entendía qué clase de
gema era esa que tenía luz propia.
Pensó en acercarse a ella y decirle que pronto la
vendrían a rescatar. Incluso pensó, por un momento, llevársela él mismo. Sin
embargo, recordó lo que había dicho Belial respecto al hechizo y prefirió no
hacerlo. Tenía ahora la información que necesitaba el capitán. Era momento de
regresar al Skipian.
Estaba dispuesto a retirarse, cuando escuchó a la
princesa sollozar y oyó un extraño ruido. Era como si cayeran al suelo
fragmentos de cristal. Intrigado, se volvió a acercar cuidadosamente y observó
varios diamantes esparcidos en el piso. Sorprendido, vio que las lágrimas de
amor que derramaba la princesa caían al suelo en forma de diamantes. Entonces
se tendió en el piso y de manera hábil, recogió varios de esos diamantes sin
que la princesa se diera cuenta y los guardó en su bolsa.
Descendió silenciosamente las escaleras y se dirigió al
pasillo por el que se había internado al salón. Al llegar al final del pasillo,
escuchó voces. Se quedó paralizado e intentó regresar por el mismo camino, pero
oyó más voces de alguien que se acercaba precisamente en esa dirección. Si
regresaba, quedaría atrapado a la mitad del pasillo, por lo que avanzó hasta el
final de éste, hacia la salida, y en un área sombreada se hincó. Se aproximaron
tres guardias armados, charlando animadamente. Al verlo, lo saludaron con una
reverencia y continuaron su camino. Astucia respiró profundo y secó gruesas
gotas de sudor que perlaban su frente.
Rápidamente se retiró del pasillo y se dirigió a la
puerta principal. Ahora el problema era distraer a los guardias de la puerta.
Afortunadamente habían cambiado la guardia y no estaban los mismos hombres a
los que había engañado a su llegada. Decidió recurrir a la misma estratagema
que usó con los otros, pues se dio cuenta de que los gnomos tenían poder sobre
los guardias; así es que nuevamente se aproximó y cerca de ellos, se hincó y
les dijo:
– Guardias, acudid con vuestro capitán al salón. Yo
vigilaré la puerta hasta que envíen relevos.
Los guardias
cumplieron la orden de inmediato y cuando vio que se alejaban lo suficiente,
emprendió la carrera por el sendero que lo conducía a la playa. Cuando llegó a
ella, sus compañeros estaban dormidos cerca de donde habían ocultado la lancha.
Los movió para despertarlos y uno de ellos dejó escapar un sonoro grito cuando
despertó y lo vio.
– Calla impertinente, nos van a descubrir. Soy yo,
Astucia.
– Perdona
compañero, pero es que, disfrazado, no pareces humano. Estás muy feo – le
contestó asustado el marinero.
– Apresurémonos
a salir de aquí – dijo Astucia.
Cuando se
disponían a sacar la lancha de su escondite, escucharon algunos ruidos. De
inmediato se escondieron los tres entre los arbustos, observando como se
acercaba un grupo de hombres armados. Éstos se dirigieron a la playa y cerca de
las olas se detuvieron unos momentos, observando el mar. Astucia y sus
compañeros no escucharon bien lo que decían, pero seguramente su presencia
obedecía al grito que lanzó el marinero cuando se asustó.
Se acercaron un poco más a las olas y dos de los hombres
regresaron por donde vinieron, mientras que el resto se quedó en la playa. En
pocos momentos regresaron los dos hombres que se habían ido, con una antorcha,
varias ramas y troncos. Hicieron una fogata y permanecieron sentados cerca de
ella. Era claro que tenían la intención de hacer guardia en ese lugar por toda
la noche.
Al ver esto, Astucia se dirigió a sus compañeros y casi
susurrando les dijo:
– Tendremos que esperar a que se vayan. No podemos
exponernos. Son cuatro veces más que nosotros y están armados. Aguardaremos
hasta que se vayan o hasta que se presente una mejor oportunidad.
Llegó el amanecer y los soldados seguían haciendo guardia
en la playa. Dos horas después, se presentó otro soldado. Algo les dijo a los
demás y se retiraron todos. Esperaron unos momentos y Astucia se acercó hacia
donde se habían ido los soldados. Observó que se dirigían a otro lugar alejado
de ellos.
Regresó corriendo hasta donde estaban sus compañeros y
les dijo que era el momento de partir. Cuidadosamente, arrastraron la lancha
hasta la playa y comenzaron a remar con fuerza hacia el Skipian.
Mientras tanto,
el capitán se encontraba muy triste en cubierta. El contramaestre se dirigía a
él, cuando escuchó que su capitán hablaba solo.
