martes, 22 de mayo de 2018

Hola, estoy retomando mi blog, después de varios años de no hacerlo.
Publicaré principalmente los relatos cortos o cuentos de mis dos libros de cuentos escritos hasta ahora. 
Hoy comparto con ustedes el cuento EL CICLISTA del libro "CUENTOS MICHOACANOS", escrito en 2003. Es una promesa que le hice a mi amiga, la Dra. Aidé Reynoso.





                       EL CICLISTA


Era un pajarillo de color carmín encendido.

Todos los días se posaba en la cabeza de la estatua del ciclista de bronce. Las pruebas orgánicas de su presencia, daban un color albo a la cabeza de Don Enrique, el ciclista inmortalizado en bronce.

"La vida es como andar en bicicleta: hay que ver siempre de frente y guardando el equilibrio". Este era el mensaje en una placa de bronce al pie de la estatua. Era curioso ver la sonrisa de Don Enrique. Era como si estuviera contento de lucir a la colorida avecilla en su cabeza. Era como si hubiera detenido su amada bicicleta solamente para presumir su capitular adorno. Así, el equilibrio lo mantenía sonriendo y deteniendo su bicicleta, sin dejar de sonreír.

La belleza de la pieza de bronce parecía no importar a los transeúntes que pasaban cerca de ese prado en el que la escultura se encontraba. Ella formaba parte del paisaje y era habitual ver la estatua en el prado, de forma que el rojo pajarillo no era tomado en cuenta.

El hecho en sí no era usual, sobre todo considerando que tal ave no es común en el entorno moreliano. De hecho, en los años en los que había vivido en Morelia, jamás había visto un pájaro así. Su color era parecido al del Cardenal, aunque este pajarillo tenía un tono más encendido y llamativo en el rojo de su plumaje, y sin el característico copete del cardenal. Lo que mas me llamó la atención el día que lo vi por vez primera, es que no se inmutaba ante la presencia de la gente que pasaba. Yo pasaba por allí casi a diario por la mañana y cada día estaba allí el ave, a veces parada en una sola pata y otras veces acicalándose su plumaje. Allí estaba diariamente por la mañana con una postura orgullosa y desenfadada. Nunca lo vi volar de la cabeza de Don Enrique Ramírez. Parecía parte de la representación del hombre que había creado un imperio; del hombre que había hecho del trabajo, la inteligencia y la audacia sus armas fundamentales para construir un emporio todavía orgullosamente mexicano.

Jamás lo escuché cantar, no sé si porque al momento en que pasaba no se le antojaba trinar o porque lo hacía en otros momentos. No lo sé. Lo que sí sé es que no era una escena común. A veces pasaba hasta media hora observando la belleza del pajarillo y me acerqué una ocasión hasta un metro de la escultura y el ave no voló. Me miraba como curiosa al principio, pero después me ignoraba y veía al infinito. Lo sorprendente es que pájaro y escultura parecían formar parte de un solo ente. Ambos formaban parte de una sola imagen complementaria y armónica. Era esto lo que me llamaba poderosamente la atención.

Desconocía la historia de Don Enrique Ramírez. Hace algunos años escuché algunos comentarios que se referían a él y a su familia como "los dueños de Michoacán". Por supuesto me pareció exagerada la apreciación, pero lo que sí puede corroborar es que tenían una enorme influencia en diversos ámbitos del Estado. Cuando llegué a la ciudad, me enteré que Don Enrique había muerto de una manera trágica. No sabía nada más de él, ni jamás tuve contacto alguno con alguien de su familia.

Un día, sin embargo, fui caminando a un cerro que rodea una parte de la ciudad de Morelia. Me levanté temprano y subí hasta la cima, desde donde se puede apreciar la Ciudad, cuando la contaminación del aire lo permite. Esa mañana afortunadamente estaba limpia y el clima era muy agradable. Me senté a la sombra de un árbol a descansar un momento y a comer una torta que me había preparado, a manera de desayuno. La disfruté enormemente y la acompañé con un jugo de mango. Al comer, algunas migajas cayeron en mi pantalón y las sacudí, arrojándolas a varios centímetros de mi natural asiento. Comencé entonces a pensar en las bellezas naturales que son destruidas por la ambición humana, cuando de manera sorpresiva observé que un pajarillo de color rojo encendido comía las migajas que arrojé el piso. Era extraño ver que el pajarillo comía ignorando mi presencia. Pero lo más sorprendente fue que era idéntico al pajarillo que veía por las mañanas en la escultura del ciclista. Para no espantarlo, evité hacer movimientos bruscos y volví a dirigir mi mirada hacia la ciudad, tratando de localizar las torres de la catedral. Cuando volteé la cabeza a mirar nuevamente al pajarillo, éste ya no estaba. Pensé que había alucinado, porque nunca escuché el característico batir de las alas que anunciaba su viaje recién emprendido.

Resignado por la ausencia del pajarillo que tanto me gustaba, me disponía a seguir caminando un rato mas, antes de iniciar el descenso de regreso a casa, cuando a corta distancia distinguí a un hombre de edad madura que se dirigía en dirección mía. Me pareció descortés continuar caminando, así que me detuve para saludar a quien como yo, caminaba para disfrutar del panorama y de la naturaleza.

– Buenos días – dijo sonriendo.

– Buenos días – contesté

            Vestía ropa casual de buena calidad y a pesar de su aspecto de hombre maduro, se veía jovial.

            – ¿Qué lo trae por aquí? – me preguntó.

            – Hacer un poco de ejercicio y disfrutar de la naturaleza – respondí.

            – Bueno, parece que ambos hacemos lo mismo.

            – Así es, le contesté sonriendo.

            – Bonita vista la de mi capital, ¿verdad?

            – Así es. Bonita– repuse.

            – Aunque pronto va a dejar de serlo.

            – ¿Porqué?–  pregunte azorado.

            – Pues porque poco a poco se están acabando la ciudad y tanta gente va a terminar destruyendo esta ciudad. Crece como una plaga sin control y de alguna manera yo he colaborado a ello.

            – ¿Ah, sí?

            – Sí, pero espero que reaccionen los que verdaderamente quieren a esta ciudad. Yo la quiero, aunque no tanto como a mi familia. ¿Sabe?, quiero mucho a mi familia, aunque tuve que dejarla contra mi voluntad y me hubiera gustado que supieran que ayudar a otros es una muy buena razón para vivir – continuo como hablando consigo mismo, mirando al infinito.

– Disculpe señor, pero no entiendo muy bien – le comenté curioso.

– Caminemos un poco para que le platique.

Así lo hicimos y fuimos descendiendo poco a poco del cerro.

– Verá usted. – continuó – No es nada agradable dejar a los que uno quiere, sobre todo cuando quedan cosas pendientes por hacer.

– Coincido con usted. Pero, ¿por qué no regresa para concluir esos pendientes? – pregunté.

– No puedo mi amigo. Hay razones que no puedo contarle, que me impiden regresar. Solamente puedo ver las cosas desde lejos y amar a mi familia sin poder estar cerca de ellos.

– Caray, pues que doloroso debe ser, ¿no?

– Así es, aunque al final se resigna uno y confío en que mi parte positiva le sirva a mi familia para que puedan ser felices.

– ¿Porqué la parte positiva, señor?

– Bueno pues porque todos lo seres humanos tenemos partes positivas y partes negativas. Todos, hasta los santos, porque fueron humanos. Así es la naturaleza humana.

– Tiene razón. Solamente que en esas facetas de nuestra naturaleza, hay matices. Creo que una virtud puede anular mil defectos, así como un defecto puede anular mil virtudes.

– Efectivamente, estoy de acuerdo con usted, joven amigo y espero que lo bueno que tenga yo sea mas importante que lo que tenga de malo.

La brisa de una mañana que estaba llegando ya al mediodía nos refrescaba y hacía de mi paseo algo muy agradable. El hombre que se convirtió en mi compañero casual era muy agradable. Había un halo de sabiduría en su persona que inspiraba confianza.

– ¿Tiene usted familia?– me preguntó.

– Sí, claro – contesté enfático.

– ¿Y la quiere?

– ¡Por supuesto! ¿Por qué no se habría de querer a una familia que uno mismo forma? Porque supongo que a ese tipo de familia se refiere.

– En efecto. La esposa, los hijos. Nuestros grandes amores. Lo demás es parentela, que aunque se le quiera también, lo que uno mas quiere es a los de la misma sangre.

– Es cierto.

– Yo los amo a todos, aunque a veces se piense que no. Viera que difícil es a veces expresar el cariño – dijo mirando al infinito y suspirando.

– Mire, uno trabaja para que la familia viva bien, pero pienso que mas importante que las cosas o dinero que uno le pueda dar a la familia, son los principios – continuó.

– Pues sí. Creo que ambas cosas son importantes. En lo personal creo que a esta vida venimos a ser felices y cada quien lo hace a su manera. No venimos a este planeta a ser infelices ¿verdad?

– Estoy de acuerdo – dijo soltando una carcajada

– Por eso coincido con usted en que los principios forman la base para poder ser feliz. Son parte de la educación que uno tiene que dejar a los que ama y son el complemento ideal del patrimonio que uno pueda formar para la familia – agregué.

– Ya sabía que usted es inteligente – me dijo pausadamente con una sonrisa muy agradable.

– Me halaga señor, se lo agradezco. Mi nombre es Rafael ¿y el suyo? – dije intempestivamente, ofreciéndole mi mano.

– A veces quisiera ayudar a los que amo, advirtiéndoles sobre eventos poco propicios, pero no me es posible. Sólo me queda orientarlos a través de acciones indirectas– dijo mirando al cielo y haciendo un gesto que no me hizo sentir rechazado por no estrechar la mano de mi simpático compañero de caminata.

– Gozo con cada triunfo y cada risa de la gente que quiero. De los niños y jóvenes que son de mi descendencia y sufro con cada tropiezo de ellos. Y aunque no lo noten, estoy al pendiente de ellos – dijo con una mezcla de tristeza y ternura.

– Qué pena que no pueda estar con su familia.

– Pues sí, pero así es esto. Aunque, no crea, de alguna forma estoy con ellos.

– Pues qué bueno, menos mal – comenté.

– Demuestre su amor a los que ama, mi amigo. Su presencia es importante para ellos. No me lo tome a mal por darle esta sugerencia – me dijo mirándome con afecto a los ojos.

– No hombre, por el contrario, se lo agradezco– le dije sonriendo.

– Bueno pues aquí nos separamos. Fue un placer charlar con usted Rafael. Que Dios lo bendiga. Hasta luego.

Se despidió con una agradable sonrisa, levantando su mano. Sentí una paz muy especial. Se alejó caminando y se dirigió hasta una pequeña barda en la que se encontraba recargada una bicicleta de carreras. De esas de manubrios de cuerno, de las tradicionales de carreras. Se subió en ella y se alejó agitando su brazo.

En ese momento me dio la sensación de que ya conocía a ese hombre tan agradable. Me fui pensando en todo lo que platicamos y que quería compartir con mi esposa y también con mis hijos.

De regreso a casa, cuando pasé caminando por la escultura del ciclista, no estaba el pajarillo rojo posado en su cabeza. Después de unos pasos, me detuve como congelado. Sentí un escalofrío en todo el cuerpo y de inmediato regresé a ver la escultura. ¡El hombre con el que había charlado era muy parecido a Don Enrique, el de la escultura! No era posible. No podía ser posible. Hasta la ropa del hombre esculpido en bronce era idéntica.

Me quedé mirando la escultura por varios minutos y hubo un momento en que el bronce parecía cobrar vida. Experimenté una sensación muy especial. Entre asombro, satisfacción, temor y paz.

Yo no creo en fantasmas, pero sí creo en el espíritu de gente que nació para trascender y cuya muerte solamente sobrevendrá cuando se le olvide.

"La verdadera muerte es el olvido", me dijo un día mi padre.

Ahora sabía quien era el pajarillo que se posaba en la cabeza de la estatua del ciclista y la sensación de miedo que sentí al descubrir esto se tornó en una sensación de alegría.

Hace tiempo ya que no veo al pajarillo cuando paso por la gran avenida en la que se encuentra la estatua, pero siempre saludo a mi amigo ciclista con afecto.


jueves, 11 de abril de 2013

MENSAJE A GARCÍA

Amigos.

El siguiente texto, constituye una enseñanza muy valiosa para los directivos. Cumplir con una misión, implica alcanzar objetivos implícitos y trascendentes. Función usual e importante de los directivos.

Espero que la disfruten.




UN MENSAJE A GARCÍA



Por Elbert Hubbard


            Hay en la historia de Cuba un hombre que destaca en mi memoria como Marte en Perihelio.

            Al estallar la guerra entre Estados Unidos y España, era necesario entenderse con toda rapidez con el jefe de los revolucionarios de Cuba. En aquellos momentos este jefe, el general García, estaba emboscado en algún lugar de las montañas; nadie sabía donde. Ninguna comunicación le podía llegar ni por correo ni por telégrafo. No obstante, era preciso que el Presidente de Estados Unidos, se comunicara con él. ¿Qué debería hacerse? Alguien aconsejó al Presidente: conozco a un tal Rowan que si es posible encontrar a García, lo encontrará.

            Buscaron a Rowan y se le entregó la carta para García. Rowan tomó la carta y la guardó en una bolsa impermeable, sobre su pecho, cerca del corazón. Después de cuatro días de navegación dejó la pequeña canoa que le había conducido a la costa de Cuba. Desapareció por entre los juncales y después de tres semanas se presentó al otro lado de la isla: había atravesado a pie un país hostil y había cumplido su misión de entregar a García el mensaje del que era portador.

            No es objeto de este artículo narrar detalladamente el episodio que he descrito a grandes rasgos. Lo que quiero hacer notar es lo siguiente: McKinley le dio a Rowan una carta para que la entregara a García, y Rowan no preguntó: ¿En dónde lo encuentro?

            Verdaderamente aquí hay un hombre que debe ser inmortalizado en bronce y su estatua colocada en todos los colegios del país. Porque no es erudición lo que necesita la juventud, ni enseñanza de tal o cual cosa, sino inculcar del amor al deber, de la fidelidad a la confianza que en ella se deposita, del obrar con prontitud, del concentrar todas sus energías: hacer bien lo que se tiene que hacer.

            El General García ha muerto; pero hay muchos otros Garcías en todas partes. Todo hombre que ha tratado de llevar a cabo una empresa para la que necesita la ayuda de otros, se ha quedado frecuentemente sorprendido por la estupidez de la generalidad de los hombres, por su incapacidad o falta de voluntad para concentrar sus facultades en una idea y ejecutarla. Ayuda torpe, craso descuido, despreciable indiferencia y apatía por el cumplimiento de sus deberes; tal es y ha sido siempre la rutina. Así, ningún hombre sale avante ni se logra ningún éxito, si no es con amenazas o sobornos o de cualquier otra manera a aquellos cuya ayuda es necesaria.

            Amigo lector, usted puede hacer la prueba. Le supongo muy tranquilo, sentado en su despacho, alrededor seis empleados dispuestos todos a servirle. Llame a uno de ellos y haga este encargo: “Busque, por favor, la enciclopedia y hágame un breve memorándum acerca de la vida del Correggio” .

            ¿Espera que su empleado con toda calma le conteste: “Si Señor”, y vaya tranquilamente a poner manos a la obra?

            ¡Desde luego que no! Abrirá desmesuradamente los ojos, le mirará sorprendido y le dirigirá una o más de las siguientes preguntas:

            “¿Quién fue?”

            “¿Cual enciclopedia?”

            “Usted quiere decir Bismarck, ¿no es cierto?”

            “¿No sería mejor que lo hiciera Carlos?”

            “¿Murió ya?”

            “¿No sería mejor que le trajera el libro para que usted mismo lo buscara?”

            “¿Para qué lo quiere usted saber?”

            Apuesto 10 contra uno, a que después de haber contestado a tales preguntas y explicado cómo hallar la información que desea y para que la quiere, su dependiente se marchará confuso e irá a solicitar ayuda de sus compañeros para “encontrar a García”. Y todavía regresará después para decirle que no existe tal hombre. Puedo, por excepción, perder la apuesta, pero en la generalidad de los casos, tengo muchas posibilidades de ganarla.

            Si conoce la ineptitud de sus empleados no se molestará en explicar a su "ayudante" que Correggio se encuentra en la letra C y no en la K. Se limitará a sonreír e irá a buscarlo usted mismo.

            No parece, sino que es indispensable el nudoso garrote y el temor de ser despedido el sábado mas próximo para retener muchos empleados en sus puestos.

            Cuando se solicita un taquígrafo, de cada 10 que ofrezcan sus servicios, nueve no sabrán escribir con ortografía y algunos de ellos considerarán este conocimiento como muy secundario.

            ¿Podrá tal persona redactar una carta a García?

            - ¿Ve usted este tenedor de libros?- me decía el administrador de una gran fábrica.

            - Sí, ¿por qué?

            - Es un gran contador, pero si le confío una comisión, sólo por casualidad la desempeñará con acierto. Siempre tendré el temor de que en el camino se detenga en cada cantina que encuentre y cuando llegue a la Calle Real, haya olvidado completamente lo que tenía que hacer.

            ¿Cree, querido lector, que a tal hombre se pueda confiar un mensaje para García?

            A últimas fechas es frecuente escuchar que se excita nuestra compasión para los enternecedores lamentos de los desheredados, esclavos de un salario, que van en busca de un empleo. Y esas voces a menudo van acompasadas de maldiciones para los que están “arriba”.

            Nadie compadece al patrón que envejece antes de tiempo, por esforzarse inútilmente en conseguir que el aprendiz inepto ejecute bien un trabajo. Ni nos ocupamos del tiempo y paciencia que pierde en educar a sus empleados para que estén en aptitud de realizar su trabajo, empleados que flojean en cuanto vuelve la espalda. En todo almacén o fábrica se encuentran muchos zánganos, y el patrón se ve obligado a despedir a sus empleados todos los días, por su ineptitud para defender los intereses de la negociación. Y a cada despido sigue y seguirán muchos iguales.

            Esta es invariablemente la historia que se repite en tiempos de abundancia. Pero cuando, por efectos de las circunstancias, escasea el trabajo, el jefe tiene oportunidad de escoger cuidadosamente y de señalar la puerta a los ineptos y a los holgazanes.

            Por interés propio, cada patrón procura conservar el mejor personal que encuentra; es decir, a aquellos que puedan llevar “un mensaje a García”.