El contramaestre se estremeció al ver a su capitán tan
afligido y desconsolado. Sintió una rabia enorme de impotencia. ¿Qué hacer por
su capitán y amigo? Pensó que aunque rescatara a la princesa, tal vez ella lo
rechazaría y esto sería un golpe mortal para su amigo. Respiró hondo y se
acercó a él.
– Capitán... –
dijo el contramaestre con voz tímida.
Cuando volteó a
verlo, el contramaestre observó unas lágrimas en el rostro del capitán. Esto
fue impactante. ¡Jamás lo había visto llorar! En todos los años que llevaban
navegando juntos, jamás había visto una lágrima en los ojos de su capitán.
“Esto sí que es grave”, pensó. “Es necesario ayudarlo a mantener la calma. Ahora
es cuando más necesita de sus amigos y él, que tanto nos ha dado, necesita de
nuestro apoyo”.
– Capitán, la
lancha vuelve.
– ¡Qué bien! – exclamó el capitán cambiando su rostro de
aflicción por uno de esperanza.
El capitán se dirigió a babor, por donde venía la lancha.
Casi toda la tripulación se acercó a la borda y recibieron a sus compañeros
expedicionarios con júbilo.
Astucia subió gritando:
– ¡Misión cumplida capitán! Os traigo buenas noticias. La
princesa está viva y creo que se encuentra bien, aunque debo deciros algo en
privado. Por lo demás, sé con precisión donde se encuentra y la forma de llegar
a ella.
– Bienvenidos amigos – contestó el capitán con alegría. –
Me da gusto que regresen con bien. Debo confesaros que me preocupé al ver que
no retornaron anoche, pero veo que todos están bien. Tomad un descanso y comed
algo. Astucia, cuando terminéis, os espero en mi camarote. No tardéis, porque
es muy importante vuestra información.
Una hora después, Astucia se presentó ante el capitán y le
relató su aventura. También le comentó lo que había escuchado de la princesa.
Esto reanimó al capitán, quien de inmediato se levantó de su silla y comenzó a
caminar de un lado a otro, pensativo. Repentinamente se detuvo y le dijo a su
acompañante:
– No sabéis cuanto os agradezco vuestro servicio. Estoy
en deuda con vos. Ahora necesito estar solo para pensar, os podéis retirar.
Astucia se retiró y al salir del camarote del capitán se
encontró con el contramaestre, quien le preguntó:
– ¿Estáis seguro del lugar en el que se halla la
princesa?
– Sí contramaestre, pero creo que no será fácil
rescatarla. El rey la ha hechizado y tendremos que ser muy hábiles para sacarla
de allí – contestó Astucia.
– Bien, decid a los oficiales que nos reuniremos en seguida,
en el camarote que dejó la princesa.
– A la orden contramaestre Confianza.
Una vez reunidos todos los oficiales del Skipian, el
contramaestre les dijo:
– Amigos, el capitán está atravesando por el momento más
difícil de su vida. Ahora, más que nunca necesita de nuestra ayuda y apoyo.
Como podéis suponer, su interés por la princesa va más allá del compromiso con
la reina Juana. Esto hace que tenga dificultades para pensar fríamente al
actuar. Debemos entonces ser muy perceptivos y aguzar nuestra inteligencia para
apoyarlo. ¿Estáis de acuerdo?
Todos contestaron afirmativamente y Cooperación agregó:
– El capitán Líder nos ha ayudado cada vez que hemos
necesitado y ahora él nos necesita. Lo apoyaremos y colaboraremos para rescatar
a la princesa.
– Bien, esperemos las instrucciones del capitán y
mientras, preparémonos para entrar en acción pronto – concluyó el
contramaestre.
Entretanto, el capitán mandó llamar a Astucia a su
camarote.
– A vuestras órdenes capitán – saludó Astucia.
– Astucia, ¿decís que la princesa bebió un brebaje y que
esto hizo que cambiara su comportamiento?
– Bueno, como os dije, Belial mencionó que le había dado
un brebaje mágico, pero no os podría asegurar si se comportaba de manera
extraña. Cuando la vi, no noté nada fuera de lo común salvo que hablaba sola,
como dirigiéndose a vos y que... – calló entonces y sacó su pequeña bolsa de
piel.
– Había
olvidado deciros que la princesa estaba llorando y al hacerlo, sus lágrimas se
transformaron en esto.
Astucia vació el contenido de su bolsa en las manos de
capitán.
¡Diamantes! El capitán quedó sorprendido. Esto quería
decir que la princesa no era mala ni insensible. ¡Solamente las lágrimas de
amor de una mujer podían convertirse en diamantes! Entonces, el capitán pensó
que todavía era posible que ella lo amara. Ahora estaba seguro de que algo
estaba pasando en el interior de la princesa y sospechaba que un torbellino
interno la había arrastrado a actuar de manera extraña. De no haber tenido una
gran confusión interna, Belial no hubiera podido hechizarla.
– Gracias Astucia, ahora creo saber que hacer.
– Con vuestro permiso capitán y disculpad mi olvido –
dijo el marinero, saliendo del camarote.
Después de haberse retirado Astucia, el capitán sacó de
su cómoda una caja de madera con asas a los lados. Ésta contenía varios
frascos, cajitas con sustancias en su interior y un libro en el que había
escritas recetas para preparar diversas pócimas. Durante su estancia en un
lejano país, recibió educación de unos poderosos magos blancos que le llamaban
“hermano” y que se dedicaban a construir templos a las virtudes y cavar pozos
profundos a los vicios.
Reflexionó y concluyó que la princesa se hallaba
hechizada por fuerzas poderosas. No había duda de esto. Pero al no saber que
tipo de brebaje había tomado, preparar un antídoto eficaz contra éste, se
dificultaba enormemente. No obstante, pensando en los síntomas que presentaba
su amada princesa Karina, localizó en su libro la fórmula de una pócima mágica
que debía resultar efectiva contra el hechizo del maldito Belial.
Se aprestó entonces a preparar la poderosa Pócima de la Esperanza. Tomó varios
frascos y recipientes de la caja, y comenzó a elaborarla. Mezcló polvos de
“Comprensión” con algunas hojas de “Apoyo” y “Tolerancia”; tomó algunas
semillas de “Ternura”, de “Empatía” y de “Entusiasmo”, y las agregó a los demás
componentes. Todo esto lo mezcló muy bien y lo molió perfectamente en un
mortero; posteriormente agregó la mezcla a un recipiente que contenía un
líquido, que tomó de una botella que decía “Confianza en uno mismo”; completó
su preparación agregando a dicho recipiente un líquido de color azul cielo que
tomó de otra botella que decía “Cariño”, del cual puso gran cantidad. Hecha la
mezcla, la vació en una botella de vidrio color ámbar, la cerró muy bien y la
agitó muchas veces con fuerza. Estaba lista la mágica pócima de la Esperanza.
La colocó entonces en una bolsa de piel con un correa resistente.
El capitán reunió a sus oficiales y les comunicó que
había preparado un antídoto contra el hechizo del que había sido víctima la
princesa y que por la madrugada iría Astucia con él a rescatarla. A los
oficiales les pareció muy temerario el plan, pero sabían que cuando no tenían
algo mejor que proponer, no debían criticar. Su capitán les había enseñado que
cuando no se tiene una mejor opción o propuesta, una crítica se vuelve
destructiva. Criticar es una de las actividades más fáciles que existen y
cualquiera puede realizarla. De hecho, esta es una de las ocupaciones principales
de los habitantes de la Tierra de la Mediocridad.
De esta manera, en la madrugada, el capitán abordó la
lancha junto con Astucia y dos marineros más. Llevaba colgada al hombro su
bolsa de cuero, con la pócima mágica de la Esperanza en su interior, una daga y
su espada. También llevaba una cuerda de gran longitud, pues pensó que podían
necesitarla. Se dirigieron a la misma playa que el día anterior y desembarcaron
sin percances. El capitán ordenó a los marineros que esperaran su regreso y que
se ocultaran bien y partió en compañía de Astucia.
Cuando llegaron cerca de la entrada principal del
palacio, Astucia, aparentando ser un gnomo, ordenó a los guardias que esperaran
a otros gnomos en el camino. Éstos obedecieron y dejaron libre la entrada. El
capitán se había escondido en un resquicio cerca de un gran arco que enmarcaba
la entrada principal y al no haber nadie cerca, ambos se dirigieron al pasillo
largo. Cuando llegaron a la entrada del comedor, Astucia comenzó a “caminar”
sobre sus rodillas, observando al mismo tiempo a su alrededor, para ver si no
había nadie. Al encontrar el camino despejado, hizo una seña al capitán y éste
comenzó a avanzar hacia las escaleras. Juntos las subieron calladamente, hasta
la puerta de la habitación de la princesa y cautelosamente abrieron la puerta;
el capitán se acercó a la cama donde dormía la princesa mientras que Astucia se
quedó cuidando la entrada de la habitación.