            Conozco un individuo que se halla dotado de cualidades y aptitudes verdaderamente sorprendentes; pero que carece de la habilidad necesaria para manejar sus propios negocios y que es absolutamente inservible para los demás. Sufre la monomanía de que sus jefes lo tiranizan y tratan de oprimirlo. No sabe dar órdenes ni quiere recibirlas. Si se le confía “un mensaje a García”, probablemente contestará: “llévelo usted mismo”.

            Actualmente, este individuo recorre las calles en busca de trabajo, sin mas abrigo que un deshilachado saco por donde el aire se cuela silbando. Nadie que lo conozca accederá a darle empleo. A la menor observación que se le hace monta en cólera y no admite razones; sería preciso tratarlo a puntapiés, para sacar de él algún partido.

            Convengo en que un ser tan deforme, bajo el punto de vista moral, es digno cuando menos de la misma compasión que nos inspira un lisiado físicamente. Pero en medio de nuestro filantrópico enternecimiento, no debemos olvidar derramar una lágrima por aquellos que se afanan en llevar a cabo una gran empresa; por aquellos cuyas horas de trabajo son ilimitadas, pues para ellos no existe el silbato; por aquellos que a toda prisa encanecen a causa de la lucha constante que se ven obligados a sostener contra la mugrienta indiferencia, la andrajosa estupidez y la negra ingratitud de los empleados que, si no fuera por los espíritus emprendedores de estos hombres, se verían sin hogar acosados por el hambre.

            ¿Son demasiado severos los términos en que acabo de expresarme? Tal vez si. Pero cuando todo mundo ha prodigado su compasión por el proletario inepto, yo quiero decir una palabra de simpatía hacia el hombre que ha luchado con grandes obstáculos, y después de haber vencido, se encuentra con que lo que ha hecho no vale nada; solo la satisfacción de haber ganado su pan.

            Yo mismo he cargado la portaviandas y trabajo por el jornal diario; y también he sido patrón de empresas, empleado “ayuda” de la misma clase a que me he referido, y sé bien que hay argumentos por los dos lados. La pobreza en sí, no reviste excelencia alguna. Los harapos no son recomendables, ni recomiendan por ningún motivo. No son todos los patrones capaces y tiranos, ni tampoco todos los pobres son virtuosos.

            Admiro de todo corazón al hombre que cumple con su deber, tanto cuando está ausente el jefe, como cuando está presente. Y el hombre que con toda calma toma el mensaje que se le entrega para “García”, sin hacer tontas preguntas ni abrigar la aviesa intención de arrojarlo en la primera atarjea que encuentre, o de hacer cualquier otra cosa que no sea entregarlo. Este hombre jamás encontrará cerrada la puerta ni necesitará armar huelgas para obtener un aumento de sueldo. Esta es la clase de hombres a la cual nada puede negarse. Son tan escasos y valiosos, que ningún patrón consentiría en dejarlos ir. A un hombre así, se le necesita en toda sus ciudades, pueblos y aldeas, en todas las oficinas, talleres, fábricas y almacenes. El mundo entero clama por él, se necesita. ¡Urge el hombre que pueda llevar “un mensaje a García”!



            “Un Mensaje a García”, de Elbert Hubbard, fue publicado por vez primera en la Revista Philistine, en marzo de 1899.


Notas:

            William Mckinley (1844 - 1901) fue el vigésimo quinto Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Fue gobernador del Estado de Ohio de 1891 a 1896. Durante su período presidencial (1897- 1901) se produjo la guerra contra España (1898), la anexión de Hawai, Filipinas y Puerto Rico. Fue asesinado por un anarquista en 1901. Mandó incendiar el buque norteamericano Maine en La Habana, que causó la muerte de 260 marineros, acusando de este hecho a España, para poder declararle la guerra.

            Calixto García Iñiguez (1839- 1898), militar cubano; se adhirió al movimiento independentista de su país (1868) llegando a ser un insurrecto; obtuvo significativas victorias militares, hasta que fue aprehendido y hecho prisionero por los españoles. Preparó en Nueva York la segunda insurrección en 1880 y la tercera en 1896; teniendo el mando del ejército de Oriente, luchó junto a los norteamericanos en la rebelión de Santiago de Cuba y hasta la independencia del país.

            Rowan Adrew Summers (1857-?), militar norteamericano, intervino en la guerra hispanoamericana y fue oficial de enlace con el general Calixto García (1898), es autor de How I Carried the Massage to García (1923).



lunes, 11 de marzo de 2013

LA PRINCESA MÁS BELLA DE TODOS LOS REINOS

Este es otro de los cuentos que forman parte del libro "JUAN PÉREZ DONNADIE Y OTROS CUENTOS".

Este cuento tiene un origen curioso. Nació relatado, antes que escrito. Surgió como una actividad que diseñé para un programa de "Relaciones Humanas" para niños. En realidad, se trataba de un grupo de actividades que el ISSSTE inventó para tener entretenidos a los niños en las vacaciones de verano. Resultaba más viable que encerrar a las pequeñas fierecillas en jaulas y que no interrumpieran el trabajo de sus padres en oficinas gubernamentales. Lo usual, hasta la fecha es que los hijos de muchas madres trabajadoras en el sector público, acompañan a sus madres durante todo el horario de trabajo en las áreas laborales generando pequeños caos, porque convierten las oficinas en áreas de juego. 

Fue una experiencia inolvidable, pues resultaba un reto formidable educar en un periodo de dos semanas a niños de edades desde 4 a 12 años. Unos sabían leer, otros no. No hay espacio para relatar esta experiencia que bien podría convertirse en un relato corto. Sin embargo, como parte de dicho programa, me convertí en relator de cuentos y así nació este cuento que después escribí y ahora se los presento con mucho gusto. Un lector me dijo que aunque es un relato para niños, el fondo va dirigido a adultos. ¿Ustedes qué piensan?

Espero que lo disfruten. 



LA PRINCESA MÁS BELLA DE TODOS LOS REINOS ©
Rafael Hernández Lemus

DERECHOS RESERVADOS CONFORME A LA LEY © POR EL AUTOR. 2000.Queda prohibida toda reproducción o transmisión total o parcial de esta obra, bajo cualquiera de sus formas, electrónica, óptica o mecánica sin el consentimiento previo y por escrito de su autor. SEGUNDA EDICIÓN PRIVADA. 2000


Había una vez un grupo de intrépidos y valerosos marinos que habían surcado casi todos los mares de la Tierra. Habían navegado armoniosamente, aunque no sin dificultades, en su barco llamado Skipian. La nave era comandada por el famoso Capitán Líder.

Habían gozado juntos mil aventuras y ahora se proponían llegar a la Gran Isla del Éxito. Para ellos, navegar era siempre una aventura y hacerlo juntos les había dado muchas satisfacciones. Todos tenían algo en común: hacían lo que les gustaba hacer y encontraban en su trabajo una diversión constante, a pesar de los problemas que encontraban en su camino. Todos ellos eran profesionales.

Comenzaron a prepararse durante mucho tiempo para su próximo y más importante viaje, y equiparon su barco con todo lo necesario. Su destino final era la Gran Isla del Éxito. Toda la tripulación estaba integrada por marinos leales. Entre ellos estaba el Contramaestre Confianza y los oficiales, cuyos nombres eran: Pesimismo, Desidia, Responsabilidad, Egoísmo, Cooperación y Optimismo.

El día de su partida estaban todos muy animados y trabajaban arduamente en cubierta.

– ¡Eh marineros! ¡Listos para zarpar! Cercioraos de que no falte nada y que todo esté en orden! – les gritó el capitán a los marineros en cubierta y después se dirigió al contramaestre:

– Contramaestre, dad la orden de zarpar en cuanto lo consideréis oportuno.

– A la orden mi capitán – contestó el contramaestre, echando una rápida mirada sobre cubierta.

Todo estaba listo para zarpar, cuando se oyó a lo lejos el galopar de un caballo, cuyo jinete gritaba:

– ¡Capitán!, ¡capitán! ¡Esperad!

El capitán, al oír los gritos del jinete, ordenó:
–¡Alto, no soltéis las amarras aún!

Al llegar al muelle, el jinete bajó de su cabalgadura y apresuradamente subió a bordo, diciendo al capitán:

– Capitán Líder, soy mensajero de Su Majestad, la Reina Juana y traigo una carta para vos.

El capitán tomó la carta, la abrió con gran curiosidad y la leyó atentamente.

He aquí lo que la carta decía:

Capitán Líder:

He sabido que os habéis decidido a viajar con vuestra valerosa tripulación a la Gran Isla del Éxito.

Sabed que el Gran Oráculo ha manifestado que Vuestra Majestad, la Princesa Karina, debe viajar a esa Tierra, y si le es propicia, deberá vivir allí para siempre.

Por tal razón, os pido, valeroso capitán, que tengáis a bien llevar a la Princesa Karina hasta tan maravillosa Tierra. He escuchado, de boca de osados viajeros, que la Gran Isla del Éxito es un lugar fantástico que brinda enorme felicidad a quienes llegan allí.

Sabed capitán, que la princesa Karina es La Princesa más Bella de Todos los Reinos y de acuerdo al Oráculo, su destino final debe ser la Gran Isla del Éxito.

Mañana por la mañana, llegará la Princesa Karina para abordar vuestra legendaria nave Skipian. Sé que no es necesario deciros el cuidado que debéis tener con ella. Os enviaré 200 piezas de oro para sufragar gastos de viaje.

Os deseo mucha suerte y que logréis felizmente vuestro objetivo.

Firmaba Vuestra Majestad, la Reina Juana.

Al terminar de leer la carta, el capitán se sintió sumamente contrariado. ¡Cómo era posible tal infortunio! Ya casi a punto de zarpar y se le ocurría a la Reina Juana hacerle tal encargo. “Viajar con una mujer, eso sí era mala suerte”. “Pero además, con una princesa. ¡Que responsabilidad!”, se decía. “Seguramente, como toda aristócrata, la princesa debía ser una creída e insoportable muchachita a la que había que tolerar durante todo el trayecto”.
Los marinos se quedaron mirando al capitán, esperando noticias de la carta real. Por la expresión de su comandante, presentían que no eran buenas noticias.

–¿De qué se trata capitán? ¿Malas noticias?– preguntó Pesimismo.

– En realidad no – dijo el capitán.

– ¡Marinos! – gritó. – Hoy no zarparemos. Tendremos que esperar hasta mañana. Su Majestad, la Reina Juana, nos encomienda una misión que cumpliremos, como siempre lo hemos hecho, con lealtad y total entrega – terminó diciendo en voz alta a todos.

–¡A la orden, capitán! – contestaron todos al unísono.

El capitán se dirigió entonces al mensajero real y le dijo:

– Decid a Vuestra Majestad, que cumpliremos cabalmente con sus instrucciones y que nos honrará mucho complacerla, como siempre lo hemos hecho.

– Así lo haré capitán Líder – terminó el mensajero y descendió del barco, para subir a su caballo y regresar por donde había venido.

Durante el resto de ese día, el capitán y su tripulación se dedicaron a revisar con más cuidado cada detalle, tanto de las provisiones, como de los aparejos, velamen, jarcia y demás cosas necesarias para el viaje. Por supuesto que el capitán ordenó adecuar el camarote principal para que fuera usado por la princesa y también ordenó a su cocinero adquirir más y mejores alimentos para su real huésped.

El capitán estuvo pensativo, imaginando cómo sería su real pasajera. La imaginaba un tanto rolliza, como su madre. No creía que tuviera la simpatía natural y presencia altiva de la reina Juana, y suponía que era insoportablemente aburrida y con un trato empalagoso.

A la mañana siguiente, dos horas después del amanecer, llegó la comitiva de Su Majestad. Un enviado real abordó el barco y se acercó al capitán, saludándolo cortésmente.

– Capitán – dijo. – Por orden de Vuestra Majestad, la Reina Juana, me es grato traer ante vos a la Princesa Karina para que cumpláis con vuestra misión. También os hago entrega de estas piezas de oro que envía la Reina – terminó el enviado real, entregándole una bolsa pequeña de piel que tintineó al tomarla el capitán.

En ese momento bajó la princesa de su carruaje y abordó el barco por la escalerilla. Vestía un hermoso vestido aterciopelado de color negro, con vivos blancos. Al acercarse al capitán, éste quedó fascinado. Jamás había imaginado que existiera en el mundo una belleza como la que tenía enfrente. Un rostro perfecto, que era digno de una diosa griega. Sus ojos eran imponentemente hermosos. Las mismas estrellas, de saber que existía ese par de maravillas, se hubieran apagado de envidia. Sus cejas eran dos imponentes marcos azabache que enmarcaban sus ojos y complementaban su esplendor. Jamás, en ningún ser mortal, había existido tal perfección. No podía dejar de mirar sus labios. De un color rojo intenso, como la sangre que le fluía en el cuerpo con tal emoción, que sentía su corazón estallar; sus labios eran frescos y suaves como la primavera, y de forma tan perfecta, que por sí solos eran una obra maestra de la naturaleza. Su pelo era una prodigiosa cascada negra que brillaba con tal intensidad, que sus destellos se convertían en reflejos tornasolados que fluían, cayendo sobre su hermosa espalda y creaban un espectáculo mágico de luz y color. Su nariz era tan hermosa, que parecía hecha de porcelana; de líneas tan finas, que su fragilidad aparente le daba el rasgo definitivo de perfección a su cara. Toda su expresión, mezcla de ternura y sensualidad, era subyugante. Su porte era realmente majestuoso; irradiaba una simpatía y una espontaneidad que solamente en sus sueños infantiles había visto.

– Buenos días capitán – dijo la princesa Karina, sonriendo.

– Buenos días Majestad, bienvenida a bordo – contestó el capitán, besando su mano.

            La voz de la princesa era suave y cristalina. Al escucharla, no cabía la menor duda que era una voz real. Al capitán le pareció escuchar una melodía, como la que sólo pueden crear los trinos de gorriones o ruiseñores, o los pájaros más finos del bosque.

            Su sonrisa lo había cautivado y al ver de cerca a la princesa, no se le ocurrió decir nada más. Haber tomado su mano, haber sentido por un segundo su blanca piel y su suavidad, lo había dejado inmóvil, como una estatua de mármol.

            Al darse cuenta de esto, la princesa dejó escapar una amplia y traviesa sonrisa para decirle al capitán:

– Si no tenéis inconveniente capitán, me gustaría saber el lugar donde habré de acomodar mi equipaje.

            – Ah, sí – contestó el capitán, como despertando de un sueño.

            – Contramaestre Confianza, acompañad por favor a la princesa al camarote principal.

            Así lo hizo el contramaestre y varios criados llevaron el equipaje de la princesa al camarote. Una vez que ella se cercioró de que todo su equipaje estuviera a bordo, se dirigió al capitán para decirle que podían partir.

            Los criados y mensajeros reales abandonaron el barco y entonces el capitán Líder dio la orden de levantar anclas. Izaron velas y comenzaron su aventura.

            Transcurrieron dos semanas sin más novedad que haber atracado en un puerto para abastecerse de agua dulce y alimentos frescos. La navegación del Skipian había sido muy tranquila. Lo único diferente que notó la tripulación fue el cambio de carácter de su capitán, pues cada vez que salía la princesa de su camarote para gozar de la brisa marina en cubierta, el capitán quedaba como hipnotizado. El perfume de la princesa ejercía sobre él un efecto casi mágico. Con su aroma, el mar y todo lo demás dejaba de existir para él. Parecía que solamente el mundo estuviera habitado por la princesa. Todas esas ideas negativas que tenía de ella, antes de conocerla, habían desaparecido totalmente. Ante sí, tenía a una mujer impresionantemente hermosa que le robaba toda su atención.

            La princesa se daba cuenta de que la mirada del capitán la envolvía cada vez que salía a cubierta. De alguna manera, ella comenzaba a sentir una extraña atracción hacia él. Nunca había conocido a un hombre así. No era muy guapo, pero sí apuesto y atractivo. Su personalidad imponente, que lo distinguía del común de los hombres, le resultaba sumamente atractiva. Por primera vez en su vida, descubría que un hombre atractivo era más que belleza física.

Durante los dos primeros días de viaje, pocas fueron las veces en que intercambiaron algunas palabras. Sin embargo, siempre había una sonrisa en cada uno, que manifestaba su agrado mutuo de encontrarse. La simpatía era completamente natural entre ellos y el capitán deseaba intensamente acercarse a ella para charlar y poder admirarla.

            Al final de la primera semana de navegación, la princesa le solicitó al capitán que comieran en la misma mesa, a lo que él aceptó encantado. Sin embargo, al principio se sentía cohibido, pero después tomó mayor confianza y comenzó a relatar a la princesa sus aventuras. Ella escuchaba siempre con gran atención y comenzó a surgir una atracción mayor hacia el capitán Líder. A partir de entonces, comenzó a nacer una bella amistad entre ambos. Ella se daba cuenta que el capitán la trataba con respeto, pero también con estima, pues no solamente la consideraba una mujer bonita, sino también una mujer inteligente y con valores. En sus charlas, el capitán la hacía reír y sentirse más que admirada; la hacía sentirse querida y aceptada por lo que era, no por lo que representaba. Cuando él la escuchó reír por primera vez, quedó maravillado. Le pareció escuchar una sinfonía celestial. Se sentía feliz, viendo feliz a la princesa. Algo estaba pasando en él, pues encontraba en cada expresión, en cada rasgo y en cada conducta de la princesa, motivos suficientes para admirarla.

            Una mañana, el capitán reunió a su tripulación en cubierta para comentar algunas incidencias. Comenzó por reconocer el trabajo de cada uno de los miembros de su tripulación y animarlos a concluir su viaje.

– Marinos – dijo – deseo felicitaros por vuestro excelente trabajo profesional durante lo que va de esta travesía. Os agradezco su participación y entusiasmo.

            El capitán Líder sabía que reconocer el trabajo de su tripulación era muy importante para motivarlos. Cuando los marineros del Skipian escuchaban el reconocimiento de su capitán, se sentían halagados y motivados para continuar trabajando.

– Amigos míos, este viaje es especial – dijo con decisión a sus marinos y continuó:

– Además del significado que tiene para nosotros este viaje a la Gran Isla del Éxito, tenemos la enorme responsabilidad y el gran honor de llevar a nuestro destino, a La Princesa más Bella de Todos los Reinos, a la princesa Karina. Vuestra Majestad, la reina Juana, nos ha confiado su custodia y cuidado, porque sabe de nuestra lealtad y profesionalismo. He jurado ante Dios dar mi vida por la princesa, si es necesario y espero que vosotros asumáis el mismo compromiso que yo.

Se dirigió a su tripulación de una manera tan vehemente, que su expresión lo delató. El capitán se había enamorado de la princesa. Oficiales y marineros cuchichearon entre sí.

            – Silencio amigos míos – manifestó el capitán. – Ahora voy a compartir con vosotros algo que solamente pocos viajeros saben. En nuestra ruta a la Gran Isla del Éxito, afrontaremos varios peligros. A partir de ahora, habrá que estar muy pendientes de los Islotes del Fracaso.

La princesa había escuchado de manera accidental lo que el capitán había dicho a su tripulación y por alguna razón, se sintió especialmente elogiada por lo que el capitán dijo respecto a ella. Su vanidad femenina fue halagada, pues sabía que su posición real hacía que se le rindieran normalmente. Pero como mujer, era la primera vez que sentía un halago tan sincero y de tal magnitud.

Se acercó al grupo de marineros y al capitán. Los marineros se dieron cuenta de su presencia, lo que hizo que todos callaran y el capitán, que estaba frente a ellos, pero a espaldas de la princesa, volteó sorprendido. Al ver a la princesa, se levantó respetuosamente para saludarla.

– Majestad, qué agradable sorpresa – le dijo amablemente.

– Gracias capitán. Espero no interrumpir.

– Por supuesto que no, princesa – contestó el capitán.

– Seguid sentados caballeros, por favor – dijo la princesa con una sonrisa y prosiguió.

            – Capitán, he escuchado sin querer algo que decíais respecto a los Islotes del Fracaso. Si no tenéis inconveniente, me gustaría saber más de ellos.

            El capitán Líder dijo entonces:

– Sabed princesa que los Islotes del Fracaso están en la ruta hacia la Gran Isla del Éxito. Mucho se ha hablado de ellos por otros marinos, quienes cuentan, que en virtud de que aparecen de manera repentina en el trayecto, son mágicos. Generalmente es posible advertir su presencia si se está alerta. Sin embargo, el peligro más grande es, que si no se saben sortear adecuadamente los peligros de estos islotes, se puede naufragar o bien desviar el rumbo y terminar en la Tierra de la Mediocridad.

            La princesa mostró un gesto de incomprensión y de sorpresa, pues nunca había oído hablar de tales cosas.

            – Decidme capitán, ¿cómo es ese lugar que mencionasteis?, ¿es una tierra deshabitada o hay salvajes en ella?

– La Tierra de la Mediocridad no es una isla desierta; está habitada. Más ciertamente, no por salvajes – continuó el capitán. – Allí todos están muy tranquilos y son infelices, aunque sienten que son felices. Todos viven placenteramente y no se preocupan por hacer algo mejor. Nunca se proponen retos y evitan todo riesgo; no tienen sueños ni ilusiones. Sólo piensan en su comodidad y en su seguridad; es lo más importante para ellos. Además, todos quieren ser iguales. Por eso todos tienen como segundo nombre Mediocre, aunque su primer nombre sea distinto.

– Pero eso no es lo más grave – continuó el capitán. – En realidad, la Tierra de la Mediocridad es como una enorme prisión. Quienes llegan allí, difícilmente pueden escapar. Se sienten atraídos a ese lugar a tal grado, que la seguridad que les brinda el hecho de no correr riesgos, les hace experimentar una sensación de gran comodidad y de satisfacción. Los habitantes de la Tierra de la Mediocridad jamás hacen algo trascendente y si alguien quiere ser mejor que ellos, lo hostigan o lo convencen para que éste vuelva a ser como ellos. Son tan parecidos, que nunca se encuentran diferencias importantes que los distingan entre sí.

            Al saber esto, la princesa sintió un gran temor de llegar a tal lugar. Su gran miedo, hasta entonces, había sido la soledad; tenía pánico a estar sola. Sabía lo que era sentirse sola, aunque estuviera acompañada por una multitud. La soledad más terrible, lo sabía muy bien, era la soledad interna, esa que se siente cuando no se tiene a alguien a quien amar o cuando no se es amado. El amor hace la diferencia entre la soledad externa y la soledad interna.

Ahora, a sus miedos, se agregaba uno más: el de vivir en la Tierra de la Mediocridad. Ella, que desde que nació era diferente, descubría que aun siendo princesa corría el peligro de ser común, en el sentido de no diferenciarse de los demás seres humanos en su parte esencial.

            Al pensar en esto, la princesa le horrorizó la idea de estar allí. Le impactó a tal grado la posibilidad de ser parte de la población de esa isla, que se sintió incómoda y no quiso saber nada más al respecto. Se disculpó ante la tripulación y su capitán, y se dirigió a su camarote. Sintió la necesidad de orar y pedir a Dios no llegar nunca a tal lugar.

            El capitán continuó entonces hablando con su tripulación.

            – Amigos, deben saber que el gobernante de la Tierra de la Mediocridad es un mago malvado llamado Belial. Nadie ha visto jamás su rostro verdadero, pues se aparece con diversos rostros e indumentaria. Él es el rey de la Isla de la Mediocridad y su máximo placer es engañar a las personas para llevarlas a su dominio. Es más poderoso en la medida en que tenga más súbditos. Por lo tanto, tened mucho cuidado amigos míos. Habrá que estar muy atentos por si se llega a aparecer por cualquier medio, en cualquier momento y en la forma que sea, para descubrirlo y no caer en sus engaños.

            Para su desgracia, como veremos después, la princesa no escuchó esta advertencia.

            Mientras tanto, en su camarote, la princesa reflexionaba en lo que había escuchado de labios del capitán. Durante la mayor parte de su vida había vivido sin saber exactamente lo que quería hacer de ella. El hecho de pertenecer a la realeza le aseguraba su porvenir, en lo que se refiere a satisfactores materiales, pero no en cuanto a su sentido de vida. Tenía una especial habilidad para aprender y era de un carácter alegre, aunque a veces melancólico. Era alguien que disfrutaba dando a sus amigos y era apreciada por eso. Otra de sus virtudes era que se le podía confiar todo, jamás había traicionado a quien le depositaba su confianza. Había tenido un prometido, un príncipe con el que su padre pretendía casarla para unir los reinos de ambos. Sin embargo, al morir el rey, el compromiso quedó deshecho. Su relación con el príncipe había sido solamente una costumbre que duró varios años, hasta que la Reina Juana decidió enviarla a este viaje. Sabía que había nacido distinta, aunque no por su estirpe, sino por otras razones. Sin embargo, algo le impedía ser ella de manera plena y genuina.

            Al atardecer del día siguiente, el contramaestre indicó al oficial Desidia que sería el encargado del timón por la noche.

            – Oficial Desidia – dijo el contramaestre, – tomaréis el timón por la noche. Debéis tener especial cuidado por si aparece algún Islote del Fracaso. Recordad lo que dijo el capitán al respecto. Así pues, para que estéis en condiciones para cumplir con vuestra responsabilidad nocturna, id a descansar unas horas.

La idea le pareció excelente al oficial Desidia y se fue a su camarote para fumar una pipa y tomar un vaso de ron. Se sintió tan bien, que en vez de dormir, comenzó a cantar y a bailar, recordando su pueblo natal.

            El oficial Desidia tomó el timón por la noche, acatando la orden del contramaestre. Todos los demás se fueron a dormir. La noche era hermosa y había una luna llena que matizaba de plata el mar en el que navegaba el Skipian.

            Unas horas después, el oficial Desidia comenzó a sentir sueño. Se recargó por un momento en el timón y vio que cerca del palo de la popela, se acercaba sigilosamente una rata de color pardo. Observó que a la rata le brillaban sus ojos, que eran de color rojo. Repentinamente se sintió como paralizado. La rata se le acercó y comenzó a trepar por el timón, siguió por su brazo, hasta que llegó a su hombro. Era la rata Irresponsabilidad. Comenzó a silbar una melodía a su oído y después le susurró al timonel que era mas agradable dormir, que estar conduciendo al barco en una noche tan bella. Esta malvada rata gozaba convenciendo a las personas de no cumplir con sus obligaciones y compromisos. Feliz por su acción, la malvada rata Irresponsabilidad se alejó del timonel y desapareció de cubierta.

Cuando reaccionó Desidia, se le ocurrió, que dado que tenían que mantener un rumbo fijo, no era necesario estar despierto. Bastaba con sujetar el timón con algo firme para que se mantuviese inmóvil. Tomó una cuerda y procedió a amarrar el timón a la jarcia más cercana. Se dispuso entonces a dormir y acomodó sobre la cubierta varios costales vacíos, a manera de cama,  a un lado del timón. Sabía que al no haber centinelas o vigías, nadie vería que descansaba. Además, pensaba que se merecía ese descanso, pues en todo caso, ser timonel no era su ocupación fundamental y no creía que hacer el trabajo de otro miembro de la tripulación fuera realmente justo. “Cada quien lo suyo”, pensó y se acostó sobre los costales que formaban un mullido lecho.

            La noche transcurría plácidamente y el timonel Desidia se quedó profundamente dormido. Entonces, la malévola rata Irresponsabilidad, regresó a cubierta y se llevó la brújula, pues le había gustado mucho y consideró que sería un juguete muy entretenido durante sus viajes.

Desidia consideró que había hecho bien los nudos. Sin embargo, con el movimiento del barco, la cuerda con la que había atado el timón, comenzó a aflojarse poco a poco y el timón comenzó a moverse. En un corto tiempo, el barco cambió de rumbo. Su desviación lo estaba llevando en dirección de la Tierra de la Mediocridad.

Un movimiento violento de la nave despertó al timonel Desidia. Se dio cuenta que el timón giraba libremente pues ya no estaba atado. Su rostro palideció de pánico al ver a unos cien metros de distancia, casi directamente frente a la proa, un islote, iluminado por una majestuosa luna llena. De inmediato tomó su posición y viró bruscamente a estribor. Solamente fue cuestión de unos metros para que no chocaran con el islote. El viento soplaba a velocidad considerable y esto fue lo que ayudó providencialmente a que la maniobra de evasión tuviera éxito.

El movimiento súbito del barco, provocó que varios marinos cayeran de sus hamacas y que en los camarotes del capitán y oficiales todo se moviera con tal brusquedad, que al caer varios objetos al piso, se despertaron.

El capitán Líder se incorporó deprisa y salió rápidamente de su camarote para ver lo que sucedía. Llamó entonces al contramaestre.

– ¡Contramaestre Confianza! ¡Contramaestre Confianza! ¡¿Qué sucede?!

El contramaestre, sin salir de su asombro, contestó al capitán que no sabía que pasaba.

– ¡Timonel!, ¡¿Qué pasó?! – gritó el contramaestre, dirigiéndose a la popela, donde se encontraba Desidia.

– Nos desviamos contramaestre, pero ya tengo controlado el barco.

– ¿Cómo que nos desviamos? ¿Cuál fue la causa?

El timonel Desidia, agachó la cabeza y con el rostro enrojecido por la vergüenza, confesó al contramaestre que se había quedado dormido y pensó que, al asegurar el timón a la jarcia, se mantendría el rumbo.

El capitán y los marineros que habían subido a cubierta al despertarse, alcanzaron a oír la respuesta del oficial Desidia y lo miraron con una mezcla de sorpresa y disgusto. Por su torpeza y por no cumplir con su obligación, estuvieron a punto de naufragar.

Arrepentido, Desidia ofreció disculpas a todos y comenzó a relatar lo sucedido, haciendo mención de la extraña rata que vio. El Capitán Líder comprendió entonces que la culpa había sido también de la malvada rata Irresponsabilidad. Como no había estado presente en otras travesías del Skipian, no había considerado necesario hablar de esto con su tripulación. De alguna manera, se sintió responsable por no haber advertido a sus marineros de tan malévolo ser.

– Contramaestre, que se queden dos vigías por el resto de la noche y sustituid a Desidia en el timón. Corregid el curso y mañana por la mañana, quiero a toda la tripulación reunida en la cubierta principal.

– A la orden capitán – contestó el contramaestre.
            – Todos vosotros debéis estar atentos a esa rata malvada de ojos rojos. Si la veis, matadla sin piedad – ordenó el capitán.

            – Sí capitán – contestaron los marinos presentes.

            De regreso a su camarote, el capitán Líder se encontró a la princesa Karina, quien sorprendida preguntó:

            – ¿Qué pasó capitán?

            – Un accidente, que afortunadamente no ha tenido consecuencias graves. No os preocupéis princesa, regresad a vuestro camarote a descansar.

– Buenas noches capitán.

– Buenas noches Majestad.

            En esta nocturna despedida, sus miradas se cruzaron y trataron de decir cosas que no podían comunicar hablando.

            Al día siguiente, la tripulación se presentó en cubierta por la mañana, acatando las órdenes del capitán. Con el contramaestre Confianza a su lado, el capitán se dirigió a la tripulación:

            – Amigos míos, debo deciros que este viaje nos reserva muchos peligros. Anoche vivimos uno de ellos. Desidia fue sorprendido por la malvada rata Irresponsabilidad, que lo hechizó e hizo que dejara de ocuparse de sus responsabilidades. No os dejéis sorprender por tan ruin bicho. Cuando la veáis, aniquiladla sin compasión, porque su hechizo puede ser mortal. Esta vez, por suerte, salimos bien librados; pero ahora más que nunca debemos estar muy unidos. Nuestra fuerza reside en nuestra unidad y compromiso por lograr juntos nuestro objetivo. Todos ustedes son marinos profesionales que conocen muy bien su oficio. Como bien comprendéis, debemos tener niveles de mando para mantener la disciplina, pero sabed que todos debemos ayudarnos. Nuestro triunfo en esta misión depende, en gran medida, de que tan bien lo hagamos todos juntos. Es claro que enfrentaremos retos, ahora desconocidos, para llegar a nuestro destino: la Gran Isla del Éxito. Pero juntos habremos de vencer todas las adversidades y hacer frente, de manera satisfactoria, a todos los retos que afrontemos. Trabajando juntos, de manera armónica y responsable llegaremos felizmente a la Gran Isla del Éxito.

El Skipian siguió navegando con rumbo hacia su destino final, sorteando algunos islotes que desde muy temprano fueron avistados.

Para la princesa, hasta ahora, todo era novedoso. El viaje, el mar, la brisa y la escolta de delfines que frecuentemente acompañaba al barco. Pero sobre todo, lo que más le robaba su atención era el capitán Líder.

            La princesa sentía una extraña atracción hacia el capitán. No sabía exactamente que pasaba dentro de ella. Tenía unos deseos enormes de estar cerca de él. Sentía una necesidad de sentirse rodeada de esos brazos fuertes, pero a la vez tiernos. Le atraían mucho sus manos varoniles y su seguridad en sí mismo. Estaba muy confundida. No sabía si era amor lo que sentía por él o solamente una repentina atracción. Ciertamente la confusión no era una novedad para ella. De hecho, durante casi toda su vida había estado confundida. Desde que murió su padre, el Rey Antón, sintió que algo muy grande y necesario se le había ido. Sintió que había perdido su rumbo. La reina Juana le tenía un gran cariño, pero sabía que su destino no estaba con ella, por esto no dudó en enviarla a la Gran Isla del Éxito, en cuanto sus adivinos interpretaron en el Oráculo el sino de la princesa.

Unos días después, la princesa se sentó en la cubierta de proa al atardecer. Se quedó pensando en lo que había vivido hasta entonces.

            – ¿Qué tal el mar, Majestad? – preguntó el capitán acercándose por detrás a la princesa.

            Absorta en sus pensamientos, no se percató de la presencia del capitán y recibió un gran susto cuando escuchó su voz.

            El capitán, al darse cuenta que la había asustado, ofreció sus disculpas.

– Os ruego que me perdonéis por mi impertinencia.

– No os preocupéis capitán. Es que estaba distraída viendo el mar y pensando en ciertas cosas. Por favor, acompañadme unos momentos. Este atardecer es maravilloso y me sentiría muy halagada con vuestra presencia.

            La mirada de la princesa era muy especial. Pero su mirada y su sonrisa juntas, eran una pareja mágica y letal. Nada podía negárseles cuando actuaban a la vez. El capitán se sintió subyugado por el gesto de la princesa y se acercó a ella.

            – Capitán, he estado pensando en la gente que habita la Tierra de la Mediocridad y os confieso que me ha dado un temor enorme ser como ellos.

            – Princesa, cuando no se quieren asumir los riesgos de ser mejor, cuando se tiene miedo a arriesgar para crecer, entonces uno puede ser como los habitantes de ese desdichado lugar. Cuando se tiene un gran sueño, una gran meta por alcanzar, la vida cobra sentido. Sin embargo, lo que diferencia a los grandes hombres y a las grandes mujeres de los demás, es cuando ese gran sueño se orienta a dar, a entregarse a otros.

            – Entiendo capitán, pero ¿podríais ser más claro en lo último que dijisteis?

            – Escuchad princesa. Es muy común que la gente valore a una persona, primero por lo que tiene, después por lo que hace y por último por lo que es. Esta es la forma en que los habitantes de la Tierra de la Mediocridad valoran a los demás. Por esto, aunque algunos tengan muchas cosas materiales que los hagan diferentes entre ellos, cuando se les valora por lo que son, todos resultan ser iguales. Así es que una persona valiosa, es aquella que valora a los demás precisamente de la forma contraria a la que mencioné. Es decir, una persona valiosa, primero valora a otros por lo que son, después por lo que hacen y por último por lo que tienen. Desde luego, que para poder ver así las cosas, uno mismo debe valorarse de la misma manera.

            – Comprendo capitán, ¿pero, porqué decís que los grandes hombres se diferencian de los demás por la forma en que orientan su gran sueño? – preguntó la princesa con insistencia.

            – Bueno, pues porque para ellos su gran sueño, generalmente es algo que tiene que ver con dar; dar algo de sí mismos para que a quienes den, sean mejores. Ellos mismos son mejores cada día, continuamente, y quieren que los demás también sean así. Y entonces, sus metas y objetivos se encaminan a lograr ese gran sueño y disfrutan cada logro obtenido, fincando su felicidad en la satisfacción que obtienen al lograr sus metas, orientadas por ese gran sueño. Y también por esto, cada vez que fracasan, siempre vuelven a intentarlo, porque saben que para obtener o lograr lo que se quiere, muchas veces hay que sufrir y a veces se cae, pero siempre habrá que levantarse y seguir adelante. Cuando se tiene un gran sueño, los problemas, sinsabores o decepciones solamente son obstáculos a librar; de otra manera se perciben como grandes barreras que provocan frustraciones.