El capitán se acercó con gran delicadeza a la princesa y
se quedó admirando su rostro. Dormía profundamente y volverla a ver lo llenó de
felicidad. A pesar de estar dormida, su expresión era de intranquilidad. Cómo
ansiaba poder darle la paz que tanto necesitaba ella en esos momentos. Viendo
su rostro amorosamente, la besó en los labios con gran ternura. La princesa
abrió sus ojos y sorprendida se incorporó. No lo podía creer, el capitán estaba
allí.
La princesa se le quedó mirando por un momento y
finalmente le dijo:
– Abrázame
fuerte por favor– abrazando al capitán cariñosamente, la princesa Karina le
dijo:
– Perdóname por
favor, Líder. He sido muy tonta y me dejé llevar por lo superficial. No te
merezco, pero te amo. Perdona mis ofensas; sé que te he hecho daño y me
arrepiento sinceramente de ello.
La princesa besó al capitán con intensidad y acariciando
su pelo se le quedó mirando. Entonces, el capitán se separó cariñosamente de
ella y abrió su bolsa. Sacó el frasco color ámbar que contenía la pócima mágica
de la Esperanza y mirándola a sus ojos, le dijo:
– Karina, no
necesito decirte cuanto te amo. Tu anillo lo dice por mí. – La princesa miró su
anillo y comprobó que resplandecía con gran intensidad. El capitán le dijo
entonces: – No tenemos mucho tiempo. Bebe el contenido de este frasco, es la
pócima mágica de la Esperanza que preparé para ti. Debe liberarte del hechizo
de tu captor. Bebe rápido, por favor.
La princesa comenzó a beber, pero se detuvo haciendo una
mueca de asco y dijo:
– Sabe horrible.
– No importa, no todo lo que nos hace bien es dulce. Bebe
rápido, te lo ruego. Confía en mí.
La princesa terminó de beber, haciendo gestos de
repugnancia.
– Ahora acompáñame, saldremos silenciosamente.
Cuando la princesa estaba dispuesta a salir, sintió que
alguien la apresaba de las manos.
– ¡Soltadme! – exclamó.
El capitán volteó y desenvainó de inmediato su espada.
Pero, ...¡no vio a nadie junto a la princesa!
La princesa continuo gritando, pues sintió que estaba
siendo detenida. Veía a los gnomos Miedo a Crecer, Miedo a Comprometerse y
Miedo a Amar que la tenían fuertemente asida de las manos.
– ¡Dejadme
enanos, quiero irme! – gritaba con desesperación, forcejeando con sus
invisibles captores.
El capitán,
confundido, veía a la princesa tratando de zafarse de algo invisible que la
detenía y no sabía que hacer. Pensando que los gnomos se habían hecho
invisibles, comenzó a lanzar su espada hasta donde se suponía que estaban estos
malvados seres. Hizo esto rápido y con gran precaución para no lastimar a la
princesa. Sin embargo, nada logró. No había nadie, pero la princesa seguía
gritando. La tomó entre sus manos y le gritó:
– ¡Karina
cálmate, no hay nadie!, ¡es sólo una ilusión! ¡Por favor reacciona!
Los gritos
provocaron que varios guardias acudieran hasta la puerta de la habitación en la
que se encontraba la princesa. Incluso el mismo Belial despertó. Al ver que se
acercaban varios hombres, Astucia entró a la habitación y cerró la puerta con
llave. A los pocos momentos comenzaron a tocar la puerta fuertemente. En la
confusión, el capitán volvió a tratar de hacer que reaccionara la princesa.
– Por favor
Karina, reacciona.
Era inútil, la
princesa no reaccionaba. Se movía desesperadamente, tratando de liberarse de
alguien que la estuviera deteniendo, sujetándole sus manos.
Ya sin oponer
resistencia a sus aparentes captores, la princesa le dijo al capitán.
– Huye capitán
Líder, yo jamás podré salir de aquí. Mi destino es vivir aquí por siempre.
Huye, te lo ruego. Sálvate tú y recuerda que siempre te amaré.
– ¡No! – gritó
con desesperación el capitán. – ¡Te sacaré de aquí o moriré en el intento!
Astucia intervino entonces y le dijo:
– Capitán es
inútil, os lo dije, vámonos antes de que nos capturen. Por favor pensad en
vuestra tripulación.
El capitán
tampoco reaccionaba. Sentía una rabia enorme y una gran impotencia. Entretanto,
la puerta seguía siendo azotada por fuertes golpes que intentaban derribarla.
– ¡Capitán! –
grito Astucia – ¡Pensad en vuestra tripulación, os lo suplico. Ellos necesitan
de vos. Si no regresáis, ellos morirán, pues no se moverán hasta no veros.
Serán fácil presa del rey de la Tierra de la Mediocridad. ¡Capitán, vámonos por
favor! – exclamó suplicante Astucia.