            – Jamás imaginé que en este viaje iba a aprender cosas tan interesantes. Os confieso capitán, que cuando estaba ante la aristocracia, me preocupaba mucho por distinguirme de las demás damas por la belleza física. Quería ser la más bonita – dijo la princesa mirando al cielo azul en el horizonte.

            – Tal vez no seáis la princesa más bonita, pero no me queda la menor duda de que sois la princesa más bella del mundo. Porque la belleza verdadera no se ve con los ojos, se ve con el corazón – dijo el capitán de manera firme, pero amable, mirando tiernamente a la princesa.

            La princesa Karina se ruborizó y volteó a mirar al capitán.

            – Capitán, decidme, ¿alguna mujer es dueña de vuestro corazón?

            – No. Alguna vez una mujer fue dueña de mi corazón y de mis sueños. Pero me engañó y se fue. Se asustó cuando vio la magnitud de mi amor por ella y no tuvo el valor de vivir la gran aventura de crecer conmigo. Pero eso fue hace muchos años.

            – Qué pena me da eso capitán. Es triste que no os hayan valorado y no hayan visto vuestro corazón. Qué feliz será la mujer que esté a vuestro lado.

            La princesa dijo esto mirando fijamente los ojos del capitán y tomándole sus manos tiernamente.

            El capitán quedó helado y mudo. Fue cautivado con su mirada y al mirar sus ojos, logró, de manera casi mágica, encontrar un pequeño espacio que le permitió, por un momento, penetrar en el alma de la princesa. Se dio cuenta que era un alma solitaria que buscaba amor con desesperación, pero que de alguna manera se sentía estéril para amar.

La princesa lo había cautivado desde que la vio. Sin embargo, no eran sus ojos, era su mirada; no eran sus labios, era su sonrisa; no era su voz, eran las melodías que emanaban de sus labios cada vez que hablaba. No era su pelo, era esa hermosísima cabellera negra que desprendía luceros en mágico desfile, cada vez que el sol se posaba en ella. Era todo el conjunto de sus atributos y virtudes lo que lo había seducido. No le parecía al capitán que lo que veía fuera algo cierto, algo verdadero. Se había preguntado frecuentemente si lo que contemplaba era un sueño.

            – Princesa, sé que lo que os voy a decir es una osadía y tendréis todo el derecho de abofetearme por esto. Pero debo deciros que os amo. Que desde que os vi, sentí que el amor inundó mi ser con tal intensidad que me pareció que explotaba por dentro cada vez que os veía.

Hubo un silencio, tras del cual el capitán continuó.

            – Disculpadme princesa. No soy de cuna real, pero mi corazón no sabe de aristocracias ni realezas. Se ha llenado de vos y es vuestro, totalmente vuestro, hasta el fin de la eternidad. Me he enamorado de vos, no solamente por vuestra celestial hermosura, sino por la intensa belleza de vuestra alma.

            – Capitán – dijo por fin la princesa. – Sabed que sois correspondido. Mi alma se siente plena cuando gozo de vuestra compañía. Mi corazón late apasionado cuando estoy cerca de vos. He sentido por primera vez en mi vida el amor maduro, este amor que ha superado las emociones de mi adolescencia. En este tiempo que hemos compartido tantas cosas juntos, he sentido mi alma unida a la vuestra, formando una sola entidad. Amadme capitán, os lo pide la mujer, no la princesa.

            Se miraron con gran amor y un beso rubricó el ocaso, que significó el más bello atardecer de sus vidas.

            El capitán dijo a la princesa que deseaba que su amor cristalizara en el matrimonio, pero que esto lo hacía infeliz, puesto que no él era noble.

            – Recuerda amado mío, que en la Tierra a la que llegaremos, no existe la realeza y solamente nos unirá el amor o nos separará la traición.

            – Gracias por decir esto. No sabes lo feliz que me haces. Aguarda, te lo ruego, debo darte algo – dijo el capitán con impaciencia.

            El capitán se dirigió a su camarote y abrió el primer cajón de su cómoda donde se encontraba un pequeño cofrecillo. Lo tomó y regresó con la princesa.

            Se sentó junto a ella y abrió el pequeño cofre con cuidado. Dentro de él estaban dos anillos de oro con unas piedras muy brillantes. Eran parecidas a los diamantes, pero tenían un brillo muy peculiar e inusitadamente intenso. Cogió uno de los anillos y tomando la mano izquierda de la princesa, colocó el anillo en su dedo anular. Entonces le dijo:

            – Amada mía, estos anillos son mágicos. Me fueron dados en uno de mis viajes por un gran mago; son los anillos del amor. Mientras mi amor por ti esté vivo, la luz que despide esta piedra preciosa, seguirá brillando. Su brillo corresponderá a la intensidad de mi amor. Como ves, el brillo de la piedra es enorme ahora, porque enorme es el amor que siento por ti. Si dejo de amarte algún día, la piedra dejará de brillar; lo mismo pasará con el otro anillo si tú me dejas de amar. Sé que me amas, porque la piedra brilla y cuando dejes de amarme, la piedra dejará de brillar. ¡Guárdeme Dios de tal momento! Sin embargo, te prometo que a partir de hoy, mi vida se consagrará a cuidarte, apoyarte y hacerte crecer. Mi amor inmenso se traducirá en mi entrega incondicional para hacerte feliz. Ahora toma este anillo y colócalo tú en mi dedo.

            Así lo hizo la princesa y ambos anillos brillaron con gran intensidad en las manos de los enamorados. Después, un beso selló el compromiso, que sin decirlo con palabras, hicieron ante Dios, allí en el mar azul.

Todo amor verdadero implica compromiso. Esto lo sabía bien el capitán, pero no la princesa.

Cuando el sol se metía, la princesa comentó al capitán que sus astrólogos le habían prevenido que su belleza física podría ser el mayor obstáculo para lograr su felicidad y que tal vez el Oráculo estuviera equivocado respecto a su destino. Ciertamente, su destino la tenía preocupada, pero la mayor parte de su vida había evadido esta preocupación, dedicándose a cosas que no la llevaran a preguntarse sobre el futuro de su vida.

Juntos vieron ocultarse al sol y juntos sintieron que ambos habían formado una nueva y bella unidad.

            De acuerdo a sus cálculos, el capitán estimaba que faltaba poco tiempo para arribar a la Gran Isla del Éxito. Sabía que el rumbo no había sido corregido correctamente, al no contar con la brújula, pero confiaba en que sus conocimientos y experiencia reorientaran al Skipian en su rumbo original.

El oficial Egoísmo no quiso traer su brújula a bordo. El contramaestre se la pidió antes de partir, por si le pasaba algo a la del barco. Sin embargo, Egoísmo pensó que sus cosas eran suyas y que no tenía porqué compartirlas con nadie más. Como veremos después, se arrepentiría de haber actuado así.

Diez días después, se acercó por estribor una nave de velamen extraño. Parecía que no era un barco de guerra. A unos metros, alguien de la extraña nave comenzó a gritar algo en un idioma desconocido, hasta que finalmente se escuchó algo en el idioma que entendían en el Skipian.

– ¡Eh, los del barco! – dijo una voz en la nave que se acercaba. – ¡Venimos en paz! ¡Mi señor desea subir a bordo y entablar amistad con vuestro capitán!

            El capitán Líder escuchó la solicitud y consideró que no habría inconveniente si tomaban las precauciones del caso. Ordenó a sus hombres tomar sus espadas y estar alertas por si se trataba de una ardid y en realidad eran piratas que querían realizar un abordaje sorpresa.

            El contramaestre gritó a los del otro barco que aceptaban la visita, pero que debían mantener su barco a una distancia prudente y abordar con no más de diez hombres.

            Del barco exótico, soltaron al mar una lancha pequeña. Fueron acupándola ocho hombres primero y finalmente el que parecía ser el personaje principal. Remaron lentamente en dirección hacia el Skipian, hasta que finalmente llegaron a la escalerilla de estribor.

Subieron a bordo cuatro hombres desarmados, pero muy fuertes. Después subió a bordo un hombre ricamente ataviado con indumentaria oriental. Hizo una reverencia y dijo:

– Soy el príncipe Ícarus, dueño y señor de las tierras a las que estáis próximos a arribar y os doy la bienvenida a ellas, si venís en paz.

            – Yo soy el capitán Líder, comandante de esta nave y os doy la bienvenida, si venís en paz – dijo el capitán, subrayando la última frase.

Los ojos del visitante miraron al capitán con cortesía, pero también con un gesto velado de amenaza. En seguida dijo al capitán:

– Tengo algunos obsequios para vos . Si permitís que mis hombres restantes aborden vuestro barco, podré haceros entrega de mis presentes. Espero que aceptéis.

            – Contramaestre, permitid a los hombres de nuestro distinguido visitante subir a bordo.
            – A la orden capitán – contestó el contramaestre.

            Los hombres del príncipe Ícarus comenzaron a subir, trayendo consigo varias cosas, principalmente frutas frescas, vinos y otros alimentos.

            – Capitán Líder, recibid estos obsequios como muestra de mi buena voluntad y de mis deseos de ser considerado vuestro amigo.

            – Os agradezco mucho vuestra gentileza príncipe Ícarus y aceptad mi invitación para comer en mi barco esta tarde – dijo amablemente el capitán.

            – Acepto vuestra invitación. Estaré aquí en unas horas – contestó el príncipe Ícarus, haciendo una reverencia.

En seguida, el visitante descendió del Skipian y ya a bordo de su lancha, se dirigió a su embarcación.

            Al capitán no le causó buena impresión el príncipe Ícarus. Algo le decía que no era sincero y que sus intenciones no eran precisamente las que mencionó. Por otro lado, “¿a qué tierras se refería y de las cuáles era gobernante?”, reflexionó.

El capitán tenía razón, el príncipe Ícarus era en realidad el malévolo Belial, aquél de quien les había advertido a su tripulación. Belial sabía que la princesa Karina venía a bordo, pues cuando preguntó a sus brujos quien era la princesa más bella de todos los reinos, le hicieron aparecer una imagen de la princesa Karina en la superficie de un gran recipiente lleno de un líquido azul. Desde entonces, Belial decidió que ella debería formar parte de su harén. Se había convertido en su capricho más importante y ordenó entonces a sus brujos localizar a la princesa. Cuando así lo hicieron, le indicaron que viajaba a bordo del Skipian hacia la Gran Isla del Éxito, por lo que se preparó para interceptar al Skipian durante la travesía.

Por la tarde, llegó el príncipe Ícarus al Skipian y saludó cordialmente al capitán Líder.

– Agradezco vuestra invitación nuevamente capitán. Es un honor para mí compartir los alimentos con un marino famoso como vos – dijo hipócritamente el príncipe Ícarus.

– Espero que disfrutéis vuestra estancia – contestó cortésmente el capitán.

            – Capitán Líder, no quisiera ser indiscreto, pero mis embajadores me han dicho que lleváis a bordo a La Princesa más Bella de todos los Reinos, a la princesa Karina. Si no tenéis inconveniente, desearía presentarle mis respetos.

– Vuestros embajadores os han informado bien. Nos satisface enormemente contar con la presencia en el Skipian de la princesa Karina, a quien escoltamos en misión especial y a quien hemos ofrendado nuestras vidas para protegerla de cualquier peligro y de cualquier malnacido que pretenda hacerle daño. Mi tripulación está muy bien armada y no dudaré un instante en matar a aquél que ose poner siquiera un dedo sobre su real presencia, sin su consentimiento – dijo el capitán en un tono firme y amenazante, pero diplomático, y continuó.

– Le comunicaré vuestro deseo y si ella no tiene inconveniente, nos acompañará a comer en unos momentos más – terminó el capitán.

            – Os agradezco mucho capitán Líder – dijo el Príncipe Ícarus con un gesto que no ocultaba su perversa satisfacción.

            El capitán acompañó al príncipe al camarote principal, en donde se encontraba una mesa con viandas y vinos exquisitos. Invitó al príncipe a sentarse y uno de los marinos del Skipian sirvió vino a ambos.

            Después de unos minutos, el capitán llamó a Cooperación, uno de sus fieles marinos.

            – Cooperación, decid a la princesa Karina que tenemos un invitado a comer, y que si no tiene inconveniente, le agradecería que nos acompañara en cuanto ella así lo disponga.

            – Sí capitán, de inmediato – contestó Cooperación y se dirigió al camarote de la princesa.

            Cooperación era uno de los oficiales más estimados por la tripulación, pues siempre estaba dispuesto a ayudar a sus compañeros. Muchas veces no era necesario pedirle su ayuda, pues él mismo se ofrecía ayudar cuando consideraba que era necesario.

Atendiendo la orden de su capitán, Cooperación tocó la puerta del camarote de la princesa y al escuchar contestación, le indicó que el capitán la esperaba a comer con un invitado.

            – Decid a vuestro capitán que estaré con él muy pronto – dijo la princesa en voz alta y sin abrir la puerta.

            En pocos minutos, la princesa se presentó ante el capitán y lo saludó con una coqueta sonrisa. Éste se acercó a ella, besó su mano y la acompañó hasta la mesa. El príncipe Ícarus estaba de espaldas a la princesa y se levantó. Enseguida se acercó a ella e hizo una reverencia. Entonces, el capitán dijo:

– Príncipe Ícarus, tengo el gran honor de presentaros a Vuestra Real Majestad, la princesa Karina.

Cuando lo vio, la princesa quedó impresionada. Nunca había visto un hombre tan apuesto. El príncipe Ícarus tenía algo que le llamaba la atención. No sabía que era, pero algo le atraía.

            – Princesa, es un satisfacción indescriptible conoceros. Jamás pensé encontrar a un ángel a bordo de este barco – dijo zalameramente el príncipe Ícarus.

            – Es un placer conoceros príncipe – dijo sonriente la princesa, extendiendo su mano.

            Antes de sentarse a la mesa, el príncipe dio tres palmadas y se presentaron ante él dos de sus hombres. Uno de ellos portaba en sus manos una enorme flor de pétalos guindas y centro amarillo, del tamaño y forma de un girasol y el otro un objeto dorado sobre un cojín aterciopelado.

            – Princesa – dijo el príncipe. – Permitidme obsequiaros estos presentes, como un humilde tributo a vuestra majestuosa belleza.

Primero le dio la enorme flor, que a pesar de ser grande, carecía de aroma y sus colores eran artificiales, como el mismo príncipe. Después tomó el objeto dorado. Era un espejo de mano, de oro macizo, que tenía la forma de gato. Estaba incrustado con piedras preciosas alrededor del cristal reflejante y el mango, que correspondía a la cola del gato, resplandecía con varios rubíes.

            La princesa dejó la flor sobre la mesa después de besarla, y al ver el espejo, quedó maravillada ante tal obra de arte. Sorprendida, agradeció el obsequio y sin pensar en el capitán, se sentó al lado del príncipe. Durante toda la comida, éste comenzó a halagarla, haciendo referencia constante a su belleza y contándole historias exóticas y describiéndole sus riquezas y posesiones. La adulación comenzó a surtir efecto y la princesa estaba encantada con el extranjero invitado. A partir de esos momentos, para ella sólo existía el príncipe. El capitán únicamente era parte de la decoración del camarote.

            El capitán no entendía lo que le estaba sucediendo a la princesa. Jamás se imaginó que pudiese ser atraída por aquél hombre extraño. Ni siquiera se preocupó por observar su anillo. El brillo de la piedra había menguado.

            Al terminar de comer, el príncipe Ícarus solicitó a la princesa que lo acompañara a cubierta para charlar. La princesa aceptó de inmediato, obsequiándole con una coqueta sonrisa e ignorando totalmente al capitán. Ante tal situación, el capitán se sintió bastante incómodo. No entendía la insolente actitud de quien le había pedido que la amara unos días antes. Se disculpó con ambos y los dejó.

            Cuando estaban solos en cubierta, el príncipe le dijo a la princesa:

– Bella princesa, sabed que poseo un sillón mágico; es un sillón que vuela a dónde yo quiera. Os aseguro que volar juntos en mi sillón mágico, será una experiencia inolvidable.

– Me encantaría noble príncipe, pero tengo miedo – dijo la princesa.

– Vamos, no tengáis miedo, soy un experto conductor de sillones voladores – replicó el príncipe con una sonrisa irónica.

Sabía que estaba dando resultado su plan. Ahora veía muy cercana la oportunidad de lograr que la princesa fuera seducida con sus argucias.

            – Está bien – contestó ella. – Confío en vos. Debe ser una experiencia formidable volar en un sillón mágico.

            – Ya lo creo – contestó el príncipe. – Ver las cosas desde las alturas no tiene comparación con nada. Veréis lo mismo que ve un águila o un halcón. Os aseguro que nadie en vuestra real familia ha visto nada igual. Vamos, ni siquiera este capitancillo que se dice vuestro protector, pero que no tiene nada con que defenderos si se presenta el caso. En cambio, yo sí tengo con que hacerlo. Miles de hombres a mi servicio estarán a vuestros pies si vos lo deseáis.

            La princesa no replicó ante semejante afirmación. Estaba verdaderamente impresionada con este hombre. El capitán había dejado de estar en su corazón de manera repentina.

– Princesa, desde hace mucho tiempo os he estado esperando. Aguardé tanto tiempo este momento, que mi corazón ansiaba impacientemente vuestra celestial presencia. Venid conmigo y seréis la reina de mis dominios. Tendréis todo conmigo.

            La princesa escuchó esto sorprendida. No lo esperaba del príncipe.

            – Pero príncipe, ¿no os parece precipitada vuestra propuesta? Hace apenas unas horas que os conozco; además el capitán... – El príncipe no la dejó terminar e interrumpiéndola, le dijo:

– Para amaros, no hacen falta siglos. Sólo unos minutos son necesarios para enamorarse de una mujer como vos. Miles de mortales deben estar perdidamente enamorados de vos con sólo haberos mirado – agregó el príncipe con adulación e hipocresía, y continuó.

– Además, ese marinerito no es digno de vos, ni siquiera pertenece a la realeza. Por otra parte, es varios años mayor que vos y vuestra juventud merece un joven apuesto y vigoroso como yo. Soy más alto, fuerte y bello que él. No se puede comparar mi energía con la de él, que es casi un anciano comparado con vos. Comprended que la juventud es más importante que la experiencia y conmigo gozaréis más tiempo la vida. Os juro consagrar mi existencia a cumplir vuestros más mínimos deseos y estaré pendiente de vos en todo momento. No os dejaré sola por un instante. Vamos princesa, no lo penséis más, acompañadme de inmediato, os juro que no os arrepentiréis.