El capitán
pensó en sus hombres y en el objetivo final de su viaje: la Gran Isla del
Éxito. Se preguntó si tenía derecho a sacrificar a los demás por algo que sólo
era importante para él. La respuesta lo hizo reaccionar. Con lágrimas en los
ojos, se acercó a la princesa, la besó y le dijo:
– Adiós Karina,
La Princesa más Bella de todos los Reinos. Perdóname. No pude llevarte conmigo
a la Gran Isla del Éxito. Fracasé contigo, pero te amaré eternamente, más de lo
que jamás puedas imaginar.
El capitán,
ahora dueño de sí mismo, se dirigió rápidamente al balcón y ató su cuerda a uno
de los balaustres de la barandilla y dejó caer la cuerda. Entonces le dijo a
Astucia:
– Venid
conmigo. Bajaremos juntos. Subid sobre mi espalda.
El tamaño y
peso de Astucia no dificultó mucho el descenso de ambos por la cuerda. Mientras
bajaban, la puerta de la habitación cedió y penetraron al interior varios soldados
armados. La princesa entonces dijo:
–¡Alto! ¿Qué os
sucede? ¿No sabéis que no debéis entrar aquí sin mi consentimiento? – dijo
indignada a los guardias que habían penetrado en la habitación.
Belial entró en la habitación, e intervino:
– Escuché tus gritos. Todo mundo los escuchó y pensamos
que estabas en peligro.
– Nada de eso – dijo la princesa.– Lo que sucede es que
tuve una pesadilla. Soñé que seres monstruosos me lastimaban. Eso fue todo.
– Que bueno que sólo fue una pesadilla. De cualquier
manera, hoy estarán dos guardias cuidando de ti, apostados en la puerta de tu
habitación. Que descanses princesa. Buenas noches – terminó Belial y se retiró.
La princesa había logrado engañarlos, pues no sospecharon
de la presencia del capitán en su habitación. Cuando salió el capitán, sus
captores imaginarios desaparecieron. La princesa se resignó a tenerlos como sus
eternos guardianes.
Mientras tanto, el capitán y Astucia corrían sobre el
sendero principal hacia la lancha. Al ver que no eran seguidos, descansaron un
momento. Entonces Astucia dijo al capitán:
– Capitán, lo siento mucho. Me apena que no hayáis podido
salvar a la princesa. Pero si os sirve de algo, quiero deciros que me siento
muy orgulloso de que seáis mi capitán. Os habéis sacrificado por vuestros
compañeros. Vuestra valentía y entrega son encomiables.
– Os agradezco vuestros conceptos Astucia, pero yo soy el
que me siento apenado por haber puesto en peligro vuestra vida al tratar de
salvar a una mujer que solamente a mí me importa.
– Estáis equivocado capitán. También a mí y a vuestros
compañeros de la tripulación nos importaba. Es la mujer que amáis y eso es
suficiente para que nos importé también a nosotros.
– Gracias de
nuevo. Ahora, habrá que llegar a la lancha y continuar nuestro viaje. Sigamos
adelante.
Habiendo descansado unos momentos, continuaron caminando
hacia la playa. Faltaban unos veinte metros para llegar a ella, cuando se
aparecieron cuatro soldados y les gritaron:
– ¡Alto! ¡¿Quiénes sois?!
El capitán no contestó y desenvainó su espada. Dijo
entonces a Astucia:
– ¡Rápido corred hacia la lancha y salvaos!
Astucia obedeció la orden y rodeando a los soldados se
dirigió a la lancha.
Los soldados no tomaron en cuenta Astucia y se
abalanzaron sobre el capitán con sus respectivas espadas. Él los repelió
hábilmente y pesar de ser tres más que él, su destreza le permitió hacerles
frente con fortuna. Manejando magistralmente la espada, logró dar estocadas
mortales a dos de los soldados. Ahora sólo luchaba contra dos, pero en su
pensamiento estaba la princesa Karina. Aun cerca de la muerte pensaba en ella.
La rabia de su impotencia por no haberla podido salvar, fue como una inyección
de energía que canalizó hacia su espada y las víctimas de esta rabia fueron sus
atacantes quienes cayeron en su ataque. Cansado, se dirigió hacia la playa. En
ese momento, una docena de soldados apareció frente a él. Iluminaba el amanecer
el camino y un olor a muerte inundó el ambiente. Pensó en su tripulación, pero
se consoló sabiendo que Astucia se había salvado y que el contramaestre
Confianza llevaría a salvo a sus amigos hasta la Gran Isla del Éxito. A su
mente volvió la imagen de la princesa Karina y al ver llegar a sus oponentes,
gritó:
– ¡Mi vida por ti, Karina, La Princesa más Bella de Todos
los Reinos!
Dispuesto a morir, tomó su espada con ambas manos,
esperando a su primer enemigo. En su rostro se dibujó un rictus de furia y
proyectó una determinación impresionante para cobrar muy cara su vida. En ese
momento, se escucharon gritos a las espaldas de sus enemigos. Eran sus hombres.
Los oficiales y otros marinos venían a su encuentro, blandiendo sus armas.
Sabiendo que el capitán podría necesitarlos, bajo las órdenes de el
contramaestre Confianza, desembarcaron en la playa unas horas antes y cuando
Astucia los encontró y les dijo que el capitán luchaba por su vida, fueron
corriendo a su encuentro para auxiliarle.
Los soldados se desconcertaron al ver llegar a los
marineros con furia indómita y dispuestos a todo. De manera desorganizada,
trataron de hacer frente a los marineros del Skipian, que venían corriendo como
un huracán. Aprovechando la confusión, los hombres del capitán Líder vencieron
fácilmente a sus enemigos.
Solamente
Egoísmo había sido muerto en el combate. Al tratar de huir de regreso hacia la
playa, para salvarse, se encontró con un soldado rezagado que le dio muerte,
hundiendo su lanza en el pecho del infortunado marino. En su agonía, Egoísmo
pensó en la brújula que dejó en su casa y que no había querido compartir con
sus compañeros del Skipian. Ahora ni a él ni a nadie le serviría más. De haber
contado con ella, no se habrían desviado hacia la maldita Tierra de la
Mediocridad y hubieran llegado felices a la Gran Isla del Éxito. Arrepentido de
esto y de otras acciones similares, Egoísmo expiró.
Los soldados sobrevivientes fueron atados de manera tal,
que se encontraban de espaldas entre ellos. Tendrían que caminar de esa forma
para llegar a algún lado en el que fueran liberados.
Los marineros y el capitán sepultaron a Egoísmo cerca de
la playa. Le rindieron honores a su compañero y tomaron las armas de sus
enemigos para llevarlas a bordo.
Sus hombres caminaron hacia la playa y antes de partir
con ellos, el capitán quedó solo en un montículo, desde el cual se alcanzaba a
ver el palacio de Belial. Triste miró hacia los balcones y se despidió
mentalmente de la princesa. Caminaba hacia la playa para abordar la lancha,
cuando sintió un agudo dolor en el tobillo derecho. Miró hacia abajo y vio que
una serpiente de color amarillo intenso con motas negras le había mordido y
permanecía aún asida a él. Sin gritar, tomó su espada y partió en dos a la
serpiente. Entonces, ésta soltó a su presa y con lo que le quedaba de cuerpo,
comenzó a reptar hacia un hoyo en la tierra. El capitán se sentó y revisó su
herida. Había dos pequeños agujeros en la parte superior de su tobillo derecho
y de inmediato se quitó la camisa. Ayudándose con su daga, la desgarró para
hacer un torniquete que aplicó de inmediato, abajo de la rodilla.
Cooperación volvió la vista hacia donde estaba el capitán
y lo vio sin camisa y sentado. Sospechó que algo no andaba bien y corrió para
asistir al capitán.
– ¿Qué sucede capitán? – preguntó preocupado Cooperación.
– Una serpiente me ha mordido
– ¡Vive Dios! ¡Compañeros, compañeros! ¡Venid pronto! –
gritó Cooperación, tratando de llamar la atención a sus compañeros que estaban
en la playa.
– Estoy bien, la serpiente no es muy venenosa, creo
reconocer el tipo de serpiente que es. No os preocupéis, solamente ayudadme a
caminar.
El capitán comenzó a caminar apoyado en Cooperación y
cuando los demás compañeros, alarmados por los gritos, los alcanzaron, se
tranquilizaron al ver que su capitán estaba bien.
– Al capitán lo mordió una serpiente, tenemos que
apresurarnos para curarle – les dijo Cooperación.
– Estoy bien, estoy bien, amigos – intervino el capitán
para tranquilizar a sus hombres – No os preocupéis; que este inconveniente no
nos quite la satisfacción de nuestro triunfo. Partamos ya al Skipian.
– Capitán, permitidme sacar el veneno o lo que sea de
vuestra pierna – le dijo Cooperación al capitán.
– Os lo agradezco, pero ya os dije que no es muy
venenosa. Debo haberla molestado sin querer cuando caminaba y lógicamente me
mordió. Además el torniquete ayudará a que el destilado de la serpiente no pase
a la sangre.
– Bien capitán, como vos digáis, pero si debéis atender
vuestra herida – contestó respetuoso Cooperación.