            Belial habló de manera muy convincente y la princesa Karina no advirtió su hipocresía. El príncipe era muy hábil y reconocía de inmediato la fase más sensible de su víctima.

            A pesar de lo atractivo de la oferta, la princesa dudó. Por un momento recordó al capitán y esto le hizo reflexionar respecto a su conducta. Sentía que estaba actuando impulsivamente y se preguntaba si debía hacer caso al príncipe, el terrible Belial, o considerar lo que estaba sintiendo o había sentido por el capitán.

Belial se percató de la vacilación de la princesa. Entonces se acercó a ella y se le quedó mirando a los ojos de manera penetrante. Su mirada era tan potente, que la princesa tuvo que voltear, alejando sus ojos de aquella mirada impresionante. Al ver esto, recurrió a otro ardid.
           
Sacó de entre sus ropas una cadena de oro, de la que pendía un anillo, que engarzaba a su vez,  a un gran rubí muy hermoso y refulgente.

            – Princesa – dijo – observad esta joya. Es en verdad una gema de gran hermosura, que solamente podría rivalizar con vuestra belleza. Observad como brilla con el sol.

            La princesa no podía resistir los halagos. Siempre había buscado ser el centro de atención. Por esto, quedó maravillada con joya tan hermosa y no pudo quitarle los ojos de encima. Belial, hábilmente, comenzó a balancear la cadena con el anillo y provocó que la princesa siguiera el rubí con la mirada. Así, logró por fin hipnotizarla.

            Con una enorme sonrisa de satisfacción, se dirigió a la princesa y le dijo:

            – A partir de hoy, yo seré tu dueño y no tendrás ojos más que para mí. El capitán Líder será para ti únicamente un simple recuerdo y estarás convencida de que sólo fue una experiencia más en tu vida. Olvidarás lo que le prometiste, olvidarás que lo amas y te dedicarás hasta tu muerte a mi servicio. No tendrás que preocuparte por hacer cosas difíciles, pues yo te facilitaré todo lo fácil. Pronto vendrán por ti mis servidores y no opondrás resistencia. Vivirás conmigo por el resto de tus días y serás cómoda y trivialmente feliz. Encontrarás la satisfacción que habías estado buscando y que sólo creíste obtener en tu soledad. Serás para mí, como esos hermosos árboles que cultivan en el lejano país de Cipango, bellos árboles pequeños que no se les deja crecer, aunque tengan varios años de edad. Su hermosura reside en su limitación para crecer y son preciosos objetos de ornato. Serás como estos árboles a los que llaman bonsai y disfrutarás siendo así. Aceptarás resignadamente mi desinterés e indiferencia hacia ti cuando comiences a envejecer y tu hermosura vaya desapareciendo. Y también aceptarás resignadamente mi interés por jóvenes mujeres, hermosas y atractivas cuando me aburra de ti.

– Ahora, al momento de escuchar una palmada, despertarás y no recordarás nada de lo que te dije.

            Belial dio una palmada y la princesa despertó.

Confundida, dijo al que creía príncipe:

            – Disculpadme, repentinamente me distraje y no puse atención en lo que me decíais.

– No os preocupéis princesa. Os estaba mostrando este anillo que quiero obsequiaros. Lucirá esplendoroso en vuestra real mano. Es incomparablemente más bello que ese anillo de vidrio corriente que portáis ahora – dijo Belial, mintiendo al ver el brillo intenso del anillo de la princesa y reconociendo de inmediato al anillo del amor.

– Gracias príncipe, es precioso – respondió la princesa.

Belial intentó quitarle el anillo del amor, que tenía en la mano izquierda, para sustituirlo por su obsequio. Sin embargo, la princesa no se lo permitió y amablemente le ofreció la mano derecha, en la cual el príncipe le colocó el nuevo anillo.

El regalo era parte de las alhajas de la ingratitud. Estas joyas, en forma de anillos, collares, pendientes, gargantillas, aretes o pulseras, eran de uso frecuente entre los habitantes de la Tierra de la Mediocridad. Quien las usaba se olvidaba de agradecer lo que debía agradecer. Sus portadores creían que lo que se les daba lo merecían y por lo tanto no debían agradecer el obsequio, fuera éste material o inmaterial. Estaban convencidos de que todo se lo merecían y al recibir algo, aunque lo pidieran, no tenían porqué agradecerlo. Mucho menos, agradecer aquello que no habían pedido.

La princesa había quedado maravillada con su nueva sortija de la ingratitud sin prestar atención al anillo del amor que le había dado el capitán, y que seguía resplandeciendo con gran intensidad.

            – Príncipe, tenéis razón, luce espléndido. Ya merecía una joya como esta – dijo la princesa observando la nueva alhaja en su mano derecha.

Belial se acercó entonces a la princesa y la besó en sus labios. Ella se resistió por un segundo, pero después aceptó el beso con placer, aunque con un temor interno indescriptible. Abrazó apasionadamente al príncipe y lo besó con más intensidad. Entonces sintió una culpabilidad momentánea que la hizo separarse del príncipe. Una angustia terrible acababa de nacer en ella, angustia que ya no la abandonaría jamás.

            – Disculpadme príncipe. Me siento un poco mal. Me retiraré a mi alcoba, pero espero veros pronto – dijo la princesa, retirándose a su camarote.

            Al alejarse la princesa, Belial no pudo contener una sonora carcajada, que llamó la atención a más de un marino a bordo.

            Satisfecho de su fechoría, se dirigió a la escalerilla del barco y de inmediato descendió hasta su lancha, ayudado por sus hombres, quienes se fueron con él. Al darse cuenta de esto, el contramaestre avisó al capitán, que se encontraba en su camarote.

            – Capitán, el príncipe se retira sin dar ninguna explicación.

            – ¿Qué decís contramaestre Confianza? ¡Cómo es eso!

            El capitán salió inmediatamente de su camarote y se dirigió a babor. En efecto, la lancha del príncipe se retiraba hacia su nave.

            Todo esto le pareció muy extraño al capitán.

            – Contramaestre, ¿sabéis que sucedió?

            – No capitán – contestó el contramaestre intrigado. – El príncipe estaba charlando con la princesa en cubierta y después ella se retiró. Enseguida, el príncipe se dirigió hasta su lancha y se fue.

            – ¿Así nada más, sin despedirse o dar alguna explicación?

            – Así nada más capitán – contestó resignado el contramaestre. – Pareciera que algo lo ofendió o que ya no deseaba estar a bordo.

            – Qué extraño. Esto no me huele nada bien – dijo el capitán pensativo.

– Perdonad capitán, pero a mí nunca me agradó el tal príncipe. Además, me dio la impresión de que cortejaba a la princesa – confesó el contramaestre disgustado.

            – La verdad es que comparto vuestro desagrado, pero no lo creo capaz de tal atrevimiento. Conociendo a la princesa, no creo que se lo haya permitido. Estad alerta contramaestre. Debemos estar prevenidos contra una trampa. No confío en las personas descorteses y prepotentes – comentó preocupado el capitán.

            El comandante del Skipian quedó pensativo e intrigado. “¿Quién era ese personaje tan extraño? ¿De que tierras era dueño y señor? ¿De verdad sería príncipe?” Decidió charlar después con la princesa para averiguar más sobre el llamado príncipe. Ordenó levar anclas y continuar la navegación. Atardecía y en el horizonte no se observaron mas islotes.

            Al día siguiente el capitán despertó de buen humor. Todo estaba bien a bordo y el viaje se presentaba tranquilo. Al ver salir a la princesa a cubierta, se alegró. Verla era suficiente para colmarse de alegría y satisfacción.

            – Buenos días amada mía – saludó amorosamente el capitán a la princesa besándole su mejilla.

            – Buenos días capitán – contestó la princesa con una sonrisa amable, pero lejana.

            Algo había en su expresión que inquietó al capitán.

            – ¿Qué pasa Karina? ¿Sucede algo malo?

            – No, nada malo me sucede. Solamente que he estado pensando en el príncipe. ¿Vendrá hoy a visitarnos?

            – Me temo que no. Ayer se fue sin despedirse siquiera. No sabemos que sucedió.

            – ¡Cómo! ¿No dijo si regresaría hoy? – preguntó la princesa con tristeza y asombro.

            – Como dije, no sé nada de él – replicó el capitán en tono molesto y sin ocultar sus celos.

            – No debéis molestaros capitán, solamente os hice una pregunta y recordad que me debéis respeto – dijo la princesa en un tono de orgullo y soberbia.

– Karina reacciona, ¿qué te pasa? ¿Qué te dio ese sujeto prepotente y anodino? – preguntó intrigado el capitán.

            – ¡Nada! ¡Por supuesto que no me dio nada! ¡Y no lo llaméis así! – contesto molesta, levantando la voz.

            – Karina, amor mío, piensa por favor. Pareciera como si repentinamente te hubieras enamorado de ese extraño, olvidándote de lo que sientes por mí.

            – Capitán, debéis disculparme, pero creo haberme confundido con vos. Os tengo aprecio y estimación, pero no creo amaros. Ciertamente, el príncipe Ícarus ha provocado sentimientos profundos en mí desde que lo vi y creo que a él si lo amo.

            – Pero, Karina, no te dejes deslumbrar tan fácilmente. Hombres como él solamente buscan divertirse por un momento, después te olvidarán. Me parece que te equivocas.

            – Capitán, es posible que sea cierto lo que decís, pero quiero tener el derecho a equivocarme. Yo sabré lo que hago. Os suplico no intervenir más en mi vida.

            Esta respuesta, pero sobre todo el tono de ella, sorprendió al capitán. “¿Qué había pasado?” se preguntó a sí mismo. “¿Qué había pasado con la princesa, aquélla que le había confesado su amor y de quien se había enamorado perdidamente?” Realmente se había quedado perplejo. Parecía que tenía ante sí a otra persona.

            – Disculpad mi atrevimiento, Majestad. Si en algo puedo serviros, no dudéis en avisarme. Estoy a vuestro servicio, cumpliendo órdenes de la Reina Juana. Con vuestro permiso – dijo el capitán en tono grave, haciendo una caravana y retirándose.

            La princesa quedó desconcertada. Ella misma no daba crédito a lo que estaba pasando. Se había comportado de manera grosera con el capitán Líder, de quien había recibido sólo cosas positivas: apoyo, confianza, interés, pero sobre todo amor. Un amor como el que nunca había pensado recibir. ¿Qué le estaba pasando? El príncipe le había hecho algo, de eso estaba segura. Ahora el capitán no significaba nada en su corazón, en cambio sólo pensaba en el príncipe Ícarus. Pensó que la flor que le había obsequiado era la responsable del cambio, por lo que regresó a su dormitorio por ella y la arrojó al mar. No obstante, todo seguía igual en ella.

            Se encontraba confundida. Recordaba el ofrecimiento del príncipe y le atraía sobremanera, tanto volar en el sillón mágico, como vivir con ese hombre tan interesante. Sin embargo, sentía un gran remordimiento por lo hecho al capitán, a ese hombre que le había atraído tanto, por el que había sentido un cariño inmenso y que era su mejor amigo hasta entonces. Quería estar segura de que amaba ahora al príncipe, quien había sido capaz de desplazar al capitán de su corazón.

            Preocupada, pasó todo el día en su camarote, sin siquiera salir de él para comer. Estaba muy confundida. Extrañaba mucho a sus mejores amigas: la Duquesa Inseguridad y la Condesa Trivialidad. A ellas siempre les consultaba lo que debía hacer y hacía siempre lo que le aconsejaban, aunque no fueran acertados sus consejos. Ahora ella tenía que decidir por sí misma y no estaban sus amigas para consultarlas. Sentía una afinidad muy especial con ellas porque siempre le apoyaban con una salida fácil y cómoda, cuando necesitaba una respuesta para evitarse problemas. No se daba cuenta de que sus amigas serían dignas habitantes de la Tierra de la Mediocridad. Por supuesto que ellas le habrían recomendado que se olvidara del capitán y que se fuera con Ícarus, ¡precisamente por las mismas razones que le había dado el príncipe antes de hipnotizarla!

            Por su parte, el capitán se hallaba terriblemente triste. No lo podía creer. La mujer que había idolatrado, se había convertido en alguien extraña. Más bien se comportaba como una niña caprichosa, que al ver un juguete bonito, tiraba el juguete que decía preferir sobre los demás.

            Esta situación hizo que el capitán perdiera la concentración en el mando de la nave. Absorto en sus pensamientos y decepcionado, el capitán se fue a su camarote. Desconcertado y triste se quitó su anillo y lo guardó en el pequeño cofre que antes lo había contenido, esperando por años a quien darlo. Finalmente regresó el cofrecillo a un cajón de su cómoda.

El contramaestre se dio cuenta de la situación del capitán y se hizo cargo del Skipian.

Por no tener brújula, el Skipian había desviado su rumbo; se acercaba peligrosamente a la Tierra de la Mediocridad y el contramaestre hacía cálculos para retomar el rumbo. No quiso comentar con el capitán la situación, hasta no estar seguro de la nueva posición del Skipian. De cualquier manera estimaba que con la llegada del nuevo día, podría orientarse mejor.

            La noche transcurría tranquila y el viento había dejado de soplar, por lo que el barco casi no se movía. La quietud era casi total. Sin embargo, de forma casi imperceptible se escucharon ruidos en el agua, como de remos. El timonel no prestó mucha atención a estos ruidos, pues supuso que se trataba de los delfines que nadaban cerca del barco.

            Por babor, comenzaron a subir pequeños hombrecitos con las orejas picudas, grandes pies y algunos con barbas. Eran los terribles gnomos, los servidores más fieles de Belial, que habían venido a secuestrar a la princesa. Todos los gnomos se llamaban Miedo y se distinguían por su segundo nombre. Subieron a bordo del Skipian, los cinco gnomos más queridos por el rey de la Isla de la Mediocridad: Miedo a Ser, Miedo a Crecer, Miedo a Amar, Miedo a Comprometerse y Miedo a Intentar. Estos malvados enanos de las profundidades terrestres, eran los más perversos y los más eficientes para atrapar a quienes habitarán la Tierra de la Mediocridad. Cuando actuaban, no dejaban escapar a nadie. Eran extraordinariamente eficientes y todo aquél que atrapaban, era llevado a vivir a la Tierra de la Mediocridad; a vivir allí felizmente mediocre.

            Sigilosamente se movieron por cubierta hasta llegar al camarote de la princesa. Como tenía echado el cerrojo la puerta, tuvieron que golpear fuerte para romperlo. La princesa se despertó, pero no gritó, como resultado de la hipnosis de Belial. Los gnomos la tomaron de las manos y la condujeron hasta cubierta, para llevarla hasta la lancha en que habían llegado. Un gnomo llevaba consigo una bolsa con cosas personales de la princesa, obedeciendo la orden de su amo.

            El capitán no podía dormir pensando en su amada y cuando escuchó el ruido que hicieron los gnomos para romper la puerta del camarote de la princesa, se levantó de su cama y rápidamente tomó su espada. Cuando salió a cubierta observó que dos hombrecillos ayudaban a la princesa a descender del barco hasta una lancha que se encontraba en estribor.

            Como impulsado por un resorte, el capitán corrió hasta donde estaban los gnomos.

– ¡Alto malditos! ¡Dejad a la princesa! – gritó el capitán con su espada en la mano.

En ese momento el timonel gritó:

            – ¡Alarma, alarma! ¡Hemos sido abordados!

            El capitán se lanzó sobre los gnomos y alcanzó a ver a la princesa cuando abordaba la lancha. Parecía como sonámbula, pues no ofrecía resistencia. Se movía muy dócilmente. No sabía si iba por su voluntad, pero ella le dirigió al capitán una mirada angustiosa y desesperada. Esta fue la última imagen que vio el capitán de la princesa, antes de perder el conocimiento, como resultado de un golpe que recibió en su cabeza por la espalda. Tres gnomos, subidos uno encima del otro, se habían acercado al capitán y el que estaba hasta arriba lo golpeó fuertemente con un mazo de madera.

            Una gran confusión se produjo a bordo. Los marineros se habían despertado con los gritos y los ruidos, y salieron a cubierta. El contramaestre Confianza reaccionó tarde. Cuando se dio cuenta de la situación, la lancha con los gnomos y la princesa ya se encontraba lejos del Skipian.

            Repentinamente, el barco fue sacudido por un fuerte impacto. Una enorme red cayó sobre el Skipian. Fue realmente asombroso lo que sucedió y nadie daba crédito a lo que veía. Pareciera como si un pescador gigante hubiera echado sus redes sobre el barco. La red estaba hecha de gruesas y fuertes cuerdas e inmovilizó la nave por completo. Había viajado por los aires, desde el palacio de Belial hasta el barco, impulsado por fuerzas poderosas y maléficas de los brujos del falso príncipe Ícarus.

Los gnomos estaban contentos con su triunfo y sus risas eran tan fuertes que se escuchaban claramente aunque su lancha estuviera muy lejos del barco.

            Todos los marinos comenzaron a golpear fuertemente con sus espadas las cuerdas de la red, para romperla y así poder librarse de ésta. Su esfuerzo fue inútil, la red no se rompía. Parecía estar hecha de acero.

            Pesimismo dijo entonces:

– Es inútil, nos quedaremos atrapados para siempre. Mejor no hubiéramos salido de nuestra tierra. Sólo vamos al encuentro de la muerte.

            Estas frases impresionaron a los demás marineros quienes comenzaron a dejarse caer sobre la cubierta. Entonces, el oficial Optimismo les dijo:

            – Amigos, escuchad. Nadie puede modificar el pasado. Así es que cuando decimos hubiéramos, estamos desperdiciando nuestro tiempo. Nada podemos hacer respecto al pasado. Pero siempre podemos hacer algo por el futuro, y el futuro que queremos está en la Gran Isla del Éxito. Por lo tanto, no nos desanimemos. Lo que tenemos que hacer es redoblar esfuerzos para librarnos de esta red y después ver la manera de salir de este lío.

            Sus compañeros se animaron y comenzaron nuevamente su tarea. Entonces, el capitán Líder recobró el sentido y pronto se dio cuenta de la situación. La enorme red con que estaba atrapado el Skipian era de cuerdas fuertes y gruesas. Vio a sus hombres esforzándose para cortarlas, sin obtener resultados.

Era la Red de la Incertidumbre. Esta red inmoviliza y muchas veces desespera. La red estaba hecha de cuerdas que los brujos de Belial habían hechizado. No podían ser cortadas por espadas comunes, por muy afiladas que estuvieran. Sólo espadas hechas con el acero de la fe en los demás y templadas con la seguridad en uno mismo, podían cortar la red mágica.

            De toda la tripulación, únicamente el capitán tenía una espada de esa naturaleza. El capitán tomó su espada y golpeó con fuerza los cables de la red. Comenzaron a romperse algunas cuerdas, pero aun así, éstas eran muy duras y el capitán pronto se cansó de tanto golpear con su espada a la red. Así es que los demás marineros empezaron a ayudar. Con todas sus fuerzas golpeaban las cuerdas de la red y cuando alguien se cansaba, otro lo sustituía. Finalmente rompieron las suficientes cuerdas como para librarse de toda la red. Esta maniobra les llevó mucho tiempo. Mucho más tiempo del que los gnomos necesitaron para llevar a la princesa hasta el palacio del malévolo Belial.

            Por fin, el Skipian se hallaba libre de la mágica red. Amanecía ya y la tripulación estaba exhausta. Después de descansar unas horas y comer algo, el capitán reunió a la tripulación en cubierta.

            – Amigos, como han podido ver, ha sucedido algo terrible. La princesa Karina fue secuestrada.

– ¿Quién pudo ser, Capitán? – preguntó Optimismo.

            – Solamente pudo ser el maldito Belial.

            – ¿El rey de la Tierra de la Mediocridad? – preguntó a su vez Cooperación.

            – El mismo. Estoy seguro que el príncipe Ícarus y Belial son la misma persona. También estoy seguro de que hechizó a la princesa. Solamente así me puedo explicar su conducta. Pobre princesa Karina – terminó con voz triste.

Optimismo dijo entonces:

– Capitán no os pongáis triste. Hagamos algo para rescatar a la princesa. Tengo la certeza de que juntos podemos elaborar un plan para rescatarla. ¡Ánimo capitán!, veréis como pronto estará de regreso.

            El capitán cambió su semblante y dijo con determinación:

            – Tenéis razón, buen amigo. Pensemos juntos y elaboremos un buen plan de rescate.

            Entretanto, la princesa se encontraba ya en el palacio de Belial. Los gnomos avisaron a su amo que habían cumplido su misión. La princesa estaba desconcertada. Todo parecía haber sido un sueño del cual no podía despertar aún. La habitación en la que se encontraba era lujosa y confortable, tenía a su disposición varios sirvientes que le proporcionaron ropa nueva y escogió un vestido muy elegante, que destacaba su figura y se lo puso. Se vio en el espejo y estuvo conforme como lucía. Su atención estaba fija en el espejo y reflejado en él, repentinamente, apareció el terrible Belial. Mayúsculo fue el susto que se llevó la princesa, pues no lo había escuchado entrar en su habitación. Al verlo, se sorprendió. Era un hombre que jamás había visto, con un rostro barbado que no reflejaba una edad precisa, pero que irradiaba antipatía y prepotencia. Indignada se dirigió a él.

            – ¿Quién sois vos y que hacéis aquí?

            – Bienvenida a mi reino princesa. Yo soy tu amado príncipe.

            – ¡Mentís farsante! Quien me trajo aquí es el apuesto príncipe Ícarus, que es muy distinto a vos – replicó la princesa molesta.

            – No te alteres bella princesa – dijo sereno Belial. Dio dos palmadas y en seguida apareció un sirviente que llevaba una charola de plata, sobre la cual había una jarra y una copa, ambas de oro. Tomó la jarra y sirvió en la copa algo que parecía vino. Asió la copa y se la ofreció a la princesa.

            – Toma princesa, debes tener sed. Toma y escúchame. Te lo ruego.

            La princesa, molesta y asombrada, tomó la copa y bebió su contenido. Ciertamente tenía un sabor a vino, pero distinto a los que antes había probado.

            – El príncipe Ícarus y yo, Belial, rey de la Tierra de la Mediocridad, somos la misma persona. Soy un hombre magnífico que ha obtenido grandes poderes durante los mas de mil años que tengo de existir. Estos mismos poderes me han permitido vivir los años que he vivido y los que me faltan por vivir. También me permiten adoptar varias apariencias, según mi agrado. Así es que, bajo la apariencia del príncipe Ícarus, me presenté ante ti. Sabía que mi apariencia física y mi arrogancia sería el mejor atractivo para una mujer como tú – dijo Belial con firmeza, y continuó:

– Nunca había tenido una mujer tan bella como tú y fue mi deseo tenerte conmigo. Conocerás a mis demás mujeres y podrás comprobar lo que te digo.

            – No puede ser posible esto. Os estáis burlando de mí. Llamad inmediatamente a mi amado príncipe Ícarus y agradeced que no os mando decapitar por vuestra osadía.

            Belial comenzó a reír con sonoras carcajadas. Le había causado gracia el desplante de la princesa.

            – Bella princesa, aunque quisiera, no puedo ordenar mi propia decapitación y menos por un capricho tuyo. Enseguida demostraré lo que te dije.

            Dicho esto, Belial lanzó hacia arriba un puñado de polvo rojo, que se expandió como humo y por un momento lo ocultó. Al despejarse el humo, apareció el príncipe Ícarus, con la misma expresión e indumentaria con las que lo conoció la princesa.

            La princesa quedó asombrada. Ante sus ojos estaba el príncipe Ícarus. Parecía como una ilusión óptica. Eso pensó hasta que el propio príncipe comenzó a hablar.

            – Ante vos, princesa adorada, se encuentra Ícarus, vuestro admirado príncipe – dijo irónicamente Belial, con la misma voz  y gestos del hombre que maravilló a la princesa Karina.

            – No puede ser posible esto. Si sois en realidad Belial, rey de la Tierra de la Mediocridad, ¿porqué no os presentasteis como tal ante mí?

– Porque con mi apariencia no hubiera resultado atractivo para ti. En cambio, como Ícarus, logré llamar tu atención y hasta obtuve tu amor, ¿no es cierto? – le dijo sonriendo y en tono sarcástico.

            – No estéis tan seguro de que tenéis mi amor. Ahora me doy cuenta de que fuisteis sólo una ilusión que me deslumbró y me hizo cometer un gran error. Me engañasteis vilmente. Dejadme ir de inmediato – dijo la princesa en tono imperativo.

            – Mucho me temo que no será posible mi querida princesa. Te deseo sólo para mí. Este ha sido mi capricho desde que vi tu rostro en la imagen que me mostraron mis brujos. Es una satisfacción personal muy especial tenerte en mi harén con mis otras mujeres. Todas son muy bellas, y provienen de todos los lugares de la Tierra, pero ninguna es como tú. Mientras dure tu belleza y juventud, serás mi preferida.

            – No lograréis vuestro propósito. Afortunadamente el capitán Líder me ama y estoy segura que vendrá a rescatarme.

            Una espontánea y estruendosa carcajada salió de la boca del malvado Belial.

            – No dudo que intente rescatarte, pero aunque lograra llegar hasta aquí, tú no lo acompañarás y te quedarás aquí para siempre.

            – Os equivocáis. En cuanto se aparezca, tened la certeza de que me iré con él.

            – Aunque quieras irte, habrá algo más fuerte que te lo impedirá. Algo que te atará a mí para siempre.

            – No sabéis lo que decís. Vos sólo me dais asco. No me inspiráis más que desprecio y no quiero nada de vos – exclamó la princesa, quitándose el anillo que le había regalado Ícarus y arrojándolo con fuerza al suelo.

            Repentinamente, el capitán volvió a estar en su mente y en su corazón. Ahora, sin el anillo de la ingratitud, reconocía lo que él había hecho por ella y todo lo que le había dado en el lapso en el que se trataron y se enamoraron, y en el que construyeron una hermosa amistad.

– Aun sin tenerlo a mi lado, en estos momentos siento que amo al capitán Líder más que a nadie en el mundo. Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui y que sólo me dejé llevar por un arrebato pasional. Me doy cuenta que mi amor por el capitán Líder está más firme que nunca y sólo quiero estar con él para entregarle todo mi amor – dijo de manera categórica.

            – Tal vez eso sea por el momento, pero en unos minutos será distinto. Pronto empezará a surtir efecto el brebaje que bebiste hace unos momentos. Entonces tu conducta cambiará y te volverás mi más fiel servidora.

            La princesa recordó el vino que había tomado en la copa de oro.

            – ¡Malvado, me habéis engañado nuevamente! – le gritó la princesa con evidente desprecio.

            – Tendrás que perdonarme, pero solamente así pude tenerte conmigo para siempre.

– Malvado, os arrepentiréis de esto – dijo resignada la princesa.

            – Que descanses princesa, pronto tendrás la satisfacción de servirme – terminó irónicamente Belial y se retiró sonriendo.

            La princesa comenzó a llorar desconsolada y poco a poco comenzó a sentir una extraña necesidad de permanecer en el lugar donde estaba. El brebaje mágico comenzaba a surtir efecto. Se encontraba ya en el lugar en el que tanto temía estar: la Tierrade la Mediocridad y curiosamente, no sentía la necesidad de abandonarla.

            Mientras tanto en el Skipian, el capitán y sus marinos elaboraban un plan para rescatar a la princesa. Muchas ideas surgieron de todos ellos, pero ninguna parecía muy realizable. Finalmente el contramaestre dijo:

            – Capitán, pienso que lo primero que tenemos que hacer es averiguar donde se encuentra la princesa. Es decir, es seguro que se encuentra en el palacio de Belial, pero hay que saber con precisión el lugar donde se ubica ella. Cuando sepamos en donde está, podremos idear una forma de llegar hasta ella, sin que la guardia se percate de nuestra presencia. Debemos reconocer que no tenemos la fuerza suficiente para enfrentar a los hombres del maligno rey que secuestró a la princesa, pues ellos son varias veces más que nosotros.

            – Estoy de acuerdo con vos contramaestre, es lo mas conveniente. Sin embargo, ¿cómo haremos para llegar hasta el palacio sin ser vistos? – preguntó el capitán.

            – Creo que yo sé como – dijo el oficial Optimismo.

            – Hablad – le apremió el contramaestre.

– Podemos enviar a uno de nosotros hasta el palacio donde se encuentra la princesa, disfrazado de gnomo, para que pueda llegar hasta ella.

– Estás loco – le contestó Pesimismo. – ¿No sabes que los gnomos son como enanos de largos pies y orejas puntiagudas? Con tu tamaño de ropero, ¿quién te creería que eres un gnomo?

– Esperen, nunca dije que yo me disfrazaría. Solamente uno de vosotros podría ser el indicado – replicó Optimismo.

            – ¿Quién? – preguntaron todos.

            – Creo que... ¡Astucia! – respondió Optimismo, señalando al aludido.

            Astucia era el nombre de un marinero que iba a bordo. Era el más pequeño de todos, pero era muy inteligente y vivaz.

            Sorprendido, el marinero Astucia exclamó:

– Aguardad, ciertamente soy pequeño, pero no sé si mi tamaño sea el de un gnomo. Nunca he visto uno.

            – Tiene razón – dijo el capitán. – Un gnomo es más pequeño que él. Creo que debemos descartar ese plan.

            – No capitán – interrumpió Optimismo. – Si Astucia va de noche y le colocamos unas puntas de zapato en sus rodillas, cuando vea que alguien lo puede observar, se hincará y así su estatura se reducirá y hará creer a quien lo vea que está de pie, porque las puntas de los zapatos en sus rodillas, parecerán sus pies.

            – Tenéis razón. Me parece magnífica la idea. ¡Manos a la obra! – exclamó entusiasmado el capitán.

            Varios marinos ayudaron en la elaboración del disfraz. Como no tuvieron forma de lograr que las orejas de Astucia parecieran puntiagudas de manera natural, hicieron un gorro que le tapara las orejas. También hicieron unas barbas postizas de las de otro marino, que tuvo que sacrificar las suyas para un noble fin. Astucia se probó el disfraz y después de varios arreglos, quedó listo. Hincado parecía un gnomo y el capitán estuvo satisfecho con la apariencia de Astucia

            Entretanto, el Skipian se acercó la Tierra de la Mediocridad lo suficiente para que una lancha pudiera llegar a ella sin dificultad en poco tiempo. Al atardecer bajaron una lancha y la mantuvieron atada al barco, para que en la noche pudiera ser abordada por Astucia y un par de remeros.

            Al anochecer todos estaban listos. Hacía dos horas que el sol se había ocultado y la luna comenzaba a ser más luminosa en su cuarto menguante. Astucia se despidió del capitán y éste le dijo:

            – Astucia, os agradezco vuestra disposición. Recordad que vuestra misión es ubicar el lugar exacto en el que se encuentra la princesa y estudiar la forma en que podamos llegar a ella sin ser vistos, y así poder rescatarla. No hagáis nada más que esto. En cuanto tengáis la información, regresad de inmediato al barco. Confiamos en vos. Tened mucho cuidado y os deseo la mejor de las suertes.

            – Gracias capitán. No os preocupéis, regresaré lo más pronto posible.

            La lancha comenzó a avanzar en dirección de la Tierra de la Mediocridad y tras media hora, arribaron a una playa que se encontraba en una pequeña bahía. Astucia bajó de la lancha y corriendo, se internó en la maleza. Mientras tanto, los marineros que iban con él arrastraron la lancha tierra adentro y la ocultaron muy bien entre varios arbustos. Ellos tenían que esperar a Astucia para regresar juntos al Skipian.

            Después de unos minutos, Astucia reconoció mejor el terreno y se dio cuenta que había un sendero ancho que parecía conducir a un lugar importante. Comenzó a caminar y después de varios minutos de caminata pudo ver a lo lejos un gran palacio iluminado por varias antorchas. Calculó que en una hora estaría allí.

            Cuando llegó cerca de la gran puerta del castillo, se detuvo a pensar en la forma de burlar a los guardias. Se aproximó a unos cinco metros de ellos y de inmediato se hincó. Revisó que sus barbas postizas estuvieran bien puestas y que el gorro le tapara sus orejas. Entonces gritó:

            –¡Eh guardias! ¡Venid pronto!

            Los guardias voltearon a verlo y se acercaron corriendo a él. Señalando hacia el camino, Astucia les dijo:

            – Me pareció ver algunos extraños cerca del camino, creo que debéis cercioraros.

            Los guardias se alejaron hacia el camino, portando sus lanzas y dejaron la puerta principal libre. Entonces Astucia se levantó y corriendo, se internó en el palacio. Aunque Astucia lo desconocía, los soldados obedecían a los gnomos, por ser éstos los preferidos del Rey.

            Por la hora, no había gente en los alrededores, así es que le fue fácil ingresar al palacio. Protegido por la oscuridad, Astucia se internó por un gran pasillo, al final del cual se veía una intensa luz. Caminó por este pasillo y descubrió que desembocaba en un amplio salón que parecía ser un comedor, pues había una gran mesa con manjares sobre ella. En uno de sus extremos había una silla de respaldo alto exquisitamente labrado. No observó a nadie y se acercó a la mesa. Como tenía hambre, tomó una fruta de un recipiente y comenzó a comerla. Entonces escuchó voces y buscó donde esconderse. Vio una cortina que cubría un muro cerca del pasillo y se escondió detrás de ella.

            Astucia observó que se acercaba un individuo ricamente ataviado, acompañado por un ser pequeñito de grandes pies y orejas puntiagudas; era barbado y de nariz afilada. Su voz no correspondía a su tamaño, pues era más bien grave. Por fin había visto personalmente a un gnomo. En cuanto a la otra persona, pronto se dio cuenta de que era Belial. Su personalidad tenía algo de sobrenatural y su apariencia era muy distinta a la del príncipe Ícarus. Incluso su voz era muy distinta, sonaba como hueca, como surgida de un abismo.

            Estos personajes se acercaron a la mesa y apareció entonces un sirviente que retiró un poco la silla de respaldo alto para que se sentara Belial. El gnomo permaneció a su lado de manera respetuosa. Entonces éste se dirigió a su amo y le dijo:

            – Mi señor, disculpadme, pero he notado que la princesa no tiene guardia en su habitación y aunque está en el primer nivel, ¿no sería prudente apostar un par de guardias para impedir que huya? Sobre todo, considerando que su alcoba está cerca de las escaleras – preguntó el gnomo Miedo a Ser.

– No hay ningún problema, mi fiel servidor. No es necesaria ninguna guardia. La princesa no intentará escapar. Se siente muy bien aquí y no le falta nada. Además, si intentaran un rescate esos tontos del barco, difícilmente pasarían de la playa, pues tengo más de cien hombres vigilando en distintos puntos. Y en el remoto caso de que pudieran pasar, la guardia del palacio es suficiente para aniquilarlos antes de que pusieran un pie dentro.

            – Pero mi señor, y si no tratan de llegar a descubierto, sino por medio de alguna artimaña, ¿qué haremos?

– No me preocupo, la princesa ha tomado un brebaje que prepararon mis brujos y aunque ella quiera, no podrá irse. No tiene voluntad propia ahora. Inconscientemente opondrá resistencia, sentirá que es detenida, y solamente muerta o sin sentido se la podrían llevar. Como ves, es casi imposible que pudieran rescatarla. Ahora te puedes retirar, voy a cenar.

            – Si mi amo, con vuestra anuencia – dijo el gnomo al retirarse.

            Astucia esperó a que el rey terminara de cenar. Cuando esto pasó, Belial se dirigió a las escaleras que llevaban al primer nivel y subió por éstas, para dirigirse seguramente hasta sus habitaciones. Ahora Astucia conocía muchas cosas importantes, sólo faltaba ubicar de manera precisa la alcoba de la princesa. Sabía que estaba en el primer nivel y cerca de las escaleras. Necesitaba llegar a ellas y luego subir. Aparentemente no sería difícil hacerlo. Estaba saliendo de su escondite, cuando aparecieron dos sirvientes que se dirigieron a la mesa para retirar los platos y la comida sobrante de la cena. Los minutos que tardaron en realizar su tarea, le parecieron siglos. Por fin se retiraron y después de unos momentos, al asegurarse de que no había nadie más en el salón, se encaminó a las escaleras y comenzó a subir sigilosamente.