– Partamos pronto, pues de lo contrario, podremos ser
atacados por los soldados del rey Belial – les dijo imperativo el capitán a sus
hombres.
Victoriosos, los hombres del capitán Líder regresaron al
Skipian remando en sus lanchas. Fueron recibidos con gran júbilo por sus
compañeros que quedaron a bordo.
El capitán dio instrucciones al contramaestre Confianza
para retomar el rumbo hacia la Gran Isla del Éxito. Levaron anclas e izaron
velas, y el Skipian comenzó a navegar por aguas tranquilas hacia su destino.
Mientras tanto, el capitán fue ayudado a entrar en su
camarote. Se recostó en su cama y Cooperación limpió la herida con agua limpia.
Después apretó un poco la herida y junto con la sangre, manó por ella un
líquido azulado. Cuando dejó de salir este líquido, Cooperación vació un vaso
de ron en la herida y le quitó el torniquete a su capitán. Colocó después un
trapo limpio sobre la herida.
– Gracias Cooperación, os lo agradezco. Dadme ese libro
con encuadernación roja, por favor.
– ¿Este? – preguntó Cooperación tomando un libro de la
cómoda del capitán.
– Si, muchas gracias. Creo reconocer el tipo de serpiente
que me mordió. Solamente quiero cerciorarme.
El capitán comenzó a buscar en las páginas del libro y
finalmente dijo:
– Aquí está. Amarillo con negro...se trata de la Serpiente del Desaliento. ¡Me equivoqué!
Esta es una serpiente muy peligrosa. Sus efectos pueden ser tan peligrosos como
el más letal veneno – dijo para sí mismo.
– ¡Rápido oficial, dadme esa caja que está junto a la
cómoda! – dijo el capitán, apresurando a Cooperación.
– ¡Sí capitán!
Cooperación tomó rápidamente la caja y se la dio al
capitán.
– Gracias. Ahora dejadme solo y volved en una hora.
Decidle al Contramaestre que tome el tiempo con un reloj de arena. No volváis
antes ni después. En una hora, Cooperación, no lo olvidéis.
– Así lo haré capitán – contestó Cooperación y salió del
camarote.
El capitán Líder sabía que los efectos de la mordedura de
la Serpiente del Desaliento eran muy peligrosos. En su libro se describían
estos efectos como un abandono de los objetivos y metas trazados, un
sentimiento profundo de frustración, ausencia de entusiasmo y deterioro de la
confianza y fe en uno mismo, hasta la anulación de la autoestima. Tenía que
actuar rápido, pues no tardarían en aparecer los síntomas. Gracias a
Cooperación, parte de la secreción que le inyectó la serpiente con sus
colmillos, fue sacada de sus venas, pero definitivamente algo había quedado y
no tardaría en surtir efecto. Tratando de guardar la calma, buscó en el libro
de recetas mágicas que estaba junto a su cama, un antídoto contra la mordedura
de la Serpiente del Desaliento. Finalmente la localizó y comenzó a preparar el
antídoto.
La receta decía que había que tomar tres medidas de
esencia de “Confianza en uno mismo” y mezclarlas con una medida de “Loción de
Reconocimiento de Logros Alcanzados”. Localizó el frasco de “Confianza en uno
mismo”, pero estaba vacío. Lo había agotado cuando preparó la Pócima de la
Esperanza para la princesa. Se alarmó por esto y comenzó a resignarse, pensando
en que aunque no había funcionado la pócima, la había utilizado por amor. Sin
embargo, reaccionó y recordó que sus magos maestros le habían dicho que la Fe
en Dios es equivalente a la Fe en uno mismo, por lo que buscó el frasco de “Fe
en Dios” y vació tres medidas en un recipiente, para mezclarlas con la loción.
Posteriormente, de acuerdo a la receta, agregó polvo de “Perseverancia” y polvo
de “Disciplina” a la mezcla anterior y revolvió muy bien; en seguida agregó una
medida de pasta de “Certeza en lo que se quiere” y dejó reposar. Al cabo de
media hora debía estar listo el antídoto contra la mordedura de la Serpiente
del Desaliento.
Sintiéndose un poco mareado y débil, guardó todos sus
materiales y sustancias en la caja de madera. Comenzó a sentir que había
fracasado en su meta de liberar a la princesa, se sintió impotente y comenzó a
insultarse a sí mismo. Se sentía el ser más despreciable sobre la faz de la
Tierra y el más inútil de todos. “¿De qué me sirvió toda mi experiencia y
conocimientos si no fui capaz de liberarla?”, pensaba angustiado.