            Al llegar al primer nivel, se acercó a la primera puerta que encontró y trató de abrirla, pero tenía echado el cerrojo. Fue inútil su esfuerzo por abrirla y no intentó forzarla, pues consideró, por lo que había dicho el gnomo a su amo, que allí no estaría la princesa. Caminó cautelosamente por el ancho pasillo hasta una segunda puerta. Se acercó y accionó la manija, sin encontrar resistencia. Abrió la puerta muy cuidadosamente, sólo lo suficiente para asomar primero su cabeza y observó a su alrededor, no viendo a nadie. Sin embargo, el perfume de la princesa era inconfundible. Estaba seguro de que, al menos, allí había estado ella, pero se dio cuenta de que la cama estaba vacía y decidió penetrar en la habitación. No la veía por ningún lado. Entonces se acercó a una pequeña puerta que estaba entreabierta. Era la puerta que daba al balcón. Cuando se asomó, pudo ver a la princesa de perfil. Se quedó maravillado con el cuadro que tenía ante sí. La luna iluminaba tenuemente su rostro, y se veía triste y melancólica, pero su belleza no menguaba. Su perfil se dibujaba sobre un plata intenso de la luna, y comprendió entonces porqué el capitán se había enamorado de aquella mujer.

Entonces escuchó la voz de la princesa y pensó que había alguien con ella, por lo que se espantó. Cuando recobró la calma, se acercó más y se percató de que no había nadie. La princesa hablaba sola.

– Ojalá pudiera decirte cuanto te amo capitán Líder y cuan arrepentida estoy de haber hecho lo que hice. Me siento tan sola, que sólo me consuela saber que me amas y quisiera hacer hasta lo imposible por conservar tu amor. Me doy cuenta que es tan difícil que alguien ame tan profundamente, que lamento no haberte valorado.

Astucia se percató de que el anillo que tenía la princesa en su mano brillaba,  intensamente. Lo había ocultado con su mano, pero al quitarla de éste, el anillo parecía de fuego. No entendía qué clase de gema era esa que tenía luz propia.

            Pensó en acercarse a ella y decirle que pronto la vendrían a rescatar. Incluso pensó, por un momento, llevársela él mismo. Sin embargo, recordó lo que había dicho Belial respecto al hechizo y prefirió no hacerlo. Tenía ahora la información que necesitaba el capitán. Era momento de regresar al Skipian.

            Estaba dispuesto a retirarse, cuando escuchó a la princesa sollozar y oyó un extraño ruido. Era como si cayeran al suelo fragmentos de cristal. Intrigado, se volvió a acercar cuidadosamente y observó varios diamantes esparcidos en el piso. Sorprendido, vio que las lágrimas de amor que derramaba la princesa caían al suelo en forma de diamantes. Entonces se tendió en el piso y de manera hábil, recogió varios de esos diamantes sin que la princesa se diera cuenta y los guardó en su bolsa.

            Descendió silenciosamente las escaleras y se dirigió al pasillo por el que se había internado al salón. Al llegar al final del pasillo, escuchó voces. Se quedó paralizado e intentó regresar por el mismo camino, pero oyó más voces de alguien que se acercaba precisamente en esa dirección. Si regresaba, quedaría atrapado a la mitad del pasillo, por lo que avanzó hasta el final de éste, hacia la salida, y en un área sombreada se hincó. Se aproximaron tres guardias armados, charlando animadamente. Al verlo, lo saludaron con una reverencia y continuaron su camino. Astucia respiró profundo y secó gruesas gotas de sudor que perlaban su frente.

            Rápidamente se retiró del pasillo y se dirigió a la puerta principal. Ahora el problema era distraer a los guardias de la puerta. Afortunadamente habían cambiado la guardia y no estaban los mismos hombres a los que había engañado a su llegada. Decidió recurrir a la misma estratagema que usó con los otros, pues se dio cuenta de que los gnomos tenían poder sobre los guardias; así es que nuevamente se aproximó y cerca de ellos, se hincó y les dijo:

            – Guardias, acudid con vuestro capitán al salón. Yo vigilaré la puerta hasta que envíen relevos.

Los guardias cumplieron la orden de inmediato y cuando vio que se alejaban lo suficiente, emprendió la carrera por el sendero que lo conducía a la playa. Cuando llegó a ella, sus compañeros estaban dormidos cerca de donde habían ocultado la lancha. Los movió para despertarlos y uno de ellos dejó escapar un sonoro grito cuando despertó y lo vio.

            – Calla impertinente, nos van a descubrir. Soy yo, Astucia.

– Perdona compañero, pero es que, disfrazado, no pareces humano. Estás muy feo – le contestó asustado el marinero.

– Apresurémonos a salir de aquí – dijo Astucia.

Cuando se disponían a sacar la lancha de su escondite, escucharon algunos ruidos. De inmediato se escondieron los tres entre los arbustos, observando como se acercaba un grupo de hombres armados. Éstos se dirigieron a la playa y cerca de las olas se detuvieron unos momentos, observando el mar. Astucia y sus compañeros no escucharon bien lo que decían, pero seguramente su presencia obedecía al grito que lanzó el marinero cuando se asustó.

            Se acercaron un poco más a las olas y dos de los hombres regresaron por donde vinieron, mientras que el resto se quedó en la playa. En pocos momentos regresaron los dos hombres que se habían ido, con una antorcha, varias ramas y troncos. Hicieron una fogata y permanecieron sentados cerca de ella. Era claro que tenían la intención de hacer guardia en ese lugar por toda la noche.

            Al ver esto, Astucia se dirigió a sus compañeros y casi susurrando les dijo:

            – Tendremos que esperar a que se vayan. No podemos exponernos. Son cuatro veces más que nosotros y están armados. Aguardaremos hasta que se vayan o hasta que se presente una mejor oportunidad.

            Llegó el amanecer y los soldados seguían haciendo guardia en la playa. Dos horas después, se presentó otro soldado. Algo les dijo a los demás y se retiraron todos. Esperaron unos momentos y Astucia se acercó hacia donde se habían ido los soldados. Observó que se dirigían a otro lugar alejado de ellos.

            Regresó corriendo hasta donde estaban sus compañeros y les dijo que era el momento de partir. Cuidadosamente, arrastraron la lancha hasta la playa y comenzaron a remar con fuerza hacia el Skipian.

Mientras tanto, el capitán se encontraba muy triste en cubierta. El contramaestre se dirigía a él, cuando escuchó que su capitán hablaba solo.

            El contramaestre se estremeció al ver a su capitán tan afligido y desconsolado. Sintió una rabia enorme de impotencia. ¿Qué hacer por su capitán y amigo? Pensó que aunque rescatara a la princesa, tal vez ella lo rechazaría y esto sería un golpe mortal para su amigo. Respiró hondo y se acercó a él.

– Capitán... – dijo el contramaestre con voz tímida.

Cuando volteó a verlo, el contramaestre observó unas lágrimas en el rostro del capitán. Esto fue impactante. ¡Jamás lo había visto llorar! En todos los años que llevaban navegando juntos, jamás había visto una lágrima en los ojos de su capitán. “Esto sí que es grave”, pensó. “Es necesario ayudarlo a mantener la calma. Ahora es cuando más necesita de sus amigos y él, que tanto nos ha dado, necesita de nuestro apoyo”.

– Capitán, la lancha vuelve.

            – ¡Qué bien! – exclamó el capitán cambiando su rostro de aflicción por uno de esperanza.

            El capitán se dirigió a babor, por donde venía la lancha. Casi toda la tripulación se acercó a la borda y recibieron a sus compañeros expedicionarios con júbilo.

            Astucia subió gritando:

            – ¡Misión cumplida capitán! Os traigo buenas noticias. La princesa está viva y creo que se encuentra bien, aunque debo deciros algo en privado. Por lo demás, sé con precisión donde se encuentra y la forma de llegar a ella.

            – Bienvenidos amigos – contestó el capitán con alegría. – Me da gusto que regresen con bien. Debo confesaros que me preocupé al ver que no retornaron anoche, pero veo que todos están bien. Tomad un descanso y comed algo. Astucia, cuando terminéis, os espero en mi camarote. No tardéis, porque es muy importante vuestra información.

            Una hora después, Astucia se presentó ante el capitán y le relató su aventura. También le comentó lo que había escuchado de la princesa. Esto reanimó al capitán, quien de inmediato se levantó de su silla y comenzó a caminar de un lado a otro, pensativo. Repentinamente se detuvo y le dijo a su acompañante:

            – No sabéis cuanto os agradezco vuestro servicio. Estoy en deuda con vos. Ahora necesito estar solo para pensar, os podéis retirar.

            Astucia se retiró y al salir del camarote del capitán se encontró con el contramaestre, quien le preguntó:

            – ¿Estáis seguro del lugar en el que se halla la princesa?

            – Sí contramaestre, pero creo que no será fácil rescatarla. El rey la ha hechizado y tendremos que ser muy hábiles para sacarla de allí – contestó Astucia.

            – Bien, decid a los oficiales que nos reuniremos en seguida, en el camarote que dejó la princesa.

            – A la orden contramaestre Confianza.

            Una vez reunidos todos los oficiales del Skipian, el contramaestre les dijo:

            – Amigos, el capitán está atravesando por el momento más difícil de su vida. Ahora, más que nunca necesita de nuestra ayuda y apoyo. Como podéis suponer, su interés por la princesa va más allá del compromiso con la reina Juana. Esto hace que tenga dificultades para pensar fríamente al actuar. Debemos entonces ser muy perceptivos y aguzar nuestra inteligencia para apoyarlo. ¿Estáis de acuerdo?

            Todos contestaron afirmativamente y Cooperación agregó:

            – El capitán Líder nos ha ayudado cada vez que hemos necesitado y ahora él nos necesita. Lo apoyaremos y colaboraremos para rescatar a la princesa.

            – Bien, esperemos las instrucciones del capitán y mientras, preparémonos para entrar en acción pronto – concluyó el contramaestre.

            Entretanto, el capitán mandó llamar a Astucia a su camarote.

            – A vuestras órdenes capitán – saludó Astucia.

            – Astucia, ¿decís que la princesa bebió un brebaje y que esto hizo que cambiara su comportamiento?

            – Bueno, como os dije, Belial mencionó que le había dado un brebaje mágico, pero no os podría asegurar si se comportaba de manera extraña. Cuando la vi, no noté nada fuera de lo común salvo que hablaba sola, como dirigiéndose a vos y que... – calló entonces y sacó su pequeña bolsa de piel.

– Había olvidado deciros que la princesa estaba llorando y al hacerlo, sus lágrimas se transformaron en esto.

            Astucia vació el contenido de su bolsa en las manos de capitán.

            ¡Diamantes! El capitán quedó sorprendido. Esto quería decir que la princesa no era mala ni insensible. ¡Solamente las lágrimas de amor de una mujer podían convertirse en diamantes! Entonces, el capitán pensó que todavía era posible que ella lo amara. Ahora estaba seguro de que algo estaba pasando en el interior de la princesa y sospechaba que un torbellino interno la había arrastrado a actuar de manera extraña. De no haber tenido una gran confusión interna, Belial no hubiera podido hechizarla.

            – Gracias Astucia, ahora creo saber que hacer.

            – Con vuestro permiso capitán y disculpad mi olvido – dijo el marinero, saliendo del camarote.

            Después de haberse retirado Astucia, el capitán sacó de su cómoda una caja de madera con asas a los lados. Ésta contenía varios frascos, cajitas con sustancias en su interior y un libro en el que había escritas recetas para preparar diversas pócimas. Durante su estancia en un lejano país, recibió educación de unos poderosos magos blancos que le llamaban “hermano” y que se dedicaban a construir templos a las virtudes y cavar pozos profundos a los vicios.

            Reflexionó y concluyó que la princesa se hallaba hechizada por fuerzas poderosas. No había duda de esto. Pero al no saber que tipo de brebaje había tomado, preparar un antídoto eficaz contra éste, se dificultaba enormemente. No obstante, pensando en los síntomas que presentaba su amada princesa Karina, localizó en su libro la fórmula de una pócima mágica que debía resultar efectiva contra el hechizo del maldito Belial.

            Se aprestó entonces a preparar la poderosa Pócima de la Esperanza. Tomó varios frascos y recipientes de la caja, y comenzó a elaborarla. Mezcló polvos de “Comprensión” con algunas hojas de “Apoyo” y “Tolerancia”; tomó algunas semillas de “Ternura”, de “Empatía” y de “Entusiasmo”, y las agregó a los demás componentes. Todo esto lo mezcló muy bien y lo molió perfectamente en un mortero; posteriormente agregó la mezcla a un recipiente que contenía un líquido, que tomó de una botella que decía “Confianza en uno mismo”; completó su preparación agregando a dicho recipiente un líquido de color azul cielo que tomó de otra botella que decía “Cariño”, del cual puso gran cantidad. Hecha la mezcla, la vació en una botella de vidrio color ámbar, la cerró muy bien y la agitó muchas veces con fuerza. Estaba lista la mágica pócima de la Esperanza. La colocó entonces en una bolsa de piel con un correa resistente.

            El capitán reunió a sus oficiales y les comunicó que había preparado un antídoto contra el hechizo del que había sido víctima la princesa y que por la madrugada iría Astucia con él a rescatarla. A los oficiales les pareció muy temerario el plan, pero sabían que cuando no tenían algo mejor que proponer, no debían criticar. Su capitán les había enseñado que cuando no se tiene una mejor opción o propuesta, una crítica se vuelve destructiva. Criticar es una de las actividades más fáciles que existen y cualquiera puede realizarla. De hecho, esta es una de las ocupaciones principales de los habitantes de la Tierra de la Mediocridad.

            De esta manera, en la madrugada, el capitán abordó la lancha junto con Astucia y dos marineros más. Llevaba colgada al hombro su bolsa de cuero, con la pócima mágica de la Esperanza en su interior, una daga y su espada. También llevaba una cuerda de gran longitud, pues pensó que podían necesitarla. Se dirigieron a la misma playa que el día anterior y desembarcaron sin percances. El capitán ordenó a los marineros que esperaran su regreso y que se ocultaran bien y partió en compañía de Astucia.

            Cuando llegaron cerca de la entrada principal del palacio, Astucia, aparentando ser un gnomo, ordenó a los guardias que esperaran a otros gnomos en el camino. Éstos obedecieron y dejaron libre la entrada. El capitán se había escondido en un resquicio cerca de un gran arco que enmarcaba la entrada principal y al no haber nadie cerca, ambos se dirigieron al pasillo largo. Cuando llegaron a la entrada del comedor, Astucia comenzó a “caminar” sobre sus rodillas, observando al mismo tiempo a su alrededor, para ver si no había nadie. Al encontrar el camino despejado, hizo una seña al capitán y éste comenzó a avanzar hacia las escaleras. Juntos las subieron calladamente, hasta la puerta de la habitación de la princesa y cautelosamente abrieron la puerta; el capitán se acercó a la cama donde dormía la princesa mientras que Astucia se quedó cuidando la entrada de la habitación.

            El capitán se acercó con gran delicadeza a la princesa y se quedó admirando su rostro. Dormía profundamente y volverla a ver lo llenó de felicidad. A pesar de estar dormida, su expresión era de intranquilidad. Cómo ansiaba poder darle la paz que tanto necesitaba ella en esos momentos. Viendo su rostro amorosamente, la besó en los labios con gran ternura. La princesa abrió sus ojos y sorprendida se incorporó. No lo podía creer, el capitán estaba allí.

            La princesa se le quedó mirando por un momento y finalmente le dijo:

– Abrázame fuerte por favor– abrazando al capitán cariñosamente, la princesa Karina le dijo:

– Perdóname por favor, Líder. He sido muy tonta y me dejé llevar por lo superficial. No te merezco, pero te amo. Perdona mis ofensas; sé que te he hecho daño y me arrepiento sinceramente de ello.

            La princesa besó al capitán con intensidad y acariciando su pelo se le quedó mirando. Entonces, el capitán se separó cariñosamente de ella y abrió su bolsa. Sacó el frasco color ámbar que contenía la pócima mágica de la Esperanza y mirándola a sus ojos, le dijo:

– Karina, no necesito decirte cuanto te amo. Tu anillo lo dice por mí. – La princesa miró su anillo y comprobó que resplandecía con gran intensidad. El capitán le dijo entonces: – No tenemos mucho tiempo. Bebe el contenido de este frasco, es la pócima mágica de la Esperanza que preparé para ti. Debe liberarte del hechizo de tu captor. Bebe rápido, por favor.

            La princesa comenzó a beber, pero se detuvo haciendo una mueca de asco y dijo:

            – Sabe horrible.

            – No importa, no todo lo que nos hace bien es dulce. Bebe rápido, te lo ruego. Confía en mí.

            La princesa terminó de beber, haciendo gestos de repugnancia.

            – Ahora acompáñame, saldremos silenciosamente.

            Cuando la princesa estaba dispuesta a salir, sintió que alguien la apresaba de las manos.

            – ¡Soltadme! – exclamó.

            El capitán volteó y desenvainó de inmediato su espada. Pero, ...¡no vio a nadie junto a la princesa!

            La princesa continuo gritando, pues sintió que estaba siendo detenida. Veía a los gnomos Miedo a Crecer, Miedo a Comprometerse y Miedo a Amar que la tenían fuertemente asida de las manos.

– ¡Dejadme enanos, quiero irme! – gritaba con desesperación, forcejeando con sus invisibles captores.

El capitán, confundido, veía a la princesa tratando de zafarse de algo invisible que la detenía y no sabía que hacer. Pensando que los gnomos se habían hecho invisibles, comenzó a lanzar su espada hasta donde se suponía que estaban estos malvados seres. Hizo esto rápido y con gran precaución para no lastimar a la princesa. Sin embargo, nada logró. No había nadie, pero la princesa seguía gritando. La tomó entre sus manos y le gritó:

– ¡Karina cálmate, no hay nadie!, ¡es sólo una ilusión! ¡Por favor reacciona!

Los gritos provocaron que varios guardias acudieran hasta la puerta de la habitación en la que se encontraba la princesa. Incluso el mismo Belial despertó. Al ver que se acercaban varios hombres, Astucia entró a la habitación y cerró la puerta con llave. A los pocos momentos comenzaron a tocar la puerta fuertemente. En la confusión, el capitán volvió a tratar de hacer que reaccionara la princesa.

– Por favor Karina, reacciona.

Era inútil, la princesa no reaccionaba. Se movía desesperadamente, tratando de liberarse de alguien que la estuviera deteniendo, sujetándole  sus manos.

Ya sin oponer resistencia a sus aparentes captores, la princesa le dijo al capitán.

– Huye capitán Líder, yo jamás podré salir de aquí. Mi destino es vivir aquí por siempre. Huye, te lo ruego. Sálvate tú y recuerda que siempre te amaré.