Cumpliendo sus órdenes, Cooperación entró junto con el
contramaestre Confianza y lo encontró al capitán sollozando, desesperado e
insultándose a sí mismo, diciendo que no le importaba nada en la vida y le
ofreció su espada al contramaestre para que lo degollara porque fue incapaz de
lograr su meta.
El Contramaestre Confianza vio un pequeño tazón con una
sustancia en su interior sobre la cómoda. Por lo que le había contado
Cooperación, el contramaestre comprendió que debía ser el antídoto, por lo que
le pidió al capitán que lo tomara, pero éste se negó. Entonces le solicitó a
Cooperación que lo sujetara, para que él le hiciera tragar el antídoto,
tapándole la nariz. Así lo hicieron y el capitán se convulsionó después de
tomar la mezcla, para posteriormente quedar flácido y con la mirada perdida.
Cooperación y Confianza se asustaron, pues pensaron que habían dado muerte al
capitán; sin embargo, en unos minutos el capitán reaccionó, volviendo a la
normalidad. Se acomodó sobre su cama, se quedó mirando a sus acompañantes y les
dijo:
– Gracias amigos. Tengo mucho sueño. Me siento agotado.
Inmediatamente después de decir esto, el capitán se quedó
profundamente dormido. Optimismo se quedó haciendo guardia en la puerta del
camarote. Pasaron dos días y el capitán no despertaba. Cuando el contramaestre
estaba decidido a despertarlo, el capitán se levantó optimista y entusiasta.
– Contramaestre, ordenad que me preparen mi tina,
necesito un baño con urgencia.
– A la orden capitán – contestó Confianza muy contento.
Mientras preparaban su baño, el capitán reflexionó sobre
lo sucedido. Se sentía mucho mejor y estaba seguro que arribarían con bien a la
Gran Isla del Éxito. Estaba satisfecho con su tripulación e incluso su tristeza
por la princesa se atenuó mucho. Se resignó a tenerla como un recuerdo.
Cuando estaban ausentes sus valientes compañeros, un
marinero localizó a bordo a la malvada rata Irresponsabilidad jugando con la
brújula. Entretenida con su juguete, la rata no se percató de la presencia del
marinero y éste la aplastó sin piedad con un garrote. En unos segundos la rata
se convirtió en un líquido verdoso, espeso y maloliente que se secó pronto,
convirtiéndose en una costra repugnante que el marinero tomó y arrojó por la
borda. Por fin habían recuperado la brújula y se habían deshecho de la
peligrosa rata Irresponsabilidad.
Ya recuperado
del todo y muy optimista, el capitán reunió a toda su tripulación y les dijo
desde la barandilla de popa:
– Amigos míos,
os felicito a todos vosotros. Os habéis comportado dignamente. Llegaremos
pronto a la Gran Isla del Éxito gracias a nuestra unión y entrega. Hemos
comprobado una vez más, que ayudándonos unos a otros, es más fácil alcanzar una
meta. Juntos es mejor que solos. Más que una tripulación, somos un equipo de
profesionales y amigos, y creo que nuestra mayor recompensa es la gran
satisfacción de haber hecho bien nuestro trabajo y que a pesar de las
adversidades, nuestra fe y nuestra confianza nos permitieron lograr nuestros
objetivos Muchas gracias a todos ustedes. Hicieron un gran trabajo.
Toda la
tripulación gritó de contento y ese día celebraron juntos. Tres días después
avistaron Tierra. La Gran Isla del Éxito estaba próxima.
El capitán
estaba satisfecho, porque junto con su tripulación, había alcanzado su objetivo
fundamental. El trabajo en equipo les permitió alcanzar sus metas y salvar los
obstáculos que se les presentaron, pero también se encontraba triste. Mirando
sobre su mano los diamantes que habían sido lágrimas de su amada, sabía que
jamás la volvería a ver. Sabía que ya nada podía hacer, su amor por ella nada
pudo hacer para recuperarla. La pócima mágica había fallado. El mago que le
enseñó a prepararla, no le había dicho que el poder de la pócima mágica de la
Esperanza era inútil con aquellos que no saben lo que quieren. Finalmente, se
resignó a que su amor por ella se convertiría sólo en un recuerdo, que lo
acompañará durante toda su vida.
En la Tierra de la Mediocridad, a la princesa Karina no
le faltaba nada material. Vivía tranquila y falsamente feliz. Solamente sentía
la angustia insoportable de haber dejado ir el verdadero amor. Seguiría
creyendo siempre, que los gnomos que la detuvieron cuando quiso huir con el
capitán Líder, eran verdaderos. Y así, la princesa más bella de todos los
reinos, vivió tranquilamente en la Tierra de la Mediocridad, por el resto de
sus días, acompañada por su soledad.