– ¡No! – gritó con desesperación el capitán. – ¡Te sacaré de aquí o moriré en el intento!

            Astucia intervino entonces y le dijo:

– Capitán es inútil, os lo dije, vámonos antes de que nos capturen. Por favor pensad en vuestra tripulación.

El capitán tampoco reaccionaba. Sentía una rabia enorme y una gran impotencia. Entretanto, la puerta seguía siendo azotada por fuertes golpes que intentaban derribarla.

– ¡Capitán! – grito Astucia – ¡Pensad en vuestra tripulación, os lo suplico. Ellos necesitan de vos. Si no regresáis, ellos morirán, pues no se moverán hasta no veros. Serán fácil presa del rey de la Tierra de la Mediocridad. ¡Capitán, vámonos por favor! – exclamó suplicante Astucia.

El capitán pensó en sus hombres y en el objetivo final de su viaje: la Gran Isla del Éxito. Se preguntó si tenía derecho a sacrificar a los demás por algo que sólo era importante para él. La respuesta lo hizo reaccionar. Con lágrimas en los ojos, se acercó a la princesa, la besó y le dijo:

– Adiós Karina, La Princesa más Bella de todos los Reinos. Perdóname. No pude llevarte conmigo a la Gran Isla del Éxito. Fracasé contigo, pero te amaré eternamente, más de lo que jamás puedas imaginar.

El capitán, ahora dueño de sí mismo, se dirigió rápidamente al balcón y ató su cuerda a uno de los balaustres de la barandilla y dejó caer la cuerda. Entonces le dijo a Astucia:

– Venid conmigo. Bajaremos juntos. Subid sobre mi espalda.

El tamaño y peso de Astucia no dificultó mucho el descenso de ambos por la cuerda. Mientras bajaban, la puerta de la habitación cedió y penetraron al interior varios soldados armados. La princesa entonces dijo:

–¡Alto! ¿Qué os sucede? ¿No sabéis que no debéis entrar aquí sin mi consentimiento? – dijo indignada a los guardias que habían penetrado en la habitación.

            Belial entró en la habitación, e intervino:

            – Escuché tus gritos. Todo mundo los escuchó y pensamos que estabas en peligro.

            – Nada de eso – dijo la princesa.– Lo que sucede es que tuve una pesadilla. Soñé que seres monstruosos me lastimaban. Eso fue todo.

            – Que bueno que sólo fue una pesadilla. De cualquier manera, hoy estarán dos guardias cuidando de ti, apostados en la puerta de tu habitación. Que descanses princesa. Buenas noches – terminó Belial y se retiró.

            La princesa había logrado engañarlos, pues no sospecharon de la presencia del capitán en su habitación. Cuando salió el capitán, sus captores imaginarios desaparecieron. La princesa se resignó a tenerlos como sus eternos guardianes.

            Mientras tanto, el capitán y Astucia corrían sobre el sendero principal hacia la lancha. Al ver que no eran seguidos, descansaron un momento. Entonces Astucia dijo al capitán:

            – Capitán, lo siento mucho. Me apena que no hayáis podido salvar a la princesa. Pero si os sirve de algo, quiero deciros que me siento muy orgulloso de que seáis mi capitán. Os habéis sacrificado por vuestros compañeros. Vuestra valentía y entrega son encomiables.

            – Os agradezco vuestros conceptos Astucia, pero yo soy el que me siento apenado por haber puesto en peligro vuestra vida al tratar de salvar a una mujer que solamente a mí me importa.

            – Estáis equivocado capitán. También a mí y a vuestros compañeros de la tripulación nos importaba. Es la mujer que amáis y eso es suficiente para que nos importé también a nosotros.

– Gracias de nuevo. Ahora, habrá que llegar a la lancha y continuar nuestro viaje. Sigamos adelante.

            Habiendo descansado unos momentos, continuaron caminando hacia la playa. Faltaban unos veinte metros para llegar a ella, cuando se aparecieron cuatro soldados y les gritaron:

            – ¡Alto! ¡¿Quiénes sois?!

            El capitán no contestó y desenvainó su espada. Dijo entonces a Astucia:

            – ¡Rápido corred hacia la lancha y salvaos!

            Astucia obedeció la orden y rodeando a los soldados se dirigió a la lancha.

            Los soldados no tomaron en cuenta Astucia y se abalanzaron sobre el capitán con sus respectivas espadas. Él los repelió hábilmente y pesar de ser tres más que él, su destreza le permitió hacerles frente con fortuna. Manejando magistralmente la espada, logró dar estocadas mortales a dos de los soldados. Ahora sólo luchaba contra dos, pero en su pensamiento estaba la princesa Karina. Aun cerca de la muerte pensaba en ella. La rabia de su impotencia por no haberla podido salvar, fue como una inyección de energía que canalizó hacia su espada y las víctimas de esta rabia fueron sus atacantes quienes cayeron en su ataque. Cansado, se dirigió hacia la playa. En ese momento, una docena de soldados apareció frente a él. Iluminaba el amanecer el camino y un olor a muerte inundó el ambiente. Pensó en su tripulación, pero se consoló sabiendo que Astucia se había salvado y que el contramaestre Confianza llevaría a salvo a sus amigos hasta la Gran Isla del Éxito. A su mente volvió la imagen de la princesa Karina y al ver llegar a sus oponentes, gritó:

            – ¡Mi vida por ti, Karina, La Princesa más Bella de Todos los Reinos!

            Dispuesto a morir, tomó su espada con ambas manos, esperando a su primer enemigo. En su rostro se dibujó un rictus de furia y proyectó una determinación impresionante para cobrar muy cara su vida. En ese momento, se escucharon gritos a las espaldas de sus enemigos. Eran sus hombres. Los oficiales y otros marinos venían a su encuentro, blandiendo sus armas. Sabiendo que el capitán podría necesitarlos, bajo las órdenes de el contramaestre Confianza, desembarcaron en la playa unas horas antes y cuando Astucia los encontró y les dijo que el capitán luchaba por su vida, fueron corriendo a su encuentro para auxiliarle.

            Los soldados se desconcertaron al ver llegar a los marineros con furia indómita y dispuestos a todo. De manera desorganizada, trataron de hacer frente a los marineros del Skipian, que venían corriendo como un huracán. Aprovechando la confusión, los hombres del capitán Líder vencieron fácilmente a sus enemigos.

Solamente Egoísmo había sido muerto en el combate. Al tratar de huir de regreso hacia la playa, para salvarse, se encontró con un soldado rezagado que le dio muerte, hundiendo su lanza en el pecho del infortunado marino. En su agonía, Egoísmo pensó en la brújula que dejó en su casa y que no había querido compartir con sus compañeros del Skipian. Ahora ni a él ni a nadie le serviría más. De haber contado con ella, no se habrían desviado hacia la maldita Tierra de la Mediocridad y hubieran llegado felices a la Gran Isla del Éxito. Arrepentido de esto y de otras acciones similares, Egoísmo expiró.

            Los soldados sobrevivientes fueron atados de manera tal, que se encontraban de espaldas entre ellos. Tendrían que caminar de esa forma para llegar a algún lado en el que fueran liberados.

            Los marineros y el capitán sepultaron a Egoísmo cerca de la playa. Le rindieron honores a su compañero y tomaron las armas de sus enemigos para llevarlas a bordo.

            Sus hombres caminaron hacia la playa y antes de partir con ellos, el capitán quedó solo en un montículo, desde el cual se alcanzaba a ver el palacio de Belial. Triste miró hacia los balcones y se despidió mentalmente de la princesa. Caminaba hacia la playa para abordar la lancha, cuando sintió un agudo dolor en el tobillo derecho. Miró hacia abajo y vio que una serpiente de color amarillo intenso con motas negras le había mordido y permanecía aún asida a él. Sin gritar, tomó su espada y partió en dos a la serpiente. Entonces, ésta soltó a su presa y con lo que le quedaba de cuerpo, comenzó a reptar hacia un hoyo en la tierra. El capitán se sentó y revisó su herida. Había dos pequeños agujeros en la parte superior de su tobillo derecho y de inmediato se quitó la camisa. Ayudándose con su daga, la desgarró para hacer un torniquete que aplicó de inmediato, abajo de la rodilla.

            Cooperación volvió la vista hacia donde estaba el capitán y lo vio sin camisa y sentado. Sospechó que algo no andaba bien y corrió para asistir al capitán.

            – ¿Qué sucede capitán? – preguntó preocupado Cooperación.

            – Una serpiente me ha mordido

            – ¡Vive Dios! ¡Compañeros, compañeros! ¡Venid pronto! – gritó Cooperación, tratando de llamar la atención a sus compañeros que estaban en la playa.

            – Estoy bien, la serpiente no es muy venenosa, creo reconocer el tipo de serpiente que es. No os preocupéis, solamente ayudadme a caminar.

            El capitán comenzó a caminar apoyado en Cooperación y cuando los demás compañeros, alarmados por los gritos, los alcanzaron, se tranquilizaron al ver que su capitán estaba bien.

            – Al capitán lo mordió una serpiente, tenemos que apresurarnos para curarle – les dijo Cooperación.

            – Estoy bien, estoy bien, amigos – intervino el capitán para tranquilizar a sus hombres – No os preocupéis; que este inconveniente no nos quite la satisfacción de nuestro triunfo. Partamos ya al Skipian.

            – Capitán, permitidme sacar el veneno o lo que sea de vuestra pierna – le dijo Cooperación al capitán.

            – Os lo agradezco, pero ya os dije que no es muy venenosa. Debo haberla molestado sin querer cuando caminaba y lógicamente me mordió. Además el torniquete ayudará a que el destilado de la serpiente no pase a la sangre.

            – Bien capitán, como vos digáis, pero si debéis atender vuestra herida – contestó respetuoso Cooperación.

            – Partamos pronto, pues de lo contrario, podremos ser atacados por los soldados del rey Belial – les dijo imperativo el capitán a sus hombres.

            Victoriosos, los hombres del capitán Líder regresaron al Skipian remando en sus lanchas. Fueron recibidos con gran júbilo por sus compañeros que quedaron a bordo.

            El capitán dio instrucciones al contramaestre Confianza para retomar el rumbo hacia la Gran Isla del Éxito. Levaron anclas e izaron velas, y el Skipian comenzó a navegar por aguas tranquilas hacia su destino.

            Mientras tanto, el capitán fue ayudado a entrar en su camarote. Se recostó en su cama y Cooperación limpió la herida con agua limpia. Después apretó un poco la herida y junto con la sangre, manó por ella un líquido azulado. Cuando dejó de salir este líquido, Cooperación vació un vaso de ron en la herida y le quitó el torniquete a su capitán. Colocó después un trapo limpio sobre la herida.

            – Gracias Cooperación, os lo agradezco. Dadme ese libro con encuadernación roja, por favor.

            – ¿Este? – preguntó Cooperación tomando un libro de la cómoda del capitán.

            – Si, muchas gracias. Creo reconocer el tipo de serpiente que me mordió. Solamente quiero cerciorarme.

            El capitán comenzó a buscar en las páginas del libro y finalmente dijo:

            – Aquí está. Amarillo con negro...se trata de la Serpiente del Desaliento. ¡Me equivoqué! Esta es una serpiente muy peligrosa. Sus efectos pueden ser tan peligrosos como el más letal veneno – dijo para sí mismo.

            – ¡Rápido oficial, dadme esa caja que está junto a la cómoda! – dijo el capitán, apresurando a Cooperación.

            – ¡Sí capitán!

            Cooperación tomó rápidamente la caja y se la dio al capitán.

            – Gracias. Ahora dejadme solo y volved en una hora. Decidle al Contramaestre que tome el tiempo con un reloj de arena. No volváis antes ni después. En una hora, Cooperación, no lo olvidéis.

            – Así lo haré capitán – contestó Cooperación y salió del camarote.

            El capitán Líder sabía que los efectos de la mordedura de la Serpiente del Desaliento eran muy peligrosos. En su libro se describían estos efectos como un abandono de los objetivos y metas trazados, un sentimiento profundo de frustración, ausencia de entusiasmo y deterioro de la confianza y fe en uno mismo, hasta la anulación de la autoestima. Tenía que actuar rápido, pues no tardarían en aparecer los síntomas. Gracias a Cooperación, parte de la secreción que le inyectó la serpiente con sus colmillos, fue sacada de sus venas, pero definitivamente algo había quedado y no tardaría en surtir efecto. Tratando de guardar la calma, buscó en el libro de recetas mágicas que estaba junto a su cama, un antídoto contra la mordedura de la Serpiente del Desaliento. Finalmente la localizó y comenzó a preparar el antídoto.

            La receta decía que había que tomar tres medidas de esencia de “Confianza en uno mismo” y mezclarlas con una medida de “Loción de Reconocimiento de Logros Alcanzados”. Localizó el frasco de “Confianza en uno mismo”, pero estaba vacío. Lo había agotado cuando preparó la Pócima de la Esperanza para la princesa. Se alarmó por esto y comenzó a resignarse, pensando en que aunque no había funcionado la pócima, la había utilizado por amor. Sin embargo, reaccionó y recordó que sus magos maestros le habían dicho que la Fe en Dios es equivalente a la Fe en uno mismo, por lo que buscó el frasco de “Fe en Dios” y vació tres medidas en un recipiente, para mezclarlas con la loción. Posteriormente, de acuerdo a la receta, agregó polvo de “Perseverancia” y polvo de “Disciplina” a la mezcla anterior y revolvió muy bien; en seguida agregó una medida de pasta de “Certeza en lo que se quiere” y dejó reposar. Al cabo de media hora debía estar listo el antídoto contra la mordedura de la Serpiente del Desaliento.

            Sintiéndose un poco mareado y débil, guardó todos sus materiales y sustancias en la caja de madera. Comenzó a sentir que había fracasado en su meta de liberar a la princesa, se sintió impotente y comenzó a insultarse a sí mismo. Se sentía el ser más despreciable sobre la faz de la Tierra y el más inútil de todos. “¿De qué me sirvió toda mi experiencia y conocimientos si no fui capaz de liberarla?”, pensaba angustiado.

            Cumpliendo sus órdenes, Cooperación entró junto con el contramaestre Confianza y lo encontró al capitán sollozando, desesperado e insultándose a sí mismo, diciendo que no le importaba nada en la vida y le ofreció su espada al contramaestre para que lo degollara porque fue incapaz de lograr su meta.

            El Contramaestre Confianza vio un pequeño tazón con una sustancia en su interior sobre la cómoda. Por lo que le había contado Cooperación, el contramaestre comprendió que debía ser el antídoto, por lo que le pidió al capitán que lo tomara, pero éste se negó. Entonces le solicitó a Cooperación que lo sujetara, para que él le hiciera tragar el antídoto, tapándole la nariz. Así lo hicieron y el capitán se convulsionó después de tomar la mezcla, para posteriormente quedar flácido y con la mirada perdida. Cooperación y Confianza se asustaron, pues pensaron que habían dado muerte al capitán; sin embargo, en unos minutos el capitán reaccionó, volviendo a la normalidad. Se acomodó sobre su cama, se quedó mirando a sus acompañantes y les dijo:

            – Gracias amigos. Tengo mucho sueño. Me siento agotado.

            Inmediatamente después de decir esto, el capitán se quedó profundamente dormido. Optimismo se quedó haciendo guardia en la puerta del camarote. Pasaron dos días y el capitán no despertaba. Cuando el contramaestre estaba decidido a despertarlo, el capitán se levantó optimista y entusiasta.

            – Contramaestre, ordenad que me preparen mi tina, necesito un baño con urgencia.

            – A la orden capitán – contestó Confianza muy contento.

            Mientras preparaban su baño, el capitán reflexionó sobre lo sucedido. Se sentía mucho mejor y estaba seguro que arribarían con bien a la Gran Isla del Éxito. Estaba satisfecho con su tripulación e incluso su tristeza por la princesa se atenuó mucho. Se resignó a tenerla como un recuerdo.

            Cuando estaban ausentes sus valientes compañeros, un marinero localizó a bordo a la malvada rata Irresponsabilidad jugando con la brújula. Entretenida con su juguete, la rata no se percató de la presencia del marinero y éste la aplastó sin piedad con un garrote. En unos segundos la rata se convirtió en un líquido verdoso, espeso y maloliente que se secó pronto, convirtiéndose en una costra repugnante que el marinero tomó y arrojó por la borda. Por fin habían recuperado la brújula y se habían deshecho de la peligrosa rata Irresponsabilidad.

Ya recuperado del todo y muy optimista, el capitán reunió a toda su tripulación y les dijo desde la barandilla de popa:

– Amigos míos, os felicito a todos vosotros. Os habéis comportado dignamente. Llegaremos pronto a la Gran Isla del Éxito gracias a nuestra unión y entrega. Hemos comprobado una vez más, que ayudándonos unos a otros, es más fácil alcanzar una meta. Juntos es mejor que solos. Más que una tripulación, somos un equipo de profesionales y amigos, y creo que nuestra mayor recompensa es la gran satisfacción de haber hecho bien nuestro trabajo y que a pesar de las adversidades, nuestra fe y nuestra confianza nos permitieron lograr nuestros objetivos Muchas gracias a todos ustedes. Hicieron un gran trabajo.

Toda la tripulación gritó de contento y ese día celebraron juntos. Tres días después avistaron Tierra. La Gran Isla del Éxito estaba próxima.

El capitán estaba satisfecho, porque junto con su tripulación, había alcanzado su objetivo fundamental. El trabajo en equipo les permitió alcanzar sus metas y salvar los obstáculos que se les presentaron, pero también se encontraba triste. Mirando sobre su mano los diamantes que habían sido lágrimas de su amada, sabía que jamás la volvería a ver. Sabía que ya nada podía hacer, su amor por ella nada pudo hacer para recuperarla. La pócima mágica había fallado. El mago que le enseñó a prepararla, no le había dicho que el poder de la pócima mágica de la Esperanza era inútil con aquellos que no saben lo que quieren. Finalmente, se resignó a que su amor por ella se convertiría sólo en un recuerdo, que lo acompañará durante toda su vida.

            En la Tierra de la Mediocridad, a la princesa Karina no le faltaba nada material. Vivía tranquila y falsamente feliz. Solamente sentía la angustia insoportable de haber dejado ir el verdadero amor. Seguiría creyendo siempre, que los gnomos que la detuvieron cuando quiso huir con el capitán Líder, eran verdaderos. Y así, la princesa más bella de todos los reinos, vivió tranquilamente en la Tierra de la Mediocridad, por el resto de sus días, acompañada por su soledad